En la medida que van pasando los días y el panorama frente a al número de contagiados por el COVID19 en distintos países sigue siendo negativo, parece que los avances en materia de seguridad y protección sanitaria se quedan cada vez más cortos. Sin embargo, en países como España y Francia la esperanza se ha puesto en la responsabilidad y el compromiso tanto de los gobiernos como de las personas que se están quedando en casa para mantener en conjunto un orden y un control sanitario más efectivo por parte de las autoridades.
Sin embargo, a diferencia de otros países, en Colombia el confinamiento voluntario por parte de un gran número de ciudadanos parece no ser una opción muy acatada, (es cierto que para muchos parece que no hay que alarmarse) pero no precisamente porque no haya miedo frente al contagio y la propagación de la enfermedad, sino más bien, porque en Colombia dejar de trabajar no es una opción.
Nuestra realidad, esa que hemos vivido durante décadas, se ha visto reflejada durante estos días, principalmente por una brecha abismal en la que la desigualdad social, el desempleo, la obligación de salir a las calles y la pobreza que azota a miles de familias, determina la imposibilidad de muchos colombianos para quedarse en su casa, para proteger su salud. El miedo en Colombia, no es una alternativa ante la necesidad y la vulnerabilidad.
La cuarentena en Colombia es un privilegio de clase social, sobre todo, si hablamos de aquellas familias que diariamente viven del "rebusque", o los aproximadamente 14 millones de trabajadores informales que necesariamente deben salir a buscar su sustento, pues según el más reciente reporte del Departamento Administrativo Nacional de Estadística (Dane) la informalidad laboral de Colombia llega al 46 %.
Efectivamente, quedarse en casa es un privilegio para muchos colombianos. Mientras que en este momento, miles de familias vulnerables, niños y ancianos de bajos recursos están pasando por situaciones de precariedad, les está faltando "lo del diario" un arriendo, un mercado, y en muchos casos esa casa en la cual poderse confinar. (esto de por si es algo que ha sucedido siempre) Por otro lado, para muchos otros ciudadanos irresponsables ante la situación amerita tomar este momento de crisis como tiempo vacacional.
Es cierto, que lamentablemente a este pueblo lo que le sobra es abandono, al gobierno poco o nada le parece importar el riesgo frente al futuro y la preocupación de los empleados, pequeños empresarios y trabajadores del comercio informal y si no se hizo nada antes, obviamente en estos momentos, esa no es una prioridad. En este caso lo que para muchos resulta un alivio y un parte de tranquilidad, para otros representa una calamidad.
La reflexión entonces gira en torno a la necesidad de que tengamos ese sentimiento empático desde otra perspectiva. Que veamos que la crisis política y social no se reduce solo a esta enfermedad. Se trata también de despertar, de darnos cuenta de que nos falta mucho para satisfacer las necesidades básicas de nuestra sociedad. Hoy, por ejemplo, no estamos preparados para afrontar una epidemia y mucho menos para solventar la crisis económica y sanitaria que esto pueda desencadenar.
Debemos procurar que nuestros actos no perjudiquen la vida de los demás. La responsabilidad por supuesto está en quedarnos en casa, pero también que este tiempo de crisis nos permita cambiar de mentalidad, que pensemos en aquellas familias que muy posiblemente se quedarán sin empleo, sin alimentos o un techo donde habitar, que reflexionemos ante la cruda realidad de que en este país la vida también se arriesga por la necesidad de salir a trabajar.