Los operarios de la guerra en Colombia se alistan para cambiar de uniforme. Sí, los jóvenes del combate, de donde nace la tesis que está tomando fuerza, pues de firmarse un acuerdo en La Habana entre sus camaradas y el gobierno, la suerte de los militantes y la base joven de las Farc quedaría en el limbo y más cerca de las bacrim.
Al Sena no irán, a Coldeportes tampoco. Excusa, la misma: el presupuesto actual no alcanza y si le sumamos seis mil personas, menos. Entonces, nadie entiende como en estos dos años de conversaciones, los jóvenes aún no han logrado obtener la atención de los comandantes de las Farc, del gobierno, ni de los medios de comunicación; ellos que han sido actores transversales del conflicto como víctimas y victimarios. En cambio, las curules de las Farc producto del acuerdo de Paz, se han llevado todo el protagonismo, es decir seis curules del Congreso, en la mesa de negociación, priman sobre seis mil jóvenes que se reinsertarían.
Que el país hable de paz y no de guerra, es el triunfo de la razón. Lo absurdo, y temo que ahí vamos, es que el gobierno esté concentrado en la minoría de los que dialogan y no en sus bases, los que atacan los colegios, los hospitales; cómo seducirlos a dejar las armas, si las bacrim los están esperando con las ofertas del narcotráfico; de ahí que el anhelo de lograr el fin del conflicto, se hace hoy más gaseoso que real. Un absoluto desatino sería dejar que la “la paloma blanca”, romántica y folclórica, ignore a los militantes que ponen la piel en esta guerra.
No podemos celebrar que la paz se avecina si la juventud y su futuro siguen en el aire, pues somos nosotros el seguro para lograr un verdadero acuerdo nacional. El anhelado “atuendo” de solución pacífica al conflicto interno, que reviste al gobierno no lo debe eximir de sus faltas. Si la opinión pública aplaude al presidente Santos, por dialogar con los comandantes de las Farc, con mayor ímpetu debemos exigirle definir el futuro para los seis mil jóvenes que abandonen la guerra y solo saben maniobrar un fusil. Si el señor presidente designó una comisión de “notables” para que se siente con la guerrilla, también debe atender junto a sus más destacados representantes el llamado de nosotros, las nuevas generaciones de colombianos, sobre el papel de quienes decidan dejar las armas.
El despliegue mediático —público y privado— que han tenido las curules por la paz en los últimos días, no se ha visto para registrar la preocupación de tener nuevos grupos armados, producto de una negociación que está dejando sus protagonistas directos en el limbo, o de una transformación del conflicto, con disidencia y arruinadores, como los hay en todo proceso de paz. En palabras del padre Francisco de Roux, el “golpe” más certero para finiquitar la guerra; es sentarse a armar un mejor país con los jóvenes. ¿Esquivarlo? , será imperdonable.
Presidente, sin juventud no hay posconflicto, no hay seguro para la paz. Razón por la cual, los jóvenes continuaremos con la iniciativa popular de recoger mediante el apoyo ciudadano, firmas a favor de una audiencia exclusiva para la juventud donde se definan compromisos. No vaya ser que la liebre vuelva a saltar más pronto que tarde y con diferente uniforme.