Si vives en Medellín habrás oído hablar sobre esto por estos días. Temas de cafetería, pasillo y red social. Debate incluso de radio, prensa y televisión (el uno) y temor que va al colegio, pasa por la calle y te encierra en tu habitación (el otro). Sobre lo uno y lo otro quiero decir algo.
Sobre la Cultura Metro
Uno |Un violín.
Sobre aquello que se llamó “el violinista en el Metro” célebre y viral imagen de un estudiante de ingeniería, tocando violín en medio de un vagón del Metro dije esto:
Y agrego algo lo obvio: no estoy a favor de ningún uso desmedido de la fuerza por parte de la autoridad. Pero el asunto, como bien dijo la periodista Ana Cristina Restrepo, no es el violinista.
Dos | Los lectores.
Pocos días después de esa escena once personas con libros que prestaron en el biblioMetro —que es un programa de promoción de lectura del Metro— se ubicaron Metros antes de la línea amarilla a leer en silencio. La acción simple se llamó “violines por bolillos”. En principio la propuesta era precisamente una toma musical como respuesta y para eso invitaron profusamente en redes sociales a que distintos músicos llevaran sus instrumentos a las 7 de una misma noche. Transformado el asunto en una simple lectura sobre la plataforma de la estación San Antonio el Metro respondió de torpe manera: primero repitiendo un mensaje grabado por los altavoces y luego ordenando la evacuación (desalojo habría sido una palabra más correcta) de la estación de más alto tráfico del sistema porque allí confluyen dos líneas de trenes. Allí quedó desnuda la incapacidad de una respuesta sensible o por lo menos sensata cuando algo se sale del libreto o del manual de uso del de Medellín. Días después el gerente del Metro admitió públicamente el error de esa reacción. Esta lectura es un acto muy distinta al asunto del violín, digo.
Tres |Texto y contexto.
El Metro lleva 19 años en movimiento prestando un servicio básico: llevarte a buen destino. Todo el concepto de lo que se nombra como Cultura Metro empezó a promoverse en momentos de su construcción, 25 años atrás, y responde al momento de la ciudad en aquel entonces. No es gratuito el hecho de que en una decena de estaciones estén ubicadas imágenes de la Virgen encargadas a distintos artistas tantos años atrás con la intención de promover el arte, claro, pero a la vez de proteger simbólica y realmente al sistema Metro en tiempos de las bombas que estallaban de improviso en Medellín por la guerra de carteles que nunca tocó edificaciones asociadas a la religiosidad que hasta sus sicarios profesaban. Las personas que retiran de la rampa luego de esperar por largo tiempo. Así como esos tiempos han cambiado el espíritu de algunas normas pueden también contemplar el movimiento como posibilidad. Entender cultura como una colección de normas, solo desde el ángulo de la urbanidad y el comportamiento, no resume el significado de la palabra. Así como cultura no es solamente el hecho de las manifestaciones artísticas. Queda claro, de paso, que hace días nos debemos un diccionario en que las mismas palabras con todo y su polisemia tengan un significado compartido para tantos para tener un punto común a la hora de empezar una conversación en un mismo idioma.
Muchas normas hoy día merecen revisión y tantas otras ameritan explicación como el hecho de la sanción por esperas largas en la plataforma mientras pasan varios trenes y no subes a ningún vagón, ¿alguien afuera del Metro saben cuántos suicidios se han presentado lanzándose a los rieles cuando el Metro está por llegar a una estación? ¿Alguien sabe cuántos intentos de suicidio han logrado contener los policías en una estación? ¿Alguien tiene en cuenta que esta situación hace parte del temor a las esperas largas y que no todo el que espera por mucho tiempo en la rampa es porque quiere matarse? Repetir una regla como una jaculatoria sin reflexionar sobre ella resulta sospechosamente parecido a un niño rezando automáticamente los mil jesuses el día de la santa cruz.
Cuatro |Una conversación, una nueva generación.
Está visto que el Metro de Medellín está en mora, pero a la vez a tiempo, de tener una conversación con la ciudadanía, con representantes de distintos sectores de esa ciudad compleja y diversa que cada día paga el boleto para ir de aquí a allá. No solo con quien desde las bellas artes exige allí un lugar. Está visto que es hora de revisar su política de comunicaciones que hoy los aleja en lugar de acercarlos a los demás. No creo que el Metro de Medellín deba buscar parecerse al Metro de ningún otro lugar sino que es hora de sea más parte y menos aparte de la ciudad que recorre. Yo no quiero un Metro que sea el espejo de los semáforos en que mientras esperas el cambio de luces te pidan monedas. Eso no ennoblece la profesión del artista y si el asunto es el derecho al trabajo entonces tantos que hacen muchas otras cosas más están en el mismo derecho. Arte hay y ha habido en el Metro: exposiciones, conciertos, jornadas de lectura… Lo que allí debe existir y coexistir es más la posibilidady menos el prejuicio: que el campesino y el obrero siempre puedan abordar sin ser mal mirados por las ropas sucias, disposiciones para que más ciclistas puedan llevar sus ciclas cuando no son plegables, que no venga la censura de nadie porque dos mujeres se toman de la mano o dos hombres se dan un beso, que nadie tenga que fingir y todos puedan ser. Allí pueden y deben haber reglas, claro, pero nadie debe ser guardián de la moral. Es buena hora, como dije semanas atrás de aprovechar el instante para sentarse a conversar.
Es posible escribir la nueva generación de la Cultura Metro.
Sobre el robo de niños.
El terrorismo sabe bien de la efectividad de un rumor. El temor se propaga por contagio, como un virus. Una imagen no necesita siquiera ser cierta para devastar, menos en estos tiempos en que el pesimismo hace que mucho sean presa fácil y se conviertan en aves del mal presagio porque corren a contar a compartir y a replicar antes de preguntarse si eso tan delicado de lo que andan hablando será verdad. Viene pasando desde hace tres semanas en Medellín, comenzó en la comuna uno, con la entrega de unos panfletos en los que se señala a una pareja que a bordo de una camioneta de placas DLO 952 anda robando niños para vender sus órganos. El temor hizo que incluso los chicos dejaran de asistir al colegio y cuando el cuento pasó de una lado al otro de la ciudad y no estuvo en la revueltería sino en el Facebook los noticieros comenzaran a hablar de esto que ya tenía a decenas de funcionarios en las calles peleando contra el rumor, yendo a desmentirlo y con serios problemas para invitar a los padres a que permitieran que sus niños volvieran a la vida de antes. No hay una sola denuncia de un niño desaparecido. Es más, busque usted en Google “Malvina Serrano” nombre de una de los dos ladrones de niños en Medellín y encontrará el mismo panfleto en Perú, Argentina y Chile (idénticas imágenes e información) y comprobará que allí mismo el rumor también es infundado y falso según reportan medios serios de comunicación de esos países.
¿Quién está detrás de un asunto como este en esta ciudad? ¿Quién comienza este fuego malintencionado buscando ver a las gentes arder en el temor? Por favor, no ayude usted con esa facilidad de propagar la fatalidad sin preguntarse antes si algo es real. Recuerde algo muy sencillo: no todo lo que ve en Internet es verdad, no deje que lo utilicen a usted como caja de resonancia.
Qué bonito es detenerse un instante y pensar.
Bonus track
Escribir es un verbo de acción, cuando te sientas frente al teclado nada está quieto. Las palabras no nacen en las manos del escritor, lo atraviesan.
@lluevelove