Mucho se ha discutido sobre la película que tantos esperaban. Por fin una muestra de nuestra cultura plasmada en un corto animado de una empresa de tal prestigio como Disney. Mientras para algunos la película es una obra maestra, para otros (incluido yo) le faltó ese toque que nos hiciera sentir que la película sobre Colombia era sobre… Colombia.
La película tiene una producción audiovisual digna de Disney, espectacular. Pero la historia, el trabajo de los personajes y el doblaje colombiano no fue el mejor.
Pero si la película puede haber fallado en plasmar la esencia cultura colombiana en esa hora y treinta y nueve minutos, lo que sí no falla en ese propósito son los comentarios en las columnas de opinión sobre Encanto. Y es que no decepciona el entrar a las redes sociales para ojear las discusiones.
Somos incapaces de recibir una crítica de manera racional, no importa si es constructiva o venenosa. He visto muy buenos argumentos del porqué la película pudo ser mejor seguido por una interminable lista de comentarios descalificando al escritor, eso sí sin hablar mucho de los argumentos. “Mejor quédese de psicólogo que de crítico de cine no tiene nada”, “es que no se puede hacer nada de Colombia sin que lo critiquen”, y más.
La crítica es una parte fundamental de la construcción del conocimiento, pero más importante es educarnos a escucharla y separar las emociones que nos generan, de su contenido.
Se espera que una persona pueda estar o no de acuerdo con la crítica, que la argumente o la acepte, pero al menos que la escuche la interiorice y decida. En las redes poco se hace eso, la razón y las vísceras van unidas teniendo más importancia las últimas normalmente.
Y eso pasa con todo, si un comentarista extranjero critica la actuación de la selección, un noticiero extranjero relata un problema interno, un artista habla sobre el país. Con todo, no hay un pensamiento crítico.
Parece algo normal, algo relacionado con el sesgo de autoconfirmación. Una vez escogida una manera de pensar, pocos se dan la oportunidad de escuchar a otro, y cuando se ven obligados a hacerlo, acto seguido sigue su desacreditación sin importar los argumentos, tal como pasa con nuestra amada, pero no tan excelente película Encanto.