Días antes de la llegada de Francisco a Colombia, debo confesarlo, no me podía tener sin menor cuidado su visita al país. Sin embargo, cuando llegó el día de la verdad, la curiosidad me hizo prender el televisor y ver la llegada del hombre y el recorrido que haría por la calle 26. Esa misma curiosidad fue la misma que me hizo asomarme por mi ventana, donde pude ver por un brevísimo momento (quizá menos de un segundo) al anciano de sencilla sotana blanca encaramado en su extravagante papamóvil. Si este hecho ya había despertado mi curiosidad, ahora ya tenía mi más absoluta atención.
Varias cosas me sorprendieron positivamente de esta situación. Cuando el Pastor Uno aterrizó en Catam y apareció el papa a saludar a Juanpa y a Tutina, tal como lo indicaba el protocolo, las maneras y el aura que Francisco emanaba me desconcertaron por completo. Me imaginaba a un tipo que inspirara un respeto venerable, una grandeza lejana del mundo material. Todo lo contrario. Descubrí, ¡vaya que fue una sorpresa!, que el papa era, efectivamente, humano. Y ese descubrimiento lo confirmé al ver como saludaba con familiaridad y agrado a los policías y militares que sufrieron lo que fue la guerra en este país. Los que conocieron el combate y vieron a la muerte de cerca. Sin duda, la forma en la que Francisco habló con ellos, o la forma en la que saludó a los niños que lo recibieron, me dio una grata sorpresa al respecto de él.
Sin embargo, no fue realmente el carisma de Francisco el que desbordó por completo mi desasosiego. Fue la gente. ¡La gente! La emoción que se veía en los feligreses y curiosos apostados en la 26 me impresionó. La alegría que se veía en sus rostros, el clima festivo y feliz que se sentía era cuando menos muy reconfortante. No me considero un creyente devoto, pero no me cabe la menor duda que el espíritu de este país, o por lo menos de esta ciudad, fue revitalizado durante los 10 o 20 segundos en que el Papa estuvo cerca de la gente mientras recorría la avenida. ¡Y es que esa es la mejor de las facultades de ese lúcido anciano! ¡Qué se acerca a la gente y se siente parte de ella! Muy diferente al clásico jerarca eclesiástico, más parecido a sus amigos del ala más reaccionaria y oligárquica de la derecha colombiana. Pero no, Francisco es un buen jesuita, y lo digo yo, que más bien poco sé de las ordenes de la iglesia católica.
¡Me alegra que el papa haya venido! No solo por su cercanía a la gente, su humildad y su carisma. El hombre nos trae un mensaje de paz, de reconciliación, de acabar por fin con la maldita guerra. Y es que esta vaina también es de política. Mi más sincero deseo es que el papa pueda hacer que la gente crea en la paz por su convicción católica, porque la paz es algo que le demanda su corazón. Si Francisco puede tocar la fibra de los colombianos que profesan la fe católica, si puede hacer que la gente crea en la paz, eso será suficiente para tener mi admiración y respeto, aún cuando me opongo decididamente la mayoría de las cosas que representa la iglesia. La izquierda paria, desconectada de la sociedad no pudo hacerlo. Juanpa, el desgraciadamente habilidoso presidente de la república, tampoco pudo hacerlo. Que Francisco lo haga: por mí, por usted que lee esto, por todos los que vivimos en Colombia y por todos los creemos que un mundo en paz es posible.
Espero que todos los colombianos, creyentes o no, podamos aprender mucho de las enseñanzas que el papa Francisco nos trae.