Hace 10 años, la autodenominada policía del mundo decidió que en Iraq había armas de destrucción masiva, en cualquiera de sus tres modalidades: biológicas, químicas o nucleares y por lo tanto en razón de proteger la seguridad nacional y la seguridad del mundo era necesario atacar e invadir Iraq, con el objetivo ulterior de restablecer la democracia, eliminar a Al Qaeda y destruir las consabidas armas.
Utilizaron el respeto y el prestigio de Colin Powell quien fue el encargado como Secretario de Estado, de hacer la correspondiente presentación en el foro de Naciones Unidas con el objetivo de justificar el ataque y convencer a potenciales o indecisos aliados.
La verdad es que ni la democracia se restableció, ni se eliminó Al Qaeda y mucho menos se destruyó lo inexistente: las armas de destrucción masiva.
Colin Powell fue utilizado, como lo fueron las buenas intenciones de muchos de los aliados, como los miles de soldados que han sido enviados a combatir, en aras de sostener una gran mentira promovida y patrocinada por Dick Cheney y Donald Rumsfeld, el Vicepresidente y el Secretario de Estado de su momento, quienes son los más responsables y un especial interés en el inicio de la guerra, más aún que el mismo Presidente George Bush.
Esta gran mentira ha tenido enormes consecuencias, mas allá de las vidas perdidas, los terribles costos y las desencadenadas por cualquier conflicto, las consecuencias políticas están pasando su factura en forma concreta y palpable diez años después, con la situación que se vive en Siria.
Ningún país se quiere comprometer con un nuevo ataque que se sabe cuando puede comenzar pero no sus consecuencias ni cuándo podría terminar. El parlamento de Inglaterra resulto ser quien pusiera el peso en la balanza de una posible alianza. Para el Primer Ministro Cameron resulta más cómodo justificar la decisión de su no participación, amparado en el voto negativo dado por el parlamento la semana pasada.
Difícil situación para Estados Unidos, que nunca antes se había visto tan solo en la toma de una decisión de semejante magnitud. No la tiene de ninguna forma fácil. No puede darse el lujo de jugar a continuar amenazando con la penalización a quienes crucen su famosa línea roja de lo que es aceptable e inaceptable para la seguridad de Estados Unidos y del mundo, porque la credibilidad de sus acciones está en juego.
¿Cuál es realmente la línea roja? ¿Cómo se traza? ¿Los miles de inocentes que ya han muerto no justificaban ninguna acción anterior por parte del mundo y de las Naciones Unidas? ¿Qué se requiere para despertar realmente el interés de la comunidad internacional de forma proactiva para parar tantas y tantas muertes injustas?
A diferencia de la situación en Iraq, está visto que en Siria si se usaron armas químicas, lo que no está absolutamente comprobado es quien las utilizó. Pero esto no es suficiente para convencer al resto del mundo en el sentido de unir fuerzas para un ataque. Indudablemente la confianza quedó resquebrajada con la experiencia anterior de haber creído en la gran mentira y este tipo de consecuencias solo salen a flote en momentos en que se requiere la toma de decisiones como esta.
Existen convenciones internacionales sobre las armas químicas y biológicas pero no sobre el tercer grupo, las armas nucleares, siendo Rusia y Estados Unidos dos de los más grandes poseedores de estas últimas.
Los efectos de un ataque a Siria son absolutamente inciertos. Se trata de debilitar al régimen y luego qué. ¿Cuáles pueden ser las repercusiones por parte de los aliados y amigos del régimen? ¿Cuál será la reacción de Rusia, China, Iran y Korea del Norte para mencionar solo algunos de ellos?
El Presidente Obama tiene aun dos espacios de interlocución: el Congreso de Estados Unidos que se volverá a reunir esta semana, aun cuando ha dicho que con o sin el apoyo del Congreso es inminente una acción por parte de los Estados Unidos. El segundo es la inminente reunión del G20 donde estarán sentados tanto algunos de los que defienden, como algunos de los que condenan el régimen de Bashar al-Assad.
El mundo y Estados Unidos no quieren otra guerra. El precio de las mismas es muy alto y no hay ningún voluntario para pasar a la historia como titular de la decisión de iniciar un nuevo conflicto. Particularmente cuando aun hay presencia militar en Afganistán e Iraq siendo las guerras más largas en las que ha participado Estados Unidos en toda su historia. Indudablemente las experiencias anteriores, las habilidades para negociar, la influencia de los congresos y parlamentos, el hecho de que el Presidente Obama sea titular del nobel de la paz, serán determinantes en la inminente toma de decisiones que pueda agravar la situación de medio oriente y llevarnos a continuar en el estado de conflicto y de terrorismo que llevamos viviendo durante los últimos diez años.