A principios de los noventa los críticos del mundo estaban convencidos que Robert Rodriguez sería el gran genio de Hollywood en el siglo XXI. El mito que se generó en torno a El mariachi, realizada, según cuenta la leyenda, con escasos siete mil dólares, le abrió las puertas de los poderosos estudios cinematográficos. Entonces vinieron sus años dorados y los presupuestos ilimitados que le permitirían contar con Antonio Banderas, Johnny Deep, Salma Hayek, Robert de Niro y el actor que se le diera la gana tener.
Lamentablemente para él su fórmula trash se fue gastando y los años lo fueron ubicando en su sitio: la verdad Rodriguez no pasa de ser un hábil artesano capaz de crear secuencias de acción llenas de ritmo, gracia y originalidad pero que no tiene, a diferencia de su compadre Quentin Tarantino, muchas cosas que decir. Ya venía de un fracaso tremendo con la secuela de Machete donde nadie le siguió el juego de convertir a Danny Trejo en el próximo Stallone y había guardado, durante años de cuidadoso montaje, la segunda parte de Sin city como su as bajo la manga.
Pero la espera se hizo demasiado larga y una década después de la exitosa adaptación del comic de Frank Miller, el público literalmente le dio la espalda a su segunda parte. Estrenada en más de tres mil salas en Estados Unidos y con un presupuesto que supera largamente los setenta millones, Una mujer para matar o morir recaudó apenas seis millones de dólares en su primer fin de semana. La película fue retirada sin atenuantes de un ochenta por ciento de los cines gringos y vio comprometido su estreno en otras partes del mundo.
En España amenazan con pasarla directamente al DVD y en Colombia todavía no hay fecha de estreno. A todo esto hay que sumarle la masacrada que le han dado los críticos que la han tildado, injustamente, de aburrida, intrascendente y plana.
Contrario a lo que me ha sucedido con la mayoría de películas de Robert Rodriguez, la segunda parte de Sin City me ha gustado y mucho. Si bien no tiene el ritmo de su antecesora y algunos personajes deambulan por ahí como almas en pena (Lo de Bruce Willis es realmente vergonzoso e inexplicable) el filme tiene virtudes que son inobjetables. La parte visual es sencillamente impresionante. Si hay una forma perfecta de adaptar la novela gráfica al cine es esta. Hay momentos en que te sientes navegar dentro de sus páginas.
Otro aspecto que hace imperdible su visualización es ver a Eva Green transformada en una diosa del sexo. Desde los lejanos días en que Barbara Stanwyck llenaba de hiel el corazón de sus amantes no veíamos a una femme fatale tan convincente. Haríamos cualquier cosa por estar a su lado, por tocar sus pechos turgentes, por yacer unas cuantas horas en su lecho viendo como los poros de su piel se abren sobresaltados por el violento embate del deseo. Y después ya no nos importa nada, que el sol salga y que sea lo que su voluntad mande: no nos importa demasiado matar a nuestros propios hijos si una mujer así ha decidido abrir su bata para que la contemplemos. Insoportablemente hermosa y malvada, Eva Green es un emparedado visual que nunca nos cansaremos de ver.
Los cinéfilos se divertirán y mucho descubriendo las referencias que los directores Rodriguez y Frank Miller han puesto en su película: esta es una declaración de amor no solo a la novela gráfica sino al cine negro, desde La dama de Shangai hasta Underworld pasando por Pacto siniestro, las referencias están todo el tiempo puestas de una manera inteligente, que ayudan a que las historias fluyan como un torrente sanguíneo.
Sin city 2: una mujer para matar o morir es cine en estado de gracia, galopante y frenético, hermoso y oscuro. Su estrepitoso fracaso es la constatación de que para el gran público el cine negro no es más que una curiosa pieza arqueológica. En su mejor película el irregular Robert Rodriguez se ha precipitado por la escarpada catarata del fracaso, un lugar de donde muy pocos vuelven. Su secuela del clásico de Frank Miller fue un bebé que nació muerto, un parto muy largo que hubiera sido un éxito rotundo hace cinco años pero que hoy ya parece no interesarle a nadie.