A pesar de los esfuerzos de la crítica reciente, la vida y la obra de Gabriela Mistral (Vicuña, 1889-1957) continúan signadas por máscaras y representaciones, que, en vida de la señora, fueron llevadas y traídas para consagrarle como modelo de virtudes y comportamientos católicos, en un momento cuando el mundo de la fe se había hecho trizas, luego de las dos guerras mundiales y la aparición de las literaturas de vanguardia a uno y otro lado del Atlántico.
En Make It New, Ezra Pound propuso la creación de un arte que liquidara el mundo del contrato social rousseauniano y la visión romántica de la naturaleza como un ser benigno y divino, pues todo se había transformado con la aparición de las grandes urbes, la masificación de la vida y la evaporación de las certidumbres cristianas. Los artistas tenían que ser las antenas de la especie, creando una cultura que se adelantase a su época. Cómo y dónde colocar, entonces, los poemas de Mistral, ¿si sus contemporáneos fueron Mario de Andrade, Manuel Bandeira, Thomas Stearns Eliot, Vicente Huidobro, James Joyce, Konstandinos Kavafis, Pablo Neruda, Anais Nin, Henry Miller, Victoria Ocampo, Teresa de la Parra, Ezra Pound, César Vallejo y Virginia Woolf, ¿entre otros varios?
Lucila de María del Perpetuo Socorro Godoy Alcayaga fue, si nos atenemos a los hallazgos recientes, algo bien diferente a Gabriela Mistral, "mujer fiel hasta la muerte". Sus epístolas [Cartas de Amor de Gabriela Mistral, Santiago, 1978] revelan que desde su tierna adolescencia conoció más amores que aquella única y renunciada pasión por la cual fue tan elogiada en vida. "Esas cartas —dice Federico Schopf [Reconocimiento de Gabriela, en Araucaria de Chile, 45, 1989, págs., 57-72] —muestran la intensidad de sus pasiones, sus mecanismos represivos, sus cambios de decisión, la claridad de su inteligencia opacada por prejuicios procedentes de su educación católica y la provincia, las luchas entre su fuerte voluntad y sus sentimientos, el cansancio que le produce la docencia tradicional, asumida por necesidad económica, la fascinación que ejerce sobre ella el amor prohibido".
Desolación, el volumen de versos y prosa que creó su prestigio, fue publicado en Nueva York bajo los auspicios de Federico de Onís y Arturo Torres Rioseco. El título, de corte romanticoide, parece surgió de la Isla de la Desolación, en Punta Arenas, donde Mistral trabajó a finales de la primera década del siglo. La primera de sus partes está compuesta por cuatro apartados con rótulos no menos convencionales: Vida, La escuela, Dolor y Naturaleza; la segunda, por dos, más prosaicos aún: Prosa escolar y Cuentos escolares. En la sección Dolor están los sonetos, en alejandrinos, que aluden a la muerte de Ureta, con los cuales ganó los Juegos Florales de Santiago. El suicidio del amante es un castigo divino, la despreciada ha sido escuchada por Dios y ahora se complace con su muerte pues así ninguna otra podrá arrebatárselo.
Del nicho helado en que los hombres te pusieron,
te bajaré a la tierra humilde y soleada.
Que he de dormirme en ella los hombres no supieron,
y que hemos de soñar sobre la misma almohada.
Te acostaré en la tierra soleada con una
dulcedumbre de madre para el hijo dormido,
y la tierra ha de hacerse suavidades de cuna
al recibir tu cuerpo de niño dolorido.
Luego iré espolvoreando tierra y polvo de rosas,
y en la azulada y leve polvareda de luna,
los despojos livianos irán quedando presos.
Me alejaré cantando mis venganzas hermosas,
¡porque a ese hondor recóndito la mano de ninguna
bajará a disputarme tu puñado de huesos!
II
Este largo cansancio se hará mayor un día,
y el alma dirá al cuerpo que no quiere seguir
arrastrando su masa por la rosada vía,
por dónde van los hombres, contentos de vivir...
Sentirás que a tu lado cavan briosamente,
que otra dormida llega a la quieta ciudad.
Esperaré que me hayan cubierto totalmente...
¡y después hablaremos por una eternidad!
Sólo entonces sabrás el por qué no madura
para las hondas huesas tu carne todavía,
tuviste que bajar, sin fatiga, a dormir.
Se hará luz en la zona de los sinos, oscura;
sabrás que en nuestra alianza signo de astros había
y, roto el pacto enorme, tenías que morir...
III
Malas manos tomaron tu vida desde el día
en que, a una señal de astros, dejara su plantel
nevado de azucenas. En gozo florecía.
Malas manos entraron trágicamente en él...
Y yo dije al Señor: "Por las sendas mortales
le llevan. ¡Sombra amada que no saben guiar!
¡Arráncalo, Señor, a esas manos fatales
o le hundes en el largo sueño que sabes dar!
¡No le puedo gritar, no le puedo seguir!
Su barca empuja un negro viento de tempestad.
Retórnalo a mis brazos o le siegas en flor"
Se detuvo la barca rosa de su vivir...
¿Que no sé del amor, que no tuve piedad?
¡Tú, que vas a juzgarme, lo comprendes, Señor!
Los versos son ásperos —"dulcedumbre de madre", "espolvoreando tierra", "venganzas hermosas", duros, y el acento enérgico, pero en ningún caso puede decirse brinden una concepción del amor novedosa como la que había aparecido en poemas de Vallejo, Kavafis o Eliot, quien con El canto de amor de Alfred J, Prufrock había puesto Upside Down las corrientes concepciones de las relaciones amorosas entre hombres y mujeres. Lo que sobresale en esos sonetos y el resto de los poemas de Desolación son ciertas habilidades métricas bien repetidas desde las experimentaciones de Darío, pero nada más. Usa del alejandrino en sonetos y serventesios, combina alejandrinos con heptasílabos, retorna a la silva, redacta un romance en decasílabos y abunda en coplas. Y al fondo de estas tradiciones recientes o remotas, Dios, el Dios del catolicismo, Jesucristo, como principio y fin de toda derrota:
Grávidos van nuestros ojos de llanto
y un arroyuelo nos hace sonreír;
por una alondra que erige su canto
nos olvidamos que es duro morir.
No hay nada que ya mi carne taladre.
Con el amor acabose el hervir.
Aún me apacienta el mirar de mi madre.
¡Siento que Dios me va haciendo morir!
(Palabras serenas)
Según otra patraña, Mistral renunció a la maternidad pues solo quiso tener un hijo con el suicida. Sus sentimientos se vaciaron en poemas dedicados a los niños y en ese amor se habría realizado. Pero esos versos, que tanto repitieron la radio y las bocas de las madres americanas, tampoco han soportado el cambio de los tiempos pues están llenos de lugares comunes y de forzadas metáforas pseudo-modernistas enmarcadas por una visión a medias cristiana y a medias burguesa de la maternidad y la niñez.
Duerme, duerme, dueño mío,
sin zozobra, sin temor,
aunque no se duerma mi alma,
aunque no descanse yo.
Duerme, duerme, y que en la noche
seas tú menos rumor
que la hoja de la hierba,
que la seda del vellón.
Duerma en ti la carne mía,
mi zozobra, mi temblor.
En ti ciérrense mis ojos.
¡Duerme en ti mi corazón!
(La madre triste)
Poemas que, de no haber sido firmados por Mistral, Premio Nobel de Literatura de 1945, bien podrían adjudicarse a Nervo o Florez, románticos trasnochados. Una poesía "distraída, de oficio de silencio, que no pisa ni respira".
Abandonada por su padre a los tres años, Gabriela, luego de haberse enamorado a los quince años de Alfredo Videla Pineda, un distinguido millonario mayor veinte años que ella, dos años más tarde conoció a Romelio Ureta, un funcionario de los ferrocarriles que luego de haber robado un dinero de la caja de caudales terminó por suicidarse en 1909, a quien consagró unos sonetos con los cuales ganó un premio, cinco años más tarde, que le hicieron famosa y cuyo segundo puesto ocupó el poeta colombiano Claudio de Alas. Desde entonces inició una imparable expedición por América y Europa que la llevaron hasta Brasil, donde en Petrópolis, tras ganar el Premio Nobel, se suicidó Yin Yin [Juan Miguel Godoy Mendoza], un jovencito de 18 años que decía era su sobrino, pero en verdad era su hijo, que "había adoptado" a los cuatro años con la ayuda de una de sus amantes.
Mistral murió en los brazos de su último amor, la norteamericana Doris Dana, en Nueva York, la ciudad donde había conocido a Germán Arciniegas y otros intelectuales colombianos que promovieron, ante Estocolmo, su candidatura al Nobel, con la peregrina tesis que ella, la "Benemérita del Ejército Defensor de la Soberanía Nacional" como la llamó el general de la resistencia contra la ocupación norteamericana de Nicaragua, Augusto Sandino, era mejor poeta que Pablo Neruda, que ya había publicado Residencia en la tierra [1935] o Federico García Lorca su Poeta en Nueva York [1930] y Jorge Luis Borges, Ficciones [1944].