Mientras existan semejantes paradojas jamás sabremos qué hacer con Colombia. La última aunque no la menos importante la trae la Encuesta Nacional de Calidad de Vida que ha revelado en los últimos días el Dane. En ella los colombianos no se declaran pobres a pesar de que al 34,7 % sus ingresos no le alcanzan ni para los gastos mínimos y el 55,5% asegura que solo puede cubrir aquellos. Estamos hablando, para no llamarnos a engaño, del 90% de los hogares que pasan físicamente las duras y las maduras para subsistir diariamente.
Una contradicción que el propio jefe del Dane, con algún sentimiento de perplejidad y culpa, porque piense de pronto que los parámetros que le imponen los burócratas internacionales para las encuestas no son del todo justos, se siente obligado a aclarar pues aquel resultado surge de lo que llama una encuesta declarativa, es decir, “de la forma en que dice sentirse el colombiano”. Que no se contradice con otra pregunta de la misma encuesta sobre el nivel de satisfacción de los colombianos con la vida, que, entre 1 y 10, la calificaron felices con un 8,3.
Pero no todo está para alarmarse, la virtud de nuestro pueblo de que lo importante no es tener sino ser, nos permite mostrarnos como ejemplo perfecto para asumir el muy mentado desarrollo sostenible con que las Naciones Unidas apuestan a salvar al mundo de la deflagración que nos dejaría el calentamiento climático. Y que parece circunscribirse a que los pueblos subdesarrollados se aprieten un poco más la correa para recortar el CO2 que lanzamos a la atmósfera lo que nos proporcionará algunas ayudas, pues las sociedades opulentas, fuera de ensayar energías limpias, no tienen en mente sacrificarse por semejantes tonterías.
Volviendo al tema, o bien estamos ante una sociedad cuya mayoría se conforma con muy poco, digamos casi nada, pues se alimentan de la angustia de no tener cómo pasarla diariamente, o, mejor, que la pregunta que involucra la palabra pobre no les permite a los encuestados tomarla en su preciso significado sino que al oírla nombrar emerge automáticamente en sus mentes una acepción popular que, acompañada generalmente de una connotación peyorativa, invita a eludirla, como se dice coloquialmente, de una.
Pobre miserable, pobre infeliz, pobre güevón, que definitivamente hacen parte de nuestro vocabulario diario, automáticamente hacen del vocablo en cuestión una referencia poco recomendable para declararse como tal así no más. A quién le puede parecer recomendable que además de estar vaciado, es decir no tener un peso, lo obliguen a clasificarse como pobre, es decir, como un pobre vaciado.
Y aquí habría que confesar que el término vaciado tan usado en Bogotá y la sabana para indicar que no se tiene un peso o que le han pegado un regaño a lo vargaslleras, no aparece en el diccionario normal, aunque sí en el del lenguaje cachaco y con un significado bastante ajustado a lo que significa originalmente el término, que bien hubiera valido su consagración general.
Confirmados estos datos, los dirigentes de país tan singular pueden estar tranquilos. Sin importar lo que dejen de hacer en materia grave sus presidentes y lo que hagan también en materia grave sus congresistas, jueces y funcionarios en cuanto a acabar de corromperse y corromper el país, este pueblo, al contrario de lo que manifiestan los politólogos, no está emberracado con nadie. Que la mayoría no vote o vote por los de siempre no indica que lo quieran hacer, sino que tanta dicha no les da espacio para cambiar.
Parece que a los colombianos nos basta tener celular y ver la moto del vecino para ser felices. Y ahora con el Gol Caracol, así se venga el fin del mundo.