Con cierta displicencia nos sentíamos inmunes al Covid-19, alardeábamos en las redes sociales que el mote de queso y su puesta en escena gastronómica como un ritual chamánico, nos estaba aislando en una burbuja invisible y poderosa.
Luego empezaron a cerrar las fronteras (imaginarias por supuesto) de cada pueblo de la sabana del Caribe a la usanza medieval y sus puertas eran condenadas hasta el otro amanecer y los puentes levadizos eran recogidos al mismo tiempo que las gallinas en los árboles de los patios de Cedrón.
Veíamos el desbarajuste de Cartagena -nuestra mentora política-, el avance de la pandemia en las propias narices con los casos del departamento de Córdoba y recriminábamos la carnavalada viral que estaba aconteciendo en Barranquilla.
No era con nosotros. Eso no llega. Incluso hasta la propia sangre de Cristo estaba cubriendo al territorio con su inmunidad y santidad.
Pero qué va.
Más tarde que temprano en Sucre y su capital Sincelejo, también nos tocaría sufrir los estragos de la pandemia. Era previsible. Somos parte del planeta contagiado. Tenemos las mismas propensiones a subvertir el falso orden con el que nos han domesticado desde los primeros años de la República, pero mas grave, somos de descendencia arrochelada y eso es bueno para contar frente a la desobediencia.
En el Caribe nos hemos acostumbrado a contrabandear cosas desde las primeras incursiones de piratas y corsarios ingleses en el siglo XVI por la Guajira, por ello, nos resulta fácil contrabandear personas en horas de asueto legal y así fue como se introdujo el coronavirus en Sucre; no estábamos en las estadísticas de la pandemia porque en cierta forma somos territorio aislado de los flujos globales de personas contagiadas (sin puertos y aeropuertos importantes); pero fueron llegando clandestinamente, escondidos en vehículos apadrinados por los mismos poderosos del clientelismo político y otras hierbas; del tráfico de influencias y de burocracia, pasamos a devolver favores con el tráfico de infectados de manera descarada por honorables concejales (por citar un ejemplo) desde Medellín, Bogotá, Cartagena y Barranquilla.
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Se cruzó la línea humanitaria con el clientelismo político para traer a los nuestros -infectados- en un aparente gesto de solidaridad, con mínimos o nulos protocolos de bioseguridad y aislamiento
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Se cruzó la línea humanitaria con el clientelismo político para traer a los nuestros -infectados- en un aparente gesto de solidaridad en medio de la pandemia, con mínimos o nulos protocolos de bioseguridad y aislamiento; para terminar, generando una red de contagios masivos incubados de manera ingenua en el territorio.
Desde el 6 de marzo con el primer caso en Colombia, estuvimos en una burbuja de 23 días sin contagios en Sucre y Sincelejo; para mayor asombro, después solo hasta el 8 de mayo (más de 60 días respecto al primer brote nacional); empezó en Sucre y Sincelejo el ritmo de crecimiento de los casos: hasta el 31 de mayo apenas se registraban 20 infectados, de los cuales el 55 % estaban en Sincelejo. Matemáticamente cada 4,23 días se reportaba un caso durante los primeros 85 días de aislamiento preventivo.
Junio es otro cantar. Pasamos de 0,23 casos diarios entre marzo y mayo, a 39,12 casos diarios en promedio durante los 25 días de junio (4.790% de crecimiento de los casos en menos de un mes). Al 29 de junio son 1.336 casos confirmados en Sucre de los que el 81 % están en Sincelejo, con una tasa de mortalidad del 2,1% (inferior al 3,3% nacional).
Un coctel peligroso preparamos para degustarlo y es la fórmula más efectiva: indisciplina social + informalidad que presiona al rebusque + despotismo sanitario = crisis de salud pública + colapso económico.
Sincelejo (junto con Riohacha y Cúcuta) son las tres ciudades con mayor actividad informal de Colombia (73 % Dane, 2020).
Las coincidencias sociológicas y antropológicas en el planeta indican que debemos aprender a vivir con el Covid-19, recomiendan burbujas selectivas construidas a partir de una red de información de cercanos para reproducirnos socialmente y no caer en la paranoia y el suicido colectivo inducido. Habrá que empezar a usar las burbujas, pero son solo eso, pompas de jabón.
Coda: en nuestro Caribe de jocosidad, alegría y trabajo, se suele hablar de “las tres C” como una analogía del mantenido, pero escuchando a la epidemióloga Zulma Cucunubá (Imperial College de Londres) en Semana en vivo (24 de junio), las tres C de ahora son las que más propagan el virus si se cumplen en un mismo momento: asistir a sitios concurridos, cerrados y estar cercanos.