Repudio el asesinato de Orley García, que aspiraba a la alcaldía de Toledo, Antioquia, por el Centro Democrático. Asesinado de forma infame, en apariencia, por disidentes de las Farc.
Una semana atrás, Karina García Sierra, candidata a alcaldesa de Suárez, Cauca, que ya había denunciado las amenazas a su vida, fue abalaeada, junto con cinco acompañantes, incluyendo su madre y un aspirante al concejo municipal. Movilizándose en un vehículo y con escoltas armados asignados por la UNP, fueron presa fácil de los asesinos. Ambas muertes, anunciadas.
Los panfletos que sentencian la muerte de políticos de todos los partidos, líderes sociales, maestros, comunicadores, están a la orden del día.
La sensación de desprotección
y de un sentido de fatalidad hacia la pérdida de la propia vida
está en auge en numerosas regiones
Se suman a las amenazas y los asesinatos de más desmovilizados y más líderes sociales, semana tras semana. La sensación de desprotección y de un sentido de fatalidad hacia la pérdida de la propia vida está en auge en numerosas regiones. El ciclo es terrible, especialmente en la época de las tecnologías digitales: un video de YouTube grabado algunas horas antes del atentado, otro mostrando al muchachito de una joven líder gritando ante el cuerpo inerte de su madre.
Sin embargo, el asesinato de Orley y Karina, líderes en sus comunidades, del CD y el Partido Liberal, respectivamente, tiene una connotación adicional: desmantelamiento en determinadas regiones de la democracia que, parecía, se estaba consolidando en lo últimos años. El deterioro, con respecto a las últimas elecciones, las más pacíficas en la historia reciente de Colombia, está a la vista.
Poco importa a quién se le atribuyen las salvajadas. Si son disidencias de la Farc, columnas de ELN, el cartel de Sinaloa o cualquiera de los grupos que controlan la producción y exportación del polvo maldito.
Quedan en evidencia dos hechos: en primer lugar, la incapacidad de protección de parte de la fuerza pública de la vida de quienes son aspirantes a cargos públicos en las elecciones de octubre en zonas “vulnerables”. Una expresión mas, letal ésta, de la escasa presencia del estado.
Segundo, lo más grave, la indiferencia de la sociedad. Fuera de las declaraciones de rigor de los respectivos copartidarios y de algunos otros, y de efímeras oleadas de indignación en redes sociales, pareciera que la sociedad estuviera mirando, impávida, cómo caen asesinados, a diario jóvenes lideres y desmovilizados, a la espera de la siguiente víctima.
Al contrario, seguimos anclados en la profunda estupidez de considerar que unos muertos son mejores que otros, que quizás algunos merecían su destino.
Es muy extraño el patriotismo criollo. Nos sentimos, con razón, fraternos con el triunfo de Egan Bernal y nos alegran los dos triunfos en dobles de tennis de Cabal y Farah. Y, sin embargo, no somos capaces de movilizarnos, sin distingos políticos, en defensa de la vida de compatriotas amenazados y en protesta por los caídos.
Ah, eso sí: se hace uso del lenguaje que busca exterminar moralmente al otro.
Son señales de semáforo en verde para los grupos asesinos. Estamos en una situación que empieza a tener similitudes con la de fines de los 80, solo que ahora el fuego no parece discriminar entre procedencias políticas, como lo indican los crímenes en las personas de Karina y Orley.