El domingo a las 7:00 a.m. me levanté para asistir a la asamblea extraordinaria del conjunto, organizada por el consejo y la administración, quienes contrataron un estudio técnico a una empresa calificada en aguas, eléctricos, pisos, fachaletas y terrazas, como también en automotores de altura (ascensores) y todo lo referente a este medio de servicio.
A las 8:00 a.m. nos encontrábamos un 40 por ciento de habitantes del conglomerado, que poco a poco se fueron concentrando en las mesas de inscripción, para que con el 70 por ciento de residentes se pudieran tomar decisiones sobre el tema para mejorar la infraestructura global, tanto aérea como de zonas comunes y tanques de reserva y por supuesto, los servicios esenciales.
Ya dentro del auditorio se leyó rigurosamente el manual de la asamblea y apartes de ley 675 de 2000 (propiedad horizontal), después de haber elegido al presidente y secretaria que presidirían la convocatoria por medio electrónico. Se encontraban los técnicos e ingenieros que realizaron el estudio exhaustivo plasmado en el informe que se iba proyectando para visualización y mejor entendimiento de quienes asistimos a este proceso que daría cambio a las distintas torres del conjunto.
Todo en su momento tuvo aceptación, pero como en todo auditorio hay pretensiones de hacerse conocer, así no tengan la razón. Aparecen ingenieros, abogados, consultores, catedráticos, arquitectos muy versados sobre el tema en discusión, que aunque cada día con sus noches caminan sobre los problemas de construcción, nunca se acercan a dialogar con el consejo ni con el representante legal, bien sea para ofrecer sus servicios o para dar soluciones prontas que dignifiquen su profesión, especialmente donde residen.
Esto lo traigo a colación porque son estas personas las que desintegran cualquier pretensión de la comunidad de mejorar su entorno residencial. Son quienes argumentan problemas supuestamente vividos por ellos en otros sitios, al entrar a descalificar a quienes por 30, 40 o más años están efectuando estudios técnicos especializados que irán a favorecer las inversiones de sus habitantes, cuando se llevan a la practicidad.
Como en la política, hay quienes disfrazan el verbo para confundir y distraer y esto pasó con la asamblea extraordinaria de copropietarios. Después de las explicaciones de quienes hicieron el estudio técnico y que los asambleístas quedaron satisfechos, enseguida con preguntas fuera de tono y sin base científica, increpan a la empresa, al entrar a preguntarse si los estudios verdaderamente eran fiel argumento o era sencillamente mentira lo explicado. Todo por la confusión de quienes tergiversaron las palabras de los especialistas del tema.
Luego de un breve receso, en el que los asistentes degustaron un refrigerio, se entraron a votar los distintos ítems, y ninguno superaba el 59 por ciento, cuando en la sala estaba el 75 por ciento del coeficiente. Se dieron fórmulas, se disminuyeron costos, lo cual contradecía el estudio, se conciliaron modos de pago y hasta se extendieron meses de recaudo. Al votar, la disminución era visible.
A la 12:55 p.m. se dio por terminada unilateralmente la asamblea por la presidencia. Argumento, en cinco horas de debate los acuerdos no obtuvieron consenso, prácticamente colapsó el propósito.
Dejo a consideración lo anterior. Conducir una asamblea de copropietarios produce ansiedad, más cuando los sabios existentes en la reunión descalabran a los asambleístas, poniendo en tela de juicio estudios realizados en meses, sin tener en cuenta que se dejan de hacer obras para la comunidad, debido gastos onerosos tanto en los mecanismos de la asamblea como el egreso que se hace de los ingresos del conjunto a quienes se dedican a este trote técnico.
Al final, no quedamos en nada.
