Soberanía alimentaria en Bogotá, una urgencia popular antes, durante y después del COVID-19

Soberanía alimentaria en Bogotá, una urgencia popular antes, durante y después del COVID-19

"Lejos de mendigar la ayuda de un Estado a todas luces incompetente, proponemos como fórmula la solidaridad ciudadana, el apoyo mutuo y la libre asociación"

Por: David Arturo Sepúlveda Durán
julio 21, 2020
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Soberanía alimentaria en Bogotá, una urgencia popular antes, durante y después del COVID-19
Foto: Julianruizp - CC BY-SA 4.0

“La soberanía alimentaria es el derecho de cada pueblo a definir sus propias políticas agropecuarias y en materia de alimentación, a proteger y reglamentar la producción agropecuaria nacional y el mercado doméstico a fin de alcanzar metas de desarrollo sustentable, a decidir en qué medida quieren ser autosuficientes, a impedir que sus mercados se vean inundados por productos excedentarios de otros países que los vuelcan al mercado internacional” (Rosset & Martínez, 2014, p. 1).

La soberanía alimentaria es más que un concepto abstracto de la ciencia política, no es una nueva práctica izquierdista o una urgencia reciente nacida con el COVID-19. Por el contrario, representa una lucha milenaria de todos los pueblos del mundo, entre la vida y la inanición, que históricamente ha impulsado al Homo sapiens a bajar de los árboles para sustentar una alimentación digna para cada uno de los miembros de su comunidad o familia, pensando tanto en el ahora como en las generaciones futuras Esto implica, entre otras cosas, reconocer como fundamentales ciertos derechos humanos, que deben ser entendidos de la siguiente manera: alimentarse saludable y nutritivamente; no padecer de hambrunas si se tiene un suelo fértil junto a la mano de obra local de una sociedad trabajadora; poder autosustentarse mediante su propio trabajo sin tener que someterse a condiciones indignas e infrahumanas mendigando ayudas estatales; evidenciar la inmensa riqueza de alimentos locales; valorar los conocimientos ancestrales de agroecología pero fundamentalmente garantizar el acceso y disfrute de la tierra junto a los medios de trabajo necesarios para producir alimentos.

De tal manera, podríamos situar el origen de esta necesidad humana por auto sostenerse y auto sustentarse, en las primeras sociedades cazadoras y recolectoras, pero limitaremos este artículo, para hablar de su urgencia latente en medio de una pandemia que asienta sus esqueléticas manos sobre América Latina, la región más desigual del planeta, buscando desarrollar posibilidades para la acción local, barrial y distrital a nivel de Bogotá, que quizás lleguen a materializarse en propuestas reales en cada uno de los territorios de nuestros lectores, experiencias basadas en la solidaridad, la ayuda mutua, el accionar y la reflexión política.

El insaciable monstruo neoliberal, la inequidad y las hambrunas globales

Como veníamos diciendo, el acceso a la tierra, el derecho al trabajo y la necesidad de alimentación digna, ha sido sin duda el motor que ha dado vida a la historia de las sociedades humanas y en tierras colombianas ha significado muerte, violencia, despojo y desplazamiento de millares de indígenas, campesinos o pueblos afrocolombianos por más de 100 o 200 años, pueblos excluidos que al verse expropiados de sus tierras (por las leyes, las armas legales e ilegales, la cocaína y los súper ricos), se han visto forzados (mediante el hambre y la intimidación), a marcharse a las grandes ciudades como Bogotá, Cartagena, Cali, o Medellín, en donde suelen rencontrarse con el mismo abandono o desprecio estatal que los ha hecho padecer los peores vejámenes de una guerra interminable.

Sin embargo, para cambiar esta situación de cosas, cabe aclarar en que se sustenta esté cruel sistema colombiano de carácter terrateniente, señorial, casi feudal (que dice llamarse capitalista), cuya ambición no es otra que la de acumular ilimitada, constante e ilimitadamente ganancia monetaria o de propiedad sobre la tierra; modelo que opera bajo cinco reglas sumamente crueles pero simples:

1. A menor costo de producción mayor ganancia.

2. Entre mayor nivel de acumulación, mayor nivel de riqueza social (solo para quien pueda pagarlo).

3. Los derechos fundamentales se convierten en servicios o productos que se compran y se venden en el mercado financiero (bancario).

4. El Estado solo debe intervenir mediante el uso de la legitima violencia para garantizar seguridad a la propiedad privada de los más ricos y debe renunciar a sus responsabilidades sociales para descargarlas en el sector privado que se ve beneficiado con negocios rentables como el de la salud, la educación o la seguridad alimentaria.

5. Entre menos repartida esté la riqueza entre la humanidad será mayor el nivel de acumulación que puedan disfrutar algunos cuantos (Ej. George Soros, Donald Trump, Sarmiento Ángulo o los Santo Domingo).

Este modelo, al que han llamado neoliberalismo ha implicado para los países del sur global (principalmente en África y América Latina), una profunda desigualdad social que los ha despojado de su soberanía alimentaria, poniendo a miles de personas en grave peligro de inanición, ya que concentra los beneficios económicos en los bolsillos de una adinerada minoría empresarial, terrateniente, latifundista y/o narcotraficante, aliada con las instituciones estatales a escala nacional e internacional, maniatando a los gobiernos débiles y corruptos del tercer mundo con TLC entre países empobrecidos con países ricos, o prestamos costosos a entidades financieras multilaterales como el FMI, que imponen medidas de poco costo para los Estados para que estos puedan pagar sus deudas, en contravía de los programas o subsidios sociales a nivel local; ahora bien con tal acumulación devoradora e insaciable, las grandes corporaciones son capaces de dejar sin tierra, alimento, techo y abrigo a miles de millares de personas a nivel global, nacional o local; personas que no desaparecen para convertirse en rimbombantes cifras estatales, sino que por el contrario, deambulan hambrientas en aceras, semáforos, buses, veredas y municipios, rebuscando algún sustento diario, mediante la legalidad, la ilegalidad y la indignidad.

Aquel paisaje apocalíptico adornado de fosas comunes por doquier podría parecer una broma de mal gusto, confundiendo a un desprevenido observador que percibiera la riqueza del suelo colombiano, la misma que hace tanto describían con asombro los opresores esclavistas españoles, al mirar ingenuos la riqueza alimenticia de nuestros pueblos originarios, a quienes al igual que hoy se les niega, se les excluye, se los tortura, se les viola y se les asesina en medio del hambre física, material e inmaterial más paupérrima que ha visto el hombre, acompañada por la indolencia urbana, que desde hace mucho se resiste a preguntarse por el origen de la comida que sustenta su existencia; llegando a creer que sale directamente del supermercado de cadena, en el cual suelen malgastar a manos llenas un reducido salario mínimo.

Sin embargo, tal panorama es completamente comprensible cuando vemos los tipos de uso que se les da hoy en día a los suelos colombianos, en gran parte usados para ganadería extensiva, minería legal e ilegal, construcción urbanística, monocultivos, siembras ilegales y en un muy reducido porcentaje en actividades agroecológicas de pequeña producción. Lo que sin duda nos remonta a pensar sobre las causas estructurales de tan largo conflicto armado, que no encuentran solución con acuerdos de paz blandengues y populistas, sin garantizar en lo más mínimo las tan anheladas reforma rural o equidad social, para la enorme mayoría del “sancocho nacional”.

Por otro lado, en los centros urbanos se ha concentrado la riqueza en el sistema bancario endeudando cada día más a los trabajadores, que con sueldos bajos o medios, atormentados por la parpadeante publicidad de un éxito ilusorio y desprovistos de educación financiera, continúan endeudándose hasta perder el poco patrimonio construido, en manos de los bancos, los mismos que a través de empresas fachadas o cuentas extranjeras, además de evadir impuestos, mueven, lavan y secan el dinero del más rentable negocio nacional, el narcotráfico.

Inequidad social, solidaridad popular y ayuda mutua en tiempos de coronavirus desde los barrios bogotanos

Sin embargo, no pretendemos quedarnos en un asfixiante lamento inútil, quejándonos infructuosamente de las condiciones reales de un mundo altamente capitalista, autoritario, desigual e inhumano, atravesado por una pandemia, sino que por el contrario, entendemos entre otras cosas, la urgente necesidad que tenemos como especie de pasar de la crítica quejumbrosa, al accionar práctico de las ideologías (hacerlo real), proponiendo nuevas ideas, nuevos horizontes de futuros realizables, nuevas utopías por las cuales caminar, marchar, luchar, trabajar y resistir.

Vemos en la emergencia causada por el COVID-19 una simple coyuntura histórica de origen “natural o artificial”, que afecta nuestras comunidades y territorios de diferentes maneras, al desnudar el temible esqueleto de una sociedad supremamente desigual, que concentra capital, propiedad y poder político en las manos de pocos banqueros, terratenientes, políticos, narcos o latifundistas en detrimento de muchos otros, trabajadores, indígenas, victimas, ancianos, niños, jóvenes, etc… cubriendo nuestras calles de las ya folclóricas desgracias desempleo, desplazamiento, prostitución, inseguridad o hambre, sumados y exacerbados por las temibles filas de comparsas mortuorias en las puertas de hospitales desabastecidos, cementerios u hornos crematorios que se desbordan por la continuación del conflicto armado (matando líderes sociales, exguerrilleros y campesinos), al igual que por víctimas del hambre, el desespero, los feminicidios, la ansiedad, la depresión, el desempleo, el hambre y los pacientes no atendidos contagiados con el nuevo COVID-19.

Aún no vemos muertos tendidos en las aceras de las grandes ciudades (tal como en Guayaquil), pero somos testigos en primera línea (entre trapos rojos) de las indignas consecuencias del mercado capitalista, que antes nos resultaban cotidianamente ajenas en el “importaculismo” ciertamente tradicional de los rojos y desbordados trasnmilenios capitalinos. Hoy vemos angustiados en las noticias, la incapacidad estatal por resguardar el bienestar de la población rural o urbana, la codicia de los grandes bancos que aumentan sus ganancias en las bolsas internacionales, las alarmantes cifras de desempleo e inseguridad que no dejan de crecer, al igual que tememos el contacto con nuestros vecinos o allegados y nos sentimos ciertamente mucho más restringidos en nuestro activismo político, por el aparataje narcoparamilitar que históricamente ha gobernado el país de la mano de banqueros y monopolios empresariales.

No obstante, queda preguntarnos: ¿qué hacer?, ¿cuál camino tomar desde los barrios populares que hoy no pueden salir a mendigar su sustento?, ¿qué acciones emprender desde las periferias?, ¿cómo mantener a nuestras comunidades que se enfrentan al miserable desempleo o a la indignidad laboral? Pues nosotros lejos de mendigar la ayuda caritativa de un Estado nacional a todas luces incompetente, proponemos como fórmula la solidaridad ciudadana, el apoyo mutuo y la libre asociación, como camino valido para afrontar las pasadas y nuevas crisis sociales, ambientales o políticas; fórmula que entendemos más vigente hoy que nunca, en una Bogotá que padece los rigores del desempleo generalizado.

Proponemos entonces la creación de proyectos barriales de sustento comunitario basadas en la solidaridad y la ecuanimidad, entendiendo que a “cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades”; proyectos que se pueden materializar en diferentes formas de producción comunitaria, como huertas agroecológicas, emprendimientos solidarios, ferias de intercambios monetarios o no monetarios, procesos educativos desde abajo u otras expresiones de carácter artístico; todas ellas han de procurar estar sumamente descentralizadas, esto quiere decir, que su administración política, económica, presupuestal, material e ideológica, no pueden recaer exclusivamente bajo los hombros de ciertos representantes o grupos selectos, ya que la historia nos enseña el terrible riesgo que acarrea esto, en términos de corrupción, poder, desigualdad o adoctrinamiento.

Por el contrario, con el fin de materializar las esperanzas de una soberanía alimentaria justa, solidaría y real en la ciudad de Bogotá y en Colombia en general es necesario el compromiso de todos los actores involucrados en un proceso comunitario de tal alcance, que opere de formas horizontales y no verticales; lo cual implica necesariamente transparencia total en el manejo de los recursos implicados, actividad que debe ser clara para toda la comunidad de interesados, la constante rotación en las delegaciones administrativas, la formación académica y cultural en las habilidades que el grupo juzgue como necesarias, la constante participación deliberativa en torno a las decisiones y necesidades colectivas (que no se reduzca a votaciones sino más bien se base en acuerdos), al igual que sin duda, un constante activismo político por las causas estructurales que les resulten comunes.

Ahora bien, tales proyectos han de estar sustentados bajo la premisa “solo el pueblo salva al pueblo”, lo que implica reforzar los mercados comunitarios, las ferias artesanales de carácter barrial o un manejo de redes sociales en donde se privilegien proyectos independientes y se puedan intercambiar propuestas de emprendimientos sociales, así como mercancías, contactos e ideas novedosas, que se enriquezcan mutuamente, mediante intercambios culturales o artísticos, eventos que claramente se encuentran restringidos por las autoridades oficiales del establecimiento, pero que se pueden gestionar y viabilizar de forma biosegura, gracias al trabajo mancomunado de diferentes redes o expresiones populares, que le arrebaten el monopolio de la producción de alimentos y de empleos al monstruoso sistema de acumulación neoliberal, en medio de una emergencia sanitaria de la cual no sabemos su final.

Rosset, P., & Martínez, M. E. (2014). Soberanía alimentaria: reclamo mundial del movimiento campesino. Ecofronteras, 8-11.

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