He estado reflexionando sobre las enfermedades de salud mental (las muchas que existen ) en el pleno auge de las dinámicas sociales emergentes, en las que se inmiscuyen los centennials y nosotros los millennials.
Llegué a una conclusión muy sencilla: hay que dejar de romantizar el uso indiscriminado de esa ‘moderna empatía’ que, últimamente pulula y que no trasciende más allá de las redes sociales.
Pareciera que sufrir depresión o ansiedad, en esta época, se hubiese convertido en una moda que le da una especie de estatus de compasión o admiración al que la sufre, y es el aliciente, la dosis perfecta de conmiseración y altruismo, con la que mucha gente últimamente se vanaglorea de ser mejores personas, cuando en realidad, su accionar real no transgrede de compartir estados y nunca se extiende en acercarse, en carne y hueso, a alguien de su trabajo, de sus amigos o de su familia, para preguntarle si es verdad que “todo está bien”.
En este sentido, hay que empezar a hacernos más conscientes de que al igual que la diabetes o el cáncer, enfermedades como la depresión no se curan sólo con cadenas de WhatsApp, ni con comentarios de “cuenta conmigo” del otro lado de la pantalla, ni mucho menos con expresiones carentes de racionalidad como “ponle mejor cara a la vida” y “piensa positivo”.
En palabras sabias de mi terapeuta esta semana: “la depresión no se cura sólo a punta de sonrisas y buena actitud”.
Agregó: “por algo existimos los psiquiatras, somos médicos, que nos especializamos en las ENFERMEDADES de la mente, tal cual, como existen cardiólogos, médicos, que se especializan en las enfermedades del corazón”.
¡Sí, es una enfermedad! ENFERMEDAD. Nadie se la inventa, nadie que la ha padecido escogería o quiere tenerla, así como tampoco han elegido tener pulmones defectuosos, aquellos que sufren de asma.
Es que si los problemas de salud de cualquier tipo vinieran en un catálogo de ventas, de seguro ninguno de nosotros los compraría.
Sin embargo, hoy en día, el tema de la salud mental ha cogido mucha fuerza en el mundo, especialmente en el digital, ¿será acaso porque quizá se dieron cuenta que estas vainas. en serio, matan personas? ¿O porque sólo los casos de cantantes, actores o influencers, que han hecho público sus casos, son los únicos que logran conmover momentáneamente?
En todo caso, las cifras de suicidio en el mundo, son alarmantes. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS),alrededor de 800.000 personas mueren al año, un equivalente a casi toda la población de Cartagena; es decir, cada 40 segundos, una persona se suicida en el mundo.
En el caso de Colombia, la OMS, hasta el año pasado 2019, indicó que el porcentaje en el país es alto.
El 4,7% de los colombianos sufren de depresión, en especial las mujeres y de cada 100 colombianos, dos padecen de trastorno afectivo bipolar, siendo éstos, padecimientos que afectan principalmente a los niños y jóvenes.
Y es que sí, en estos tiempos de viralidad e inmediatez, se ha estallado un repentino ‘boom’ de solidaridad y un brote de empatía que, en ocasiones, he tenido que vislumbrar sin que ello ejerza resultado alguno sobre mi estado de ánimo y mientras estoy en mi cama, como un zombi sin poder dormir, vacía, desesperada y llorando en silencio a las 4:00 de la mañana, esperando a que haga efecto, mi dosis diaria de Trazodona.
¡Claro! Se lee muy bonito lo que muchos publican apropiándose del tema, vacano, chévere, es una iniciativa con buenas intenciones sin duda, pero en sí misma poco efectiva.
¡Definitivamente, hay que trascender! En estos casos, que no hay mejor muestra de empatía que empezar a complementar la publicación, con una acción.
He tenido que vivir en carne propia la hipocresía moral, de los que que se jactan de su grado de ‘empatía único’ por doquier, pero que cuando he estado, tratando de disfrazar una crisis depresiva con una sonrisa falsa que se nota a leguas, no han sido ni siquiera capaces de decirme “¿te puedo ayudar en algo? ¡ven conversemos! ¿Quieres desahogarte? ¿Te sientes bien hoy?”. Sólo se lo pasan por alto.
Pocas veces y pocas personas en estos casos, eligen no conformarse con la respuesta típica de “no pasa nada” y eligen insistir, e ir más allá.
El punto de todo esto, es entonces muy simple. Ante este tipo situaciones, es necesario dejar de alardear tanto a través de las redes sobre lo ‘empático o empática que soy’, para trasladarnos al plano real y empezar a ponernos realmente en la piel del otro; dejando atrás esa empatía selectiva que a veces nos corroe como sociedad y que se manifiesta cuando, al parecer, sólo tenemos compasión por el famoso que habla de depresión en videos o canciones, mientras por el contrario, ignoramos y minimizamos la aflicción del ser humano que tenemos al lado y que a veces hace parte de nuestra propia familia.
En la depresión no es muy fácil pedir ayuda, como la gente cree y lo vocifera.
Es por eso que este escrito, más que cualquier cosa, es una invitación respetuosa, a fortalecer el mensajito de superación, abrazando más, llamando más, visitando más y acompañando más.
A ese compañero, que ha faltado a su trabajo últimamente y usted no sabe el porqué, pero que es evidente que pasa un mal momento; a esa amiga, que ya no es la misma y ha expresado sentirse triste o sin energía; a ese hermano, que no sale todo el día de su habitación porque se siente agotado y sólo quiere estar durmiendo; a esa novia, que no se halla y que repentinamente llora porque no encuentra una salida, ni tiene ánimos de pararse de su cama a enfrentar la vida y teme que la sociedad la señale de ‘floja’.
Po eso, a todas las personas que quieren aportar su grano de arena ante estas situaciones, el mejor consejo que puedo darles, desde mi experiencia personal, lidiando desde la adolescencia con una depresión que, ahora se ha vuelto crónica y medicada, es que por favor, INSISTAN y PERSISTAN.
Si conoce o sospecha de alguien que puede estar sufriendo de depresión o de cualquier otro trastorno mental, no se conformen, ¡Vayan, llamen, inviten, propongan, alienten! No se rindan ante los probables ‘no’ y las reiteradas excusas que reciban de su parte.
Insista! Si es posible, acuéstese a su lado y abrácelo en silencio. Manifiéstele que no está solo, que sienta su apoyo allí, en vivo y en directo. Manténgase junto a esa persona y convídelo a compartir con usted, así sea un helado en el andén. Vayan a dar una vuelta. Llámelo constantemente y entable una conversación. Trate de sacarlo del encierro. Caminen. Propóngale hacer junto con usted ejercicio o practicar algún deporte. Muéstrele que aún el sol brilla allá afuera, intente que salga, que se disipe, que se distraiga y que vuelva a sentir el viento abrazándolo de nuevo.
Y claro, en el más sensato de los casos, convénzalo de acudir a un profesional, y sino, acompáñelo usted mismo a la cita. Créanme de corazón que eso, eso, es más efectivo que cualquier mensaje desde la distancia, leído a través de una pantalla.
Seamos empáticos, pero empáticos de tiempo completo.