Gloria Cecilia Narváez es un mártir. Padeció, durante los cuatro largos años de secuestro, todas las vicisitudes que no se le desean al peor de los enemigos. El grupo terrorista que la tenía en su poder es yihadista o terrorista del Islán. Durante su cautiverio, el menor de su calvario fue recibir escupitajos e improperios de toda índole.
El sentido de alta espiritualidad fue el soporte que mantuvo al cuerpo de cadáver de Gloria Cecilia Narváez con vida y con la esperanza de salir bien librada de lo que, apenas es comparable con el infierno.
Hacer aguantable la vida en medio del desierto, de constantes amenazas de muerte, de estar durante días enteros atada, de recibir poca comida y agua para saciar el hambre y la sed, de no poderse bañar, de echarse orín en la cara para refrescarse, todo hace de ella un prototipo de Santa.
Pero el martirio de nuestra monjita colombiana no le importo mucho al gobierno y, digo yo cometiendo una ligereza de escritura, que ni a la propia Iglesia. En todo caso, lo importante es que la tenemos con nosotros.
Los miembros del grupo terrorista “Adoradores de Ala” le gritaban a viva voz ¡perro de Iglesia!, ¡perro de Iglesia!, como una sarna que debía restregársele en el rostro por ser miembro de una comunidad religiosa perteneciente a la iglesia católica.
Lo que me parece endemoniadamente maravilloso fue y es la entereza de Gloria Cecilia Narváez, porque ella nunca dudó de la presencia de Dios en su vida, tanto así, que oraba y suplicaba con fe para que los malhechores no tuvieran un enfrentamiento que pusiera en peligro sus vidas. Para ella el silencio y no responder a los insultos y agresiones fue como una escalera comunicante con Dios.
El presidente de la republica de Mali, recibió a Gloria Cecilia Narváez como héroe; la cobijó, vistió y le dio de comer mientras sus conciudadanos no musitamos un simple rosario de agradecimiento porque salió con vida de los hornos del infierno.
Reiteró lleno de vergüenza ciudadana que, para colmo de males, hasta hoy, nuestros honorables Gobierno de Colombia y Cancillería siguen ciegos, mudos y sordos ante la tragedia que le tocó vivir a nuestra misionera en el despoblado territorio africano.