La guerra civil siria, que comenzó con un levantamiento pacífico contra el presidente Bashar al-Assad, se convirtió en una brutal y sangrienta guerra subsidiaria (proxy war) que involucra a las superpotencias del mundo con sus países aliados.
La causa del conflicto fue la corrupción, el desempleo, la falta de garantías políticas y la represión abusiva por parte de las fuerzas de seguridad del estado. A medida que la manifestación de inconformismo del pueblo se extendió debido a los arrestos, las torturas y los asesinatos de los líderes sociales, la represión del gobierno se intensificó. Los simpatizantes de la oposición comenzaron a armarse, primero para defenderse y después para expulsar a las tropas oficiales de sus regiones. El presidente al-Assad prometió “aplastar” lo que llamó "terrorismo apoyado por el exterior” y restaurar el control del Estado. En respuesta, los opositores formaron grupos de guerrillas para defenderse de las fuerzas militares oficialistas y lograr el control de ciudades y poblados.
Pronto el conflicto adquirió características sectarias enfrentando a la mayoría sunita (seguidores de los primeros califas sucesores de Mahoma) del país contra los chiitas (seguidores del yerno de Mahoma, Alí), la rama musulmana a la que pertenece el presidente sirio. En ese momento Dios fue involucrado en la guerra. Teniendo ya la religión como combustible del odio, el motor de la guerra hizo evolucionar significativamente la rebelión armada de oposición involucrando a las potencias regionales e internacionales, lo cual añadió otra dimensión al conflicto. Empezó la guerra proxy.
Actualmente el número de guerrilleros del Ejército Libre Sirio, también llamado Movimiento de Oficiales Libres, ha sido superado por los grupos islamistas y yihadistas, como el autodenominado Estado islámico (EI), cuyas tácticas brutales han provocado la indignación global, y el Frente Al-Nusra, grupo afiliado a al Qaeda. Fue así que se creó la “guerra entre la guerra” en Siria. Los combatientes del grupo terrorista Estado Islámico (EI), de naturaleza fundamentalista, se enfrentan tanto al Movimiento de Oficiales Libres, a los yihadistas del Frente al Nusra, a las cuestionadas fuerzas de seguridad de Siria que a su vez combaten a las Milicias Kurdas, apoyadas por los Estados Unidos de América. Todos son enemigos de todos. El resultado de esa exquisita receta del diablo es un salpicón de guerrilleros, mercenarios, terroristas, saboteadores y espías matando a nombre de sus patrocinadores internacionales.
Como si fuera poca tanta crueldad, Estados Unidos, el Reino Unido y Francia han conducido incursiones aéreas contra el grupo terrorista EI, aunque han evitado atacar a las fuerzas del gobierno sirio. Rusia por su parte lazó una campaña aérea sostenida en 2015 para “estabilizar” al gobierno sirio tras una serie de derrotas infligidas por el Ejército Libre Sirio. Y más confusión, Irán, que es chiita, es el aliado más cercano de al-Assad.
Siria es el principal punto de tránsito de armamentos que Teherán envía al movimiento chiita Hezbolá en Líbano para combatir a la nación hebrea, Israel. Irán también ha enviado miles de combatientes y asesores militares para combatir a las fuerzas sirias. Para contrarrestar esto, Arabia Saudita también participa de esta carnicería. Irán es el principal rival del rey saudí Salmán bin Abdulazis quien ha enviado ayuda militar y financiera importante a los rebeldes, incluidos grupos de ideologías islamistas.
Así pues, para que no todo quedara escrito en los idiomas árabe, persa, hebreo, ruso, inglés ni francés en esa torre de babel moderna, Turquía apoya a los rebeldes sirios. No obstante, ataca a los guerrilleros kurdos, a quienes acusa de simpatizar con su enemigo, el proscrito Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK), que tiene un brazo armado acusado de ser terrorista y separatista y lucha por la independencia del Kurdistán, territorio que comprende partes de Irak, Siria, Irán y Turquía. Creo que Kurdistán será el nuevo país de Asia, muy al estilo geopolítico de Israel, pero pobre.
Todo ese mierdero socio-religioso y geopolítico es lo que se conoce como guerra subsidiaria o guerra proxy.