En una de las nuevas carreteras del 4G, la que conduce de Medellín a Caucasia, irrumpieron unos hombres armados y le quemaron al contratista 9 máquinas pesadas de gran costo. Tuvieron la delicadeza de no disparar contra los ingenieros y los obreros. Se les abona la bondad.
Por descontado se da que las investigaciones irán hasta las últimas consecuencias y por descontado que no pasará nada. La impunidad total es parte esencial del posconflicto.
En un barrio residencial de Barranquilla atacan a la policía con una bomba, matan a seis, hieren a más de cuarenta. La estadística y el dolor pueden crecer. Pero tranquilos, hermanos. No eran sino policías y también la investigación se hará sin fatiga. Nunca encontrarán a los atacantes de verdad, a los que dan la orden, pero el astuto comandante de la Policía sospecha que detrás del atentado puede estar el narcotráfico. Otro firme candidato a mejor policía del mundo.
Casi a la misma hora, en Soledad, atacan un camión de valores y asesinan un guardián y dejan otro gravemente herido. Todo sea por el posconflicto.
En la mañana del domingo, nuevo ataque contra la policía en Soledad. Cinco heridos “uniformados”, como despectivamente se los llama, y un civil, al parecer habitante de la calle. Pero qué importa. Adelante con el posconflicto.
En Nariño mataron otro policía. Ni siquiera publican su nombre, que solo sabrán su viuda, sus hijitos, sus padres, sus amigos. El posconflicto tiene sus mártires.
En Buenavista, Bolívar, asesinaron otros dos policías. Seguramente se sospecha de los narcos, o del ELN o de los residuos de las Farc. ¿Qué más da? No son nuestros hermanos, no son nuestros guardianes, no son nuestro pueblo: apenas dos policías que confirman la estadística de la caída monumental de los homicidios en Colombia. ¿Será que tratándose de policías no suman?
En Buenaventura asesinan en su casa, el servicio es a domicilio, al líder social Temístocles Machado. Protestas de sus amigos que durarán unas horas. Después habrá que protestar por otro. Lo nuevo hace olvidar lo viejo.
En medio de este baño de sangre, apenas cuenta que los hinchas de Santa Fe y América se trenzaran en una batalla campal en las afueras del Estadio El Campín. El fútbol solo es apto para combatientes. Y no pasa nada. Con las cosas tan importantes que surgen del posconflicto, tampoco cuenta que unos sinvergüenzas destrocen parte de la ciudad y se maten entre ellos por el honor altísimo de llevar una camiseta.
En Soacha acaban de asesinar un taxista y a un joven que estrenaba su carro con Uber lo cosieron a puñaladas.
¡Siquiera es el posconflicto! Siquiera es la paz que permite que los peores asesinos de la humanidad lancen la campaña presidencial de Timochenko con impunidad asegurada para el candidato y sus seguidores.
Movido el fin de semana. Regalo para el periodismo sensacionalista y para la radio y teleaudiencia que esperan ávidas la llegada de noticias más apasionantes. No hay que defraudarlas.
No habría país en el mundo que pudiera digerir esta sucesión de tragedias, este encadenamiento de crueldades y salvajismos. Pero nosotros sí, porque estamos acostumbrados y porque tenemos por Presidente un payaso que gesticula ante el teleprónter repitiendo que la paz es una maravilla y que su acuerdo con los bandidos de las Farc es un documento para la Historia de la Democracia Universal.
Mientras todo esto sucede, millones de colombianos
apenas sobreviven en una economía que no crece
y en la que mandan los narcos con sus arrumes de dólares
Mientras todo esto sucede, millones de colombianos apenas sobreviven en una economía que no crece y en la que mandan los narcos con sus arrumes de dólares. La Cruz Roja transporta billones de quienes los ganan envenenado a los jóvenes del mundo, los nuestros los primeros.
La salud se la robaron, la educación es un fraude para los niños pobres, las vías terciarias están despedazadas. Pero no importa. El Posconflicto cicatrizará todas las heridas y nos llevará a la ansiada Prosperidad para todos.
A los colombianos nos lo quitaron todo.
Y se nos han robado el más fecundo de los sentimientos populares,
que es la indignación
A los colombianos nos lo quitaron todo. Y se nos han robado el más fecundo de los sentimientos populares, que es la indignación. Cuando a la cabeza de la corrupción marchan los magistrados de la Corte Suprema de Justicia, seguidos por sus electores, los miembros del Congreso, para rematar la procesión el Presidente y sus áulicos, que son capaces de repartir en mermelada una bonanza petrolera, no queda nada por hacer. Acaso trabajar para pagar la enorme deuda que este gobierno corrupto le deja a las nuevas generaciones y seguir pendientes de los noticieros. No es imposible que las hazañas de Barranquilla, Soledad, Nariño Buenavista, Buenaventura, sean superadas la semana entrante.
Pero estamos en el posconflicto, repartiendo cargos y canonjías a los que más han robado. Recuerden que el hijo del ministro de Justicia, el despreciable contratista Gil Botero, se marcha a servir los intereses de la Patria en Austria. Para reventar de orgullo.