Según nuestra historia patria, el 20 de julio se celebra cada año la conmemoración de la “independencia” de Colombia, aquella discutida campaña que nos logró emancipar de la monarquía española. Una “relación” unilateral que tendría como saldo una inmensa extracción de metales preciosos desde las “Américas” hasta las cortes europeas, además de un genocidio indígena incalculable hasta la fecha. Sin embargo, todavía hay personas que consideran que fue un proceso “humanizador” que convirtió a unos “pobres” indígenas en “personas”. Este no es el motivo central de este artículo, pero cabe aclarar, que se tomó la decisión con agallas de deslindarse de un poder concentrado en una sola persona (Rey) para tomar las decisiones en conjunto (República).
Pareciera que estamos en un punto de inflexión, donde pasajes sombríos de aquella historia, podrían volver a repetirse (Si no se están repitiendo actualmente). Un diagnóstico desalentador, pero real. El extractivismo no ha salido de nuestra agenda económica; anteriormente eran inmensas las cantidades de oro saqueadas de estas tierras, con una estela de terror a su paso. Ahora, no sólo se extrae oro, sino también petróleo y gas. La gran diferencia, es que la mayor parte de las regalías se quedan en manos de corruptos; no obstante, los problemas ambientales sí permanecen con las comunidades adyacentes o ¿ya se nos olvidó el derrame de petróleo en Santander?
Antes, eran miles los indígenas que se morían por enfermedades traídas por los europeos, tales como: fiebre amarilla, lepra, caries, viruela, tétano, etc. Ahora, son miles de colombianos los que se mueren por un sistema de salud ineficiente, donde las EPS son mercaderes de la salud y la última prioridad que tienen es el bienestar de los pacientes. Todavía no nos hemos desprendido de una costumbre española, la cual identificaba a sus “ilustrísimos” señores mediante título, los cuales obtenían por múltiples razones: raza, el orden absolutista, el linaje, la apariencia, donativos a la corona, etc. En el virreinato abundaban duques, marqueses, condes, barones, señores y otros. Además de distinguirse por sus títulos; tenían grandes prerrogativas y ejercían ciertas funciones reservadas para ellos. No existe ninguna coincidencia con la Colombia actual, ya que en esta nación, nunca se elige a las personas que otros dicen, ni mucho menos pensar en políticos con apellidos tradicionales, ni imaginar dádivas a congresistas para aprobar leyes en beneficio de unos cuántos.
Me cuestiono constantemente esta pregunta: ¿Colombia tiene miedo de ser Venezuela o de seguir siendo Colombia? Porque he reafirmado esta característica tan peculiar de los colombianos. Vemos todos los defectos en nuestros vecinos, pero nunca miramos en el interior de nuestra casa. Un loco propondría empezar a fijarse en nuestros verdaderos problemas y tratar de arreglarlos con soluciones eficaces. Sin embargo, preferimos creernos portadores absolutos de la “democracia” y darle lecciones a los demás, como si no tuviéramos suficiente con nosotros mismos. Es también una invitación para las personas honestas de este país, ¡no sigamos defendiendo corruptos! Porque son esas personas las que tienen a Colombia entre los países más desiguales del mundo. En este momento, hay un claro camino hacia la corrupción, el terror, la penumbra, la mezquindad y la falta de libertades. Y otro camino que es una alternativa, que requiere grandes cualidades de sus dirigentes para tomar la decisión más sabia para Colombia: una unión, que garantice un gobierno sin corrupción y donde se vean restablecidos los derechos fundamentales de los colombianos.
Todavía tenemos tiempo de deshacernos de aquellas terribles costumbres y demostrarnos como país que podemos abrazar el futuro sin mirar atrás. Sin duques, ni reyes.