Dentro de mi simple vida de funcionario público tuve la fortuna de conocer el pueblo indígena de la etnia zenú, cuyo territorio históricamente, desde alrededor del 200 a. C., comprendía los actuales departamentos de Córdoba, Sucre y parte del territorio del Bajo Cauca Antioqueño, Urabá y el centro de Bolívar.
Antes de la llegada de los españoles estaban políticamente organizados en 103 cacicazgos distribuidos en tres provincias: Fincenú, Pancenú y Zenufana, entre las que se mantenía un constante intercambio económico.
Los ubicados en las riberas del río Sinú y en las sabanas del antiguo Bolívar formaban parte de los Fincenú, dedicados al tejido y a la cestería, elaboradores del famoso sombrero “vueltiao”, reducidos en su mayoría en el resguardo indígena de San Andrés de Sotavento, de origen colonial, creado en 1773 por la Corona Española mediante cédula real, reconocido por la Ley 89 de 1890 con una extensión de 83.000 hectáreas, las cuales se fueron perdiendo por diversas causas y transferidos a propietarios particulares, iniciándose en el año de 1973 un proceso de recuperación de tierras, que les ha significado tener el dominio de aproximadamente 14.000 hectáreas en la actualidad.
Su organización política adoptó la figura colonial del cabildo, con uno mayor en cabeza del cacique y una multiplicación de cabildos menores con sus respectivos capitanes.
La acelerada presión sobre este grupo humano determinó la pérdida no solamente de la mayoría de su territorio, sino también de la lengua y de numerosas tradiciones y elementos de la cultura zenú. Sin embargo, valores colectivos ligados al territorio, la manera de organizarse, la caña flecha, materia prima del sombrero.
Las semillas propias y en entre otros la preparación de la chicha a base de maíz para embriagarse en sus ceremonias y fiestas, como antecedente próximo del ron ñeque, también conocido como chirrinchi, una bebida alcohólica artesanal con una importante carga simbólica para los pueblos como el wayú y el zenú que lo utilizan para eventos relevantes con el objetivo de compartir, unir y apoyar en comunidad. El ingrediente principal del ñeque es la panela, uno de los productos más importantes de la economía colombiana.
El ñeque recibe su nombre de un animal parecido a la ardilla y que habita en cuevas difíciles de encontrar, escondiéndose de depredadores o acechadores como lo hacían en antiguas épocas los fabricantes de ron “ilegal” en el Caribe, cuando se prohibía su fabricación.
La bebida que ha resistido a su desaparición también es utilizada para tratamientos medicinales, en los que se mezcla con diferentes plantas para tratar dolores de cabeza, fracturas y hasta para contrarrestar los efectos de mordeduras de serpientes.
De acuerdo con las investigaciones al respecto realizadas por pos Icanh y Colciencias es una práctica que pervive y ya tiene más de 400 años. “La destilación siempre ha sido una forma de resistencia a la Corona Española, al gobierno republicano, a la guerrilla. Es algo que el campesino sigue haciendo tercamente, aunque cada vez en más países se tiende a legalizar este tipo de bebidas”.
Para comprender su denominación debemos empezar por el término inglés “Moonshine”, común para definir la bebida alcohólica destilada en forma casera, pero en lugares en donde estaba prohibido este tipo de actividad. Por eso el término “Moonshine” (Brillo de luna en español) denota a quienes fabrican el chirrinchi de noche para no ser arrestados bajo el cargo de producción ilegal de licor.
Ahora bien, como una palabra podría derivarse de moonshine a chirrinchi o ñeque. Sigue siendo un misterio, pero si nos damos licencia de aplicar nosotros mismos la lógica, la actividad de generar alcohol casero se vino haciendo en diferentes lugares del mundo, sociedades con costumbres e idiomas diferentes. Todos con el mismo fin: hacer un licor propio, que fuese fuerte y por supuesto lucrativo.
El arte de la destilación se conoció en Europa desde comienzos del siglo XII y fue traído a América durante la conquista. Desde entonces, quedó en manos de artesanos que rudimentariamente producen licores de calidad dudosa, ligado siempre a la vida del campo ya que es la caña de azúcar el producto básico para su elaboración.
La ley de monopolio rentístico establece que además de los departamentos, las comunidades indígenas y actualmente, mediante fallo de tutela, los afrodescendientes, pueden producir bebidas alcohólicas, previo el cumplimiento de los protocolos establecidos por el Invima y el Ministerio de la Cultura
En la comunidad indígena de Sacana, municipio de Momil. El departamento de Córdoba existió un gran líder indígena de nombre Baldomero Álvarez, quien luchó por el reconocimiento del resguardo de San Pedro de Alcántara de La Sabaneta, esgrimiendo para ello los documentos remitidos desde los Archivos de Sevilla (España) y los estudios realizados por el sociólogo Orlando Fals Borda en el tomo IV del retorno a la tierra de su libro La historia doble de la costa.
Baldo, como cariñosamente lo llamaban, que ostentaba el cargo de Cacique, tenía una compañera a quien le decía “La Cato”, quien tenía la sabiduría ancestral de producir un ñeque especial al que le agregaba plantas, raíces y frutas medicinales extraídas de las entrañas boscosas de la Sierra Chiquita, conocida por sus cetas y animes y que le llaman “Contra”.
La bebida más apetecida era la que se envasaba en un garrafón pecho hundió de aguardiente que estaba desportillado en los lados de donde iba la tapa y que popularmente le decían la “pico mocho” llena de raíces y otras especies, que tenía propiedades afrodisíacas y que servía en una copita de madera a la que llamaban “copa e mico”. Este garrafón estaba destinado para los personajes, funcionarios y quien cayera en gracia que visitaban al Cacique Baldo.
Lo cierto era que todos los que lo visitábamos y probábamos la “pico mocho”, nos trajimos una botella llena con sus respectivos aderezos, sin importar el aliento a sapo que destiláramos siempre y cuando vigorizara la libido sin necesidad de mero macho o similares.