Sin ética no hay democracia

Sin ética no hay democracia

"La política en su más alta dimensión la podemos entender como el punto donde confluyen todas las contradicciones y los conflictos"

Por: Jorge Muñoz Fernández
agosto 25, 2017
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Sin ética no hay democracia
Foto: La Portada Canadá

Hace algunos años tuve le oportunidad de conversar con el filósofo, escritor y sociólogo, de origen argentino mexicano, Enrique Dussel, en la Universidad Complutense de Madrid, sobre lo que pensaba en torno a la corrupción política que se asomaba peligrosamente en América Latina y en una forma lacónica, dirigiéndose al grupo que lo acompañaba expresó:

“Cuando los políticos y gobernantes creen que su autoridad es soberana, que son el trono del poder, el estrado más alto del gobierno, sin ningún vínculo con la comunidad que los eligió, consideran que apropiarse del tiempo y las riquezas de un país es una oportunidad que no tiene límites éticos”.

No vale entonces el origen familiar, la educación recibida y la moral convencional; el capital funciona para ellos como religión universal y la tentación de adorarla es incitada por la fetichización del placer que ha disuelto el núcleo de la moralidad política.

Conductas de esta naturaleza se consideran autónomas y hacen parte de comportamientos donde ‘todo vale’, que justifican inmoralmente la corrupción y al no ser miradas como descomposición ética, hacen parte del nihilismo burocrático; mientas las que se afirman en supuestos compromisos con el poder que les ha sido delegado, son las más desvergonzadas de todas las corrupciones, porque se realizan con pleno conocimiento de estar asaltando los intereses de la comunidad.

Las voces y señales que estamos viviendo tiempos de crisis son unánimes, sin embargo, la memoria colectiva es infiel, olvida y desconoce el pasado; cuando el Libertador Simón Bolívar asumió la titánica tarea de darle la libertad a cinco repúblicas, tenía a su disposición cerca de tres mil caballerías y a su paso por la ciudad de Popayán manifestó que él sería el propio auditor de guerra, porque presumía que se estaba robando las herraduras y los clavos, poniendo el alto riesgo la liberación de nuestros pueblos.

Bien se recuerda que poco después decretó la pena capital en su periplo por el Perú, “para todos los funcionarios públicos que hayan malversado o tomado para sí parte de los fondos de la nación”, con el fin de reducir la corrupción en la Gran Colombia.

Tal ha sido la magnitud que desde hace dos siglos en la América Hispana se habla en los discursos domingueros de la crisis del dinero mal habido y solo la acumulación desorbitada de las contradicciones políticas permitía observar que se abrían las puertas del asombro y se inventaba un nuevo idioma bursátil, donde el Fondo Monetario Internacional y la banca multilateral obraban como si fueran la RAE, acuñando frases como “ayudar a los pobres”, “desarrollar el campo”, “adoptar medidas de austeridad”, “realizar ajustes estructurales” y fomentar “la inversión extranjera”.

La fiebre de ébola, en África y el cólera en el Congo, han sido una caricatura frente a las muertes provocadas por el dinero despojado por parte de los corruptos a los planes de desarrollo regionales en América Latina.

Tiempos hubo en que se acudía a la guerra para saquear el subsuelo de los pueblos. Estados Unidos es el arquetipo del ejemplo, ahora no es necesario acudir a la guerra.

Bastan los movimientos financieros, la fusión de la banca mundial, las jugadas globales monetarias y hasta el botín de las enfermedades, para que las multinacionales farmacéuticas arrasen con el patrimonio de las naciones pobres.

Las constructoras mundiales, la Fifa, la General Electric, la Royal Dutch Shell, la Toyota Motor, la Exxon Mobil, HSBC Holding, AT&T, Wal-Mart Stores, el Banco Santander y la Chevron, son los principales dueños del mundo, patrocinadores de la anarquía política y la anarquía moral.

A naciones como Afganistán no se va por las cabras y ovejas, e incluir una torpe invasión militar a Venezuela no se hace con el pretexto de comer hallacas, sino por cuatrocientos veinte millones de barriles de petróleo que superan las reservas de Arabia Saudita.

En síntesis, si la política en su más alta dimensión la podemos entender como el punto donde confluyen todas las contradicciones y los conflictos, también la podemos entender como la expresión de la voluntad popular capaz de crear Estado que no sea el marco legal de las trasnacionales, ni esté supeditado a las exigencias de la globalización y el mercado.

De continuar aceptando el neoliberalismo a la carta, como clientes aplicados de la sociedad de la pobreza, sin capacidad de construir alternativas al servicio de las mayorías, construidas por las mayorías, seremos una republiqueta al servicio de los corruptos, que al decir de Milan Kundera solo hablan de los “gastados y aburridos principios morales”.

No somos pesimistas, no todo está perdido, el nacimiento de una nueva racionalidad libertaria, que rechace los catálogos del crimen, basada en la unidad popular para salvar a Colombia y el mundo, será más demoledora que todas las ojivas nucleares juntas.

Hasta pronto.

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