Las condiciones para que la olla a presión de Venezuela estalle están dadas y, sin embargo, “no pasa nada”. Quizá porque los que esperan que algo pase tienen la expectativa de un algo grandilocuente, un hecho abrupto, determinante y definitivo que cambie el destino del país de un día para otro, y se basan para ello en claves que, vistas desde fuera, habrían tumbado ya al Gobierno más sólido. Mientras, el día a día se llena de algos pequeños, dispersos, que ya forman parte de una extraña cotidianidad que recuerda al síndrome aquel de la rana. Ese donde el batracio está dentro de una olla con agua templada a la que se le sube poco a poco la temperatura. Y se va adaptando hasta que, en un punto, muere cocida. Además de la costumbre, hay otros elementos que podrían frenar un desenlace con estallido social.
Para esta semana, la oposición ha convocado una manifestación para exigir que se siga adelante con los plazos del referendo revocatorio. No es la primera en estos días. La semana pasada hubo dos en Caracas, miércoles y sábado. En ninguno de los casos dejaron que la marcha llegara al municipio Libertador, donde están los poderes públicos, entre ellos el Consejo Nacional Electoral, que define, regula y supervisa el proceso del revocatorio, y el Palacio de Miraflores. Desde febrero de 2014, cuando se iniciaron las protestas y tumultos que dejaron como saldo 43 muertos en todo el país, la oposición tiene vetado manifestarse en esta zona de la ciudad. En la convocatoria del pasado miércoles apenas pudieron moverse de la zona de arranque de la marcha, decenas de efectivos de la Guardia Nacional Bolivariana les impidieron el paso.
También la semana pasada se lanzó por sorpresa la segunda fase de la operación de Liberación y Protección del Pueblo (OLP), que consiste en actuar militarmente en zonas en las que se presume hay bandas delictivas organizadas. En la primera fase, que se lanzó en julio de 2015, se limitaban a llegar a la zona, detener sospechosos, 'dar de baja' a otros -eufemismo usado por el Gobierno para reconocer la muerte de más de 200 personas, según el ministerio público fruto de enfrentamientos con las fuerzas del Estado-, incautar armas y drogas e irse del área, que quedaba declarada como “zona de paz”.
En esta segunda fase, los efectivos militares se quedan. “La intimidación es el mensaje. Se van a quedar en sitios estratégicos por algún tiempo para prevenir la manifestación del descontento social”, cuenta el abogado y criminólogo Luis Izquiel. Hace semanas, en varias zonas del estado Zulia, al noroeste del país, hubo protestas por el racionamiento eléctrico. Al día siguiente, se militarizaron esos lugares y se puso fin de modo abrupto a las quejas en grupo.
Ni la oposición orquestada, ni los ciudadanos de a pie, ni las zonas populares, de modo espontáneo, parecen tener margen de maniobra para grandes acciones de calle con tintes violentos si se diera el caso.
Cada día se ha convertido en una carrera de obstáculos. A los problemas que puede tener cualquier familia de cualquier parte del mundo, las familias venezolanas suman los propios de esta crisis que vive el país. La búsqueda por día, cédula y tras una larga cola, de alimentos o artículos de higiene, la caza de medicamentos de uso tan común como el paracetamol, el tener que estirar el salario cada vez más mínimo para poder adquirirlos, amén de lidiar con los cortes de agua y su consecuente búsqueda de reservas para el uso cotidiano, y los cortes de luz y la logística para, por ejemplo, poder mantener refrigerados los alimentos que tanto costó buscar.
"La gente busca una opción movilizadora y dentro del orden, con una norma, una cosa segura, algo que les dé tranquilidad. Y la gente ve que la vía electoral es el camino", asegura la profesora Colette CaprilesQuizás este es el control del Gobierno menos claro a simple vista, pero más fuerte. La vida del venezolano se cuadricula en un horario determinado por la necesidad y el azar. Si bien se han creado lazos de solidaridad -te dono las medicinas que ya no necesito, te cambio este producto por otro-, en ese camino de supervivencia cada vez queda menos tiempo para los otros, la colectividad, articuladora de cambios, y más para el “yo me resuelvo” y la individualidad.
Si bien está siendo el elemento catalizador del miedo en el seno del chavismo, así como el motor que bombea las acciones de Nicolás Maduro -como la extensión del estado de emergencia económica-, también está actuando como válvula de escape para bajar la tensión. Parece contradictorio en un contexto donde todo indica que el Gobierno no permitirá que se realice este pulso electoral, pero por primera vez desde las elecciones presidenciales de abril de 2013, en que se batieron Henrique Capriles y Nicolás Maduro, la oposición tiene una ruta política clara y definida. Una vía que tanto el mismo Capriles como el coordinador general de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), Jesús Torrealba, han dicho que servirá para cambiar el país a través de las urnas.
Y parece que el sentir de gran parte de la población va por ese camino democrático, algo que se evidenció cuando la gente hizo colas, esta vez para firmar y solicitar el inicio de este proceso. “La gente busca una opción movilizadora y dentro del orden, con una norma, una cosa segura, algo que les dé tranquilidad. Y la gente ve que la vía electoral es el camino”, asegura la profesora de Ciencia Política Colette Capriles.
Los elementos posibles de freno están ahí, pero predecir la violencia en Venezuela es tan complicado como predecir la lluvia en el Caribe: no se sabe cuándo empezará, dónde pasará ni cuánto durará. Nadie sabe qué o quién puede lanzar un balde de agua hirviendo a la olla en el momento más inesperado. Y que la rana reaccione.