La implementación del sistema integrado de transporte público (SITP) en Bogotá, no sólo es el cambio de los buses tradicionales a unos coordinados y administrados por el Distrito. Su ejecución implica todo un cambio de la cultura de movilidad de los ciudadanos y de los conductores mismos. Por lo menos, tanto unos como otros tienen la obligación de utilizar el paradero, circunstancia que garantiza el orden y evita la congestión que se genera cuando el bus se detiene en cualquier lado de la vía, incluso en los semáforos para recoger pasajeros.
Aunque su implementación es nueva, con alrededor de dos años de puesta en marcha, hay aspectos positivos y negativos a resaltar. Uno de ellos corresponde al transbordo que se puede hacer al abordar un SITP, el cual consiste en que en un lapso de una hora y quince minutos, desde el momento en que el pasajero subió al bus, puede bajarse, tomar otro y sólo pagar trescientos pesos. Acción que le evita gastar un pasaje adicional completo. También el tamaño de estos buses impide los ya acostumbrados “monstruos atiborrados” que se veían en la ciudad. Y pues la oferta laboral que genera este sistema, entre otros beneficios.
Sin embargo, desde el Distrito han faltado estrategias de pedagogía ciudadana y pronta atención a las sugerencias e inconformidades de los usuarios. Muchas personas no tienen una idea clara de cómo funciona el SITP, ni de la adquisición de tarjetas, rutas y recorridos que hace el sistema. Los conductores no están informados y en ocasiones ni ellos mismos saben cuál es la ruta que deben seguir a pesar de ir conduciendo, son los pasajeros quienes los guían. A veces algunos se muestran toscos y groseros cuando alguien los detiene y simplemente les pregunta hacia donde van. ¿Por qué pasa esto?
A sabiendas que, en su calidad de conductores de ese sistema, ya no son simples choferes de buseta, sino funcionarios públicos. Calidad que les debe evitar bajarse con cruceta en mano para “darse duro” con el taxista que se les atravesó, como ya ha pasado. O tratar de blenorragia a cierto motociclista imprudente o pasajero iracundo. Desde el cambio de atención y comportamiento del conductor se empieza a gestar una nueva conciencia de movilidad. El simple hecho de portar el uniforme de la empresa lo ubica en un estatus distinto al que posiblemente estaba acostumbrado. Sería bueno preguntar: ¿Están recibiendo capacitación estos conductores en cómo tratar al usuario? No son sólo conductores, son servidores de la ciudadanía.
Las quejas son múltiples, pero según se escucha en la calle, nadie las responde, son botellas arrojadas al mar, o mejor, al río Bogotá donde quedan sepultadas e ignoradas. El tiempo de espera entre un bus y otro en ocasiones es de cuarenta minutos o más, esto hace que los usuarios se suban a insultar al conductor que suele decir que no es culpa de él sino de un tal señor despachador. Situación que crea roces que no solucionan nada. Faltan canales apropiados para escuchar al usuario y así optimizar el sistema. En fin, la idealización del SITP es prometedora, pero falta más pedagogía, mayor implementación y dos palabritas claves: eficacia y eficiencia.