Siria, la primera gran tragedia del siglo XXI

Siria, la primera gran tragedia del siglo XXI

Los orígenes, el desarrollo y los futuros escenarios de la interminable crisis siria nos revelan que casi todos los pronósticos en política internacional resultan prematuramente fallidos

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abril 03, 2021
Siria, la primera gran tragedia del siglo XXI

Corría el año 2010, el mundo era una fiesta democrática tras la "revuelta del pan" en Túnez y los medios de comunicación europeos hablaban incluso de una "primavera árabe". Después llegó la resaca y la decepción, aquel breve destello que aparecía en el horizonte se acabó convirtiendo en una pesadilla interminable en casi toda la región. En Libia estalló una cruenta guerra civil en el bando demócrata y el Estado Islámico se hizo fuerte en algunas zonas del país. Yemen e Irak se vieron sumidos también en violentos conflictos, en los que se entremezclaban disputas tribales, étnicas, religiosas y políticas, pero también duelos entre las grandes potencias que tienen su papel en la escena regional, como Arabia Saudí, Estados Unidos, Turquía, Irán y Rusia.

Y, finalmente, en Siria, tras algunas revueltas populares contra el régimen de Bashar El Asad, la breve primavera del año 2011 acabó degenerando en una guerra civil entre una coalición formada por diversos grupos de todos los colores y pelajes y las fuerzas fieles al ejecutivo de Damasco. “Entonces, el actual dictador se declaró inmune al terremoto de las revueltas árabes. Era una amenaza, no un análisis: iba a desencadenar las fuerzas del infierno sobre su país y la región entera en cuanto estallaran las protestas”, en palabras del analista español Lluís Bassets.

Bashar al-Asad llegó al poder tras la muerte de su padre, Háfez al-Asad, en el año 2000, siguiendo una política continuista, ajena a cualquier tipo de cambio y manteniendo la hegemonía política del partido único, el Baath, en el poder desde el año 1963. El presidente Bashar al-Asad, médico de profesión y de 52 años, no ha dudado en usar la represión contra las protestas populares acaecidas en las calles de las principales ciudades sirias entre los años 2011 y 2013, principalmente. Al-Asad cuenta a su favor con el apoyo de los cristianos del país -algo menos del 12% del censo- y de los alauitas- que son algo más del 15% de los sirios-, una rama del Islam chiíta y a la que pertenece el mismísimo presidente. También cuenta con el apoyo de las Fuerzas Armadas, los cuerpos de seguridad y los servicios de inteligencia, muy activos en la persecución de la oposición.

Esta brutal represión de las protestas callejeras precipitó el comienzo de la guerra civil siria, que dura ya diez largos años y ha causado entre 400.000 y 500.000 muertos, millones de desplazados y refugiados -algunas fuentes elevan la cifra hasta los 11.000.000, casi la mitad de la población siria- y cuantiosos daños materiales y económicos. El país está, literalmente, devastado y hundido hasta los tuétanos.

Así lo resumía el analista ya citado Bassets, en un reciente artículo publicado en el diario madrileño El País, que reproduzco literalmente: “Su población ha sido diezmada. Según ACNUR, casi seis millones de sirios han huido al extranjero. Han muerto más de 400.000 en los combates y bombardeos. Dentro de su territorio, 13 millones se hallan desprotegidos y casi tres aislados en lugares de difícil acceso o asediados. Bachar el Asad solo controla un 70% del país. El resto está en manos de las facciones en guerra”.

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Desde el principio del conflicto, hay que reseñar que nunca hubo un mando único ni un grupo con la capacidad de liderazgo dentro de la oposición siria. El Ejército Libre Sirio quizá fue su grupo más significativo, numeroso y protagónico, pero en realidad era una amalgama de facciones dispersas, frentes de batalla descoordinados y milicias poco formadas, mal armadas y escasamente preparadas para aguantar una guerra de larga duración frente a un ejército convencional. La derrota estaba servida sobre la mesa desde el primer momento.

Luego la aparición en escena del Estado Islámico, que llegó a controlar algunos territorios cercanos a la capital siria, Damasco, e incluso la emblemática ciudad de Palmira, añadió mayor inestabilidad y tensión a la región. Otros grupos menores en la escena militar eran el Frente Sur, el Frente Islámico, Yeish al-Islam y el Frente al Nusra, organizaciones poco coordinadas entre sí y con objetivos políticos muy dispares para poder ser una alternativa creíble al gobierno de al-Asad.

En el plano político, hubo un intento serio de articulación y vertebración de la oposición siria, auspiciado por Turquía, los Estados Unidos y varios países árabes, en lo que se denominó como el Congreso Nacional Sirio, muy dividido y fraccionado entre un sector muy radical, otro con el objetivo de crear un Estado islámico abiertamente y uno más moderado y pragmático que incluso buscó una salida política a través de una negociación con el régimen de Damasco. Para añadir más división a la de ya por sí atomizada oposición siria, hay que reseñar que los kurdos crearon su propia milicia armada, la Unidad de Protección Popular (YPG), y consiguieron controlar una pequeña franja territorial en la frontera con Turquía e Irak. Todavía hoy conservan algunos territorios en esa zona del país y sus milicias siguen operativas, aunque Turquía, con el beneplácito occidental, las aplasta sistemáticamente.

 

Ante la perspectiva de que se consolidase una suerte de gran Estado kurdo que agrupase a los territorios que todavía conservan los kurdos en Irak y los controlados en Siria, Turquía lanzó una gran ofensiva militar contra la YPG -la Operación Rama de Olivo- y arrebató a los kurdos la ciudad de Afrin y sus alrededores. Se da la paradoja de que los Estados Unidos -hasta ahora uno de los grandes aliados de Turquía en la escena internacional- apoyaban a los kurdos en su lucha contra el régimen sirio e incluso les había proporcionado armas, como también han hecho otros países árabes y se sospecha que Israel. Más tarde, Washington y Ankara han acercado sus posiciones y parece que la ayuda militar y la asistencia norteamericana a los kurdos se ha suspendido. Ankara teme que la creación de una gran entidad kurda que integre a los kurdos que viven en Irak y Siria avive el avispero del Kurdistán turco, donde la guerrilla del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) libra una larga y cruenta guerra contra las autoridades turcas desde el año 1984 que ha costado unas 40.000 víctimas.

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Alepo, agosto 2019.
Foto: Vía Twitter

Estados Unidos, por su parte, ya abandonó a los kurdos hace tiempo por motivos coyunturales, tal como relataba el periodista Juan Carlos Sanz:”El control territorial de las las Fuerzas Democráticas Sirias, alianza kurdo-árabe que fue clave para frenar al yihadismo, sobre el tercio noreste del país está a expensas del respaldo de Washington, que ya retiró el grueso de las tropas del élite que tenía sobre el terreno”.

 

Los Estados Unidos, tras una actitud titubeante con respecto a la crisis siria, decidieron implicarse, en su momento, más activamente en la guerra bajo la administración de Donald Trump, quien a diferencia de su predecesor Barack Obama, fue capaz de liderar una coalición internacional, conformada por su país, Francia y el Reino Unido, contra El Asad, pero inefectiva en resultados prácticos sobre el terreno. Obama se opuso siempre a implicarse militarmente en la crisis siria y llegó a desactivar una intervención aérea auspiciada por París y Londres en contra de la Siria de El Asad, allá por el año 2013. Trump, quizá por no enfrentarse con Rusia, tampoco fue más allá de esa inútil intervención y no parece que el actual presidente norteamericano, Joe Biden, se vea tentado a inmiscuirse en el avispero sirio más allá de algún bombardeo selectivo contra un objetivo muy concreto, tal como ya hizo en sus primeras semanas como máximo líder de Occidente.

El ataque norteamericano de Trump trataba de evitar una victoria definitiva y rotunda  del régimen de Bashar  El Asad en la guerra civil siria y salvaguardar los intereses de los principales aliados de los Estados Unidos en la región, pero principalmente Arabia Saudí e Israel, que quedarían en una situación de debilidad frente a su mayor competidor en caso de una victoria de Damasco: Irán. El régimen iraní, no lo olvidemos, es otro de los principales apoyos de Siria en la zona y hay pruebas irrefutables de que suministra al dictador armas, asesoramiento militar, ayuda económica, petróleo e incluso ayuda humanitaria. Ya han muertos varios militares iraníes en los frentes sirios e incluso la organización proiraní en el Líbano, Hezbollah, ha enviado a miles de sus hombres a luchar en los frentes sirios con las fuerzas de El Assad.

Al haberse dado una gran victoria en los frentes de batalla sirios a favor El Asad se consolidó un eje político y militar dominado por Irán que arrancaría desde ese mismo país y llegaría hasta Gaza. Irán contaría con el apoyo de los chiítas en Irak, el régimen sirio que quedaría claramente subordinado a su esfera estratégica, Líbano -secuestrado por Hezbollah y sus aliados desde hace años- y, finalmente, Gaza, donde el grupo palestino Hamas apoya a los iraníes y recibe a cambio armas, apoyo económico y legitimidad política.

La victoria del régimen sirio, aunque sea pírrica, parece clara, tal como señalaba el ya citado Lluís Bassets:”Una carrera siniestra de torturas y ejecuciones ha acompañado todo este tiempo a una contienda civil siempre con más de dos bandos, todos contra todos, y cada uno protegido por alguna potencia regional, Arabia Saudí, Turquía e Irán, o incluso mundial, Rusia y Estados Unidos. El efímero Estado Islámico alcanzó la cumbre del espanto con el espectáculo de sus decapitaciones, pero nadie tiene tanta responsabilidad por los crímenes de guerra y el genocidio como Bachar el Asad, el protegido de Rusia e Irán que se ha erigido en vencedor”. Mientras

¿CÓMO CONCLUIRÁ LA GUERRA CIVIL SIRIA?

Cuatro son los previsibles escenarios hacia donde puede evolucionar el conflicto sirio tras siete años de larga guerra, altos costes en vidas humanas y daños materiales cuantiosos. La economía siria está totalmente destruida y el proceso de reconstrucción se prevé muy largo. Amén de este balance tan desolador, tampoco se atisban en el tablero sirio perspectivas para que en el corto o largo plazo las dos partes se vayan a sentar a negociar y puedan sellar acuerdos que puedan detener la trágica deriva que padece el país.

1.El primer escenario es la "fosilización" del conflicto, es decir, que la guerra civil siria se convierta en una guerra de larga duración al estilo de la del Vietnam (1955-1975) y que concluya bien con una victoria del régimen sirio -cada vez más afianzado en el frente interno- o con una salida negociada entre las partes. Parece lo más previsible, dado el actual juego de fuerzas en el tablero sirio. El tiempo juega a favor de El Asad porque ya la rebelión se ha visto relegada frente al aparente mal menor que representa el régimen. “Las potencias ya no exigen la salida de El Asad del poder, sino que acepte una salida política negociada”, seguía señalando el periodista Sanz.

2.El segundo escenario sería una rápida victoria del régimen sirio, cada vez más cohesionado, con importantes apoyos en la escena internacional y con una oposición dividida, desautorizada y con poco legitimidad interna. No debemos descartar la inminencia de este escenario a tenor de los importantes avances de las fuerzas del régimen en casi todos los frentes de batalla y de la cuantiosa ayuda militar y económica que recibe de Irán, Rusia y Líbano, principalmente.

3.El tercer escenario sería un improbable avance de las fuerzas de la oposición en casi todo el territorio y la consolidación de sus bases territoriales, que aunque dispersas en varias bolsas pueden llegar a suponer cerca del 30% del territorio de Siria. Una victoria total de la oposición no parece, al día de hoy, una opción realista y creíble. Ni tienen la capacidad militar, ni la unidad de mando, ni las fuerzas necesarias para derrotar al régimen sirio. Con consolidar lo que ya tienen  ahora las fuerzas opositoras, sería una gran victoria.

4.Un levantamiento de la población civil no debe descartarse porque “la amenaza más inmediata para El Asad no son las facciones rebeldes ni la presencia de potencias externas en el país, sino la devastadora situación económica y humanitaria del país”, en palabras del analista Haizam Amirah Hernández, del Real Instituto Elcano de España. En su opinión, “no hay salida a la vista para la agonía en que está sumido el país, en ausencia de una solución política que requiere de negociaciones complejas y concesiones que nadie quiera hacer”. La fuerza bruta exhibida por El Asad al reprimir las protestas desde sus inicios no parece que vaya a favorecer este escenario poco creíble a tenor de la debilidad que muestra la sociedad civil siria en estos momentos.

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