Un nuevo día amanece y con él preparamos la moto y nos embarcamos. Salimos de Cartagena rumbo al sureste, rumbo a un pequeño corregimiento del municipio de Arjona: Sincerín. Según salimos de la ciudad de Cartagena, los bordes de la carretera dejan atrás el gris y rojo de las construcciones para dar paso al verde de la naturaleza y el azul del agua y del cielo que nos encamina a nuestro destino. Muchas veces he pensado que a la bandera de Bolívar le falta el color azul que represente a los ríos y a las ciénagas que tanto abundan por esta hermosa tierra.
Seguimos la carretera y atravesamos Turbaco y Arjona y llegamos al puente de Gambote. Mientras lo estamos cruzando vamos observamos la magnificencia del canal del dique, un cuerpo de agua inmenso, obra del ser humano, debido a que en el siglo XVI empezaron a buscar otras vías para conectar las diferentes ciudades de la costa con el interior debido a que las vías terrestres se volvían intransitables durante los meses de invierno. Además, el transporte fluvial permitiría que los tiempos de travesía se acortaran de forma importante. Por lo que se pusieron manos a la obra e hicieron una bifurcación artificial del río Magdalena y lo unieron con diferentes ciénagas, y poco a poco, a través de los años, por medio de diferentes obras y distintos actores, fueron creando lo que hoy conocemos como el canal del dique. Algo que me llama mucho la atención mientras atravesamos el puente es como a día de hoy todavía existen los restos del antiguo puente, al que rompieron y pusieron unas vallas, y listo. Como que no había plata para poder desmantelar totalmente una obra, hoy en día inoficiosa, que ocupa espacio y no propicia nada bueno.
Seguimos rodando unos 3 kilómetros más y ahí nos saluda el corregimiento de Sincerín. Siempre pasaba por estos dos pueblos (Gambote y Sincerín) y se me venían a la mente las imágenes del 2010 cuando se inundaron fuertemente (en el colegio se veía la marca de como el agua en Gambote llegó hasta el segundo piso), hubo desplazados y familias que perdieron absolutamente todo y quedaron a la merced de las ayudas de la "ola invernal" que tanto se escucha en cuanto vienen las aguas, pero nunca había tenido el placer de inmiscuirme y conocer un poquito más de cerca, lo que es el día a día de Sincerín, Bolívar.
Nos adentramos en sus calles polvorientas, con charcos y huecos por doquier sin observar por ningún lado el poderío del que fue el centro del comercio azucarero de Colombia en la primera mitad del siglo XIX (Ingenio Central de Colombia). Esta hacienda colonial española dominaba los comercios del interior y es que, por aquel entonces, en Sincerín se producían la friolera de 20 toneladas de azúcar diario que distribuían a través del canal del dique por toda Colombia. Además, el ingenio tenía su propia moneda que aceptaban en los lugares de alrededor porque después lo podían cambiar por pesos colombianos en la empresa de los Vélez, concretamente del bisabuelo del exalcalde Dionisio Vélez, que fue uno de los aristócratas de la época que más potenció que el ingenio se instalara en Sincerín y del que su familia se estuvo enriqueciendo hasta los años 70.
Pero no todo era azúcar, levadura y alcohol en estas tierras dichosas por la caña "que da miel sin necesidad de abejas", como la llamaban los persas alrededor del siglo V a.C., sino que para iniciar el ingenio y la bonanza económica llegaron un grupo de ingenieros cubanos que, entre otras cosas, jugaban a un nuevo deporte. Un deporte que se hizo con muchos simpatizantes dentro del pueblo y que pronto sería uno de los deportes más aclamados de Colombia: el béisbol. Y si, dicen las "malas lenguas" que el béisbol entró a Colombia por el humilde Sincerín.
Me quedo con un sinsabor en la boca ahora que tengo que terminar mi relato. Me encantaría contar el final feliz de un pueblo que vivió una bonanza económica por más de 40 años, un tiempo en el que todos tenían plata y el futuro parecía un lugar más amable. Un pueblo que supo administrar sus riquezas en pro de la comunidad, dejando mejores infraestructuras para las generaciones venideras. Pero no, la sensación final de Sincerín es de un corregimiento, como tantos otros de Bolívar, abandonado, olvidado por el Estado que parece no recordar que las vías no solamente conducen de un centro poblado a otro y que el desarrollo económico y social no solo viene de la mano del cemento.
Y, finalmente, termino diciendo y sabiendo que, por desgracia, las riquezas que estas tierras del "sur" dejan a sus habitantes son los recuerdos de tiempos mejores y el olvido "digno" de los pueblos a los que ya saquearon y no pueden explotar más.