En buena parte de los países se celebra la Semana Santa, una conmemoración de origen cristiano, que rememora lo que los Evangelios describen como la pasión y muerte de Jesucristo. Particularmente entre los días jueves, que denominan santo, y el domingo, conocido como de resurrección, las ceremonias religiosas se convierten en la nota dominante, pese a que el comercio y el turismo se empeñan en significaciones distintas.
Creo que puede pensarse lo que se quiera acerca de la existencia de Dios, así como sostener posturas críticas frente al papel de la Iglesia católica en diversos momentos históricos. Es parte integral del derecho a la libertad de conciencia y de culto. Pero no puede perderse de vista la inmensa ola humana que efectivamente cree en las manifestaciones religiosas. Algo muy grande debe haber en el fondo para que cientos de millones de personas mantengan su fe.
Si se quiere podemos observar con escepticismo la consecuencia de muchos fieles, que tras darse golpes de pecho en el templo, comulgar y abrazar a los demás en señal de paz, salen a la calle a cobrar furiosos sus acreencias, promover los odios, clamar venganza, elaborar planes inmorales y cosas parecidas. Es cierto, muchos son así. Pero también hay los otros, los que comprenden, perdonan, los que se alegran sirviendo a los demás.
Hasta los más radicales ateos se han visto obligados a respetar el ejercicio religioso. Al fin y al cabo se inspira en sentimientos nobles, de amor al prójimo, de justicia, de generosidad. De hecho muchos terminaron por hallar similitudes entre el cristianismo como profesión de fe y las ideas comunistas. Los primeros procuran ser buenos para ganar el cielo, los segundos simplemente por sentimientos de humanidad, solidaridad y fraternidad.
Coinciden en la búsqueda del bien para la mayoría. Elaboraciones como la Teología de la Liberación encuentran el modo de fundir a Marx con Cristo, y echan raíces en barriadas populares, donde la gente halla su paz espiritual luchando por un mejor nivel de vida. Un buen ejemplo de ello es el padre Bernardo Hoyos, en su Rincón Latino, en Barranquilla, en donde las comunidades más pobres lo aclaman para la alcaldía de la ciudad por tercera vez.
Son los milagros de la religión que solo un necio se atrevería a negar. Es por eso es que la Semana Santa no desaparece a pesar de tantos distractores. Las procesiones, los templos abarrotados, las oraciones, las prédicas, las viejas con sus camándulas y los viejos con su cabeza gacha, los niños y las niñas que entonan coros en las iglesias, los curas y su parafernalia, todo eso se mantiene vivo tras veinte siglos de existencia. Y se mantendrá quizás hasta cuándo.
Es por eso que desde esquinas diferentes al cristianismo se reconoce esa semana como un tiempo para dedicar a la reflexión, al recogimiento, al análisis de su propia vida, de sus actos, de sus propósitos. Quienes lo hacen obran animados por la intención de ser justos. Durante Semana Santa flota en el aire un ambiente así, una especie de invitación a dedicar unos días al espíritu. Ojalá sean muchos los colombianos que se detengan a pensar en el valor que tienen la verdad y la paz.
Vivimos en un debate permanente, en una contradicción aguda por diversas razones. Pero hay temas más candentes, como los que se relacionan con la implementación del Acuerdo de Paz, las objeciones presidenciales, la detención arbitraria de Santrich, la existencia de la Jurisdicción Especial para la Paz y la Comisión de la Verdad. Sin dejar de mencionar la minga indígena, el paro nacional previsto para el 25 de abril o las denuncias contra el Plan Nacional de Desarrollo.
El tratamiento a recibir en el componente de justicia
estará en relación con el grado de contribución voluntaria
de cada persona o colectivo a la verdad
Ojalá cuando menos el tema de la verdad fuera motivo de profunda reflexión para todos los que se vieron envueltos en el conflicto armado. Según el Acuerdo, aportar verdad plena significa relatar, cuando se disponga de elementos para ello, de manera exhaustiva y detallada las conductas cometidas y las circunstancias de su comisión, así como las informaciones necesarias y suficientes para atribuir responsabilidades. A eso nos comprometimos todos.
El Gobierno Nacional, como poder ejecutivo, y las Farc-EP se comprometen a contribuir decididamente en el proceso de esclarecimiento de la verdad y a reconocer sus respectivas responsabilidades ante la Comisión. Así reza el Acuerdo Final, que a su vez compromete al Gobierno Nacional a adoptar todas las medidas necesarias para garantizar la contribución de otras entidades del Estado y a promover la participación de terceros en la comisión.
El tratamiento a recibir en el componente de justicia estará en relación con el grado de contribución voluntaria de cada persona o colectivo a la verdad. Por ética y convicciones las Farc no solo firmamos, sino que reiteramos mil veces nuestra intención de cumplir. Que no se asuste nadie, bonita reflexión para Semana Santa.