“Feliz navidad y próspero año nuevo” son las palabras que encierran el optimismo o mejor la esperanza de un mundo mejor. Los festejos de final de año se visten de luces titilantes de colores y estruendos de pólvora. En el primer día de enero, desde el alba casi hasta el anochecer, las calles están vacías. No faltan los borrachitos tirados en las aceras o en los separadores de las vías. Y en muchas salas de las casas, hombres y mujeres amanecen al son del licor y en el olor de la música. Mientras por las emisoras y la televisión no dejan de lanzar las advertencias y cuidados que se deben tener ante ese enemigo invisible que es el covid. Y se tiene la ilusión, al menos eso se dice que el optimismo de vacuna (si es que llega) hará retroceder el contagio y que la parca volverá al ritmo normal de antes que llegara esa plaga invisible que ha llevado al confinamiento.
El aire del progreso que inunda todos los rincones del planeta con las nuevas comodidades y los inventos. Y los medios de comunicación abren el camino hacia un año en que se acercan las elecciones para la continuidad de la democracia pues se dice que ella garantiza los derechos y libertades de todos los ciudadanos, pues los males que aquejan a la sociedad se atribuyen a la tendencia hacia el narcotráfico y, que al fin y al cabo hay que fumigar los cultivos ilícitos.
Mas lo que se promueve y promete es el desarrollo de la agricultura y la ganadería industrial, la concesión a las compañías mineras, la construcción de represas para la producción de electricidad, el embotellamiento del agua para ser vendida en tiendas y supermercados. Y poco importa la destrucción de la naturaleza, ya que lo importante es la ganancia y el devenir de los negocios lucrativos.
En el auge del progreso las noticias lanzan al aire hechos aislados y sin importancia. Los desplazamientos de las comunidades campesinas de los lugares donde se establecerán las empresas, las masacres de los líderes sociales en los lugares de conflicto, los asesinatos sin que se sepa quién los realiza, las muertes sin causa, los pequeños productores que quiebran, los informales que no tienen ni salud, ni educación, perseguidos por la policía. Y de cada arbitrariedad se promete una investigación y entonces se piensa que son multitud los investigadores.
Y de los cuatro principios sobre los que se erige la democracia (libertad e igualdad, propiedad y seguridad), hay que mirar cómo se separan las ideas porque lo que es la libertad y la igualdad se vuelven imprecisas. Bien parece que la libertad no es otra cosa que la libertad de los grandes propietarios para sus empresas. La igualdad quizá solo se queda en el documento de identidad, porque en el mundo real hay iguales, igualitos e igualados, dado que este principio se vuelve difuso porque vale considerar que hay diferentes estratos en eso que se denomina equidad. La seguridad es para conservar la gran propiedad.