A propósito del inicio de la cuaresma y el día de la mujer, fechas tan importantes para los colombianos, resulta casi irónica la forma en la que estas son celebradas y admiradas por una sociedad donde la “santidad” o el respeto por la mujer parecen una utopía, al menos eso demuestra el día a día de este país.
Observamos como miles de individuos inundaron las iglesias y posteriormente las redes sociales exhibiendo aquel símbolo que los define como partícipes de la rectitud y la buena moral, la santidad, la divinidad o todo lo que quepa dentro de lo que es políticamente correcto, sin embargo, si tantos miles de personas se consideran firmes practicantes de las enseñanzas bíblicas, ¿por qué la sociedad colombiana es una de las más violentas y corruptas? La respuesta puede ser más simple que la propia pregunta y es que pareciese que esa fuese la naturaleza del colombiano, la de engañar, atacar y calumniar mientras se presenta ante los demás como si viviese a la derecha del mismísimo san pedro, para nadie es un secreto que vivimos en un país donde los sicarios rezan más que los sacerdotes.
Esta hipocresía comportamental no solo es evidente durante las celebraciones religiosas, sino que hace parte del conjunto del pensamiento colectivo de muchos colombianos, de nada nos sirve adornar las calles de flores, frases y regalos para la mujer, cuando las cifras de violencia sexual y feminicidio aumentan cada día de forma vertiginosa, cuando el hombre en medio de su ignorancia sigue creyendo que tiene más autoridad, habilidad o privilegio que aquella que le dio la vida o de su compañera de vida.
Así es y ha sido por décadas, Colombia, a pesar de esa leve percepción de progreso, sigue siendo la misma sociedad doble moral que se presenta ante el mundo como una tierra de paz, igualdad y hasta santidad pero no deja de ser la tierra de los genocidas bendecidos donde da miedo ser mujer.