“Un grupo de personas que no se conocen entre sí se lanza a una desesperada carrera para encontrar un botín enterrado con 350.000 dólares, dejando tras de sí un rastro de caos y destrucción”.
En la comarca, casi seis millones de personas le apostaron a una moneda en el aire que puede caer cara o sello. La mayoría de mis vecinos y amigos uribistas no esperaron que oscureciera para embarcarse en el mismo tren sin planilla ni itinerario. Igual lo hicieron miles de anarcos sin partido y sin hacer ningún tipo de análisis. Estos últimos, solo buscaban un espacio para protestar y hacerse notar.
Entre esos casi seis millones también hay miles de pensantes que querían protestar contra el establecimiento y les parece una manera genuina hacerse sentir a través del voto, sufragando por un tipo que no ha dado para explicar su programa de gobierno, del que tampoco conocemos mucho de su vice; no la ha mostrado ni le da la oportunidad de mostrarse.
Me preocupa que esa locura, que por momentos exhibe como estandarte el candidato en referencia, en Colombia nos esté arropando por millones. Muchos se lo festejan y les parece una maravilla las sandeces con las que sale y lo ven como una muestra de rectitud y realidad. Hoy sus ideas descabelladas y propuestas ramplonas son un estallido de fervor en redes sociales.
Muchas de sus propuestas hasta nos hacen recordar al antihéroe e inolvidable Chavo:
—¿Sabías que la gente anda diciendo que tú y yo estamos locos?
—¡Lucas...Figúrate! No hagas caso, Lucas. Mira yo a esas cosas no les prestó atención.
¿Será que el uribismo nos está llevando a una locura colectiva?
Decía mi abuela: "ojo al cristo que es de palo".