Hubo una época en la que era un placer salir a beber en Bogotá. Siempre hubo frío, la lluvia ácida nunca ha parado de caer, la altura resta respiración, embota los sentidos, no es fácil vivir en la capital. Sin embargo, el último bálsamo es la bebida. Entonces las tiendas de barrio eran muy importantes. Había variedad de música, incluso muchas tenían rockolas y se podía escoger las canciones que el trago y los sentimientos imponían. Además estaban las opciones, poder elegir el veneno que nos tomábamos era lo mejor. Poder decir que, después de una Poker, nada mejor que un trago de aguardiente, era una opción que todo ebrio debe tener. Ahora todo esto se perdió.
BBC, desde la década pasada, fue el puñal que acabó con las tiendas de barrio que vivían, en buena medida, de la cerveza que tomaban los borrachos. Sin embargo ahora estamos supeditados a una cadena, a algo tan impersonal como una cadena, atendidos por barmans que no tienen otra conexión con el chuzo que atienden que el del sueldo que reciben. Ya no hay esa sensación de hogar. Además, ¿cómo es eso que sólo podamos tomar el brebaje que hacen? A mí no me gusta ese sabor pesado ni el efecto que provoca que no tiene nada que ver con la euforia de una borrachera sana. Además lo caro que es. Señores, para uno tomar en paz se necesitan tiempo y billetes, y ninguno de los dos lo tenemos. Así que nos encantaría que nos devolvieran las tiendas de barrio.
Hay lugares que resisten como Café Pushkin del amigo César Jeréz con su variedad de cervezas artesanales tipo Vándala o la inolvidable señora Ceci de La Candelaria, con sus rockolas, su tequila José Cuervo a Cinco mil, su cerveza a dos mil. Y cada vez que vean a un veci que aún mantiene, heroico, su local, apóyenlo bebiendo hasta el final, inviten a sus amigos, alimenten familias que así lo necesiten y exploten la música, porque no puede ser que una lista de reproducción poniendo puro rockcito de los noventa, sea la dictadura que tengamos que soportar los que queremos ejercer nuestro derecho a emborracharnos.