Igual que ha sucedido, sucede y sucederá con todos los imperios, al de la Fiscalía también lo alcanzará el ocaso.
Ya se ven los arreboles que lo preceden en su horizonte.
El exceso de poder, sumado a una caja menor sin fondo y a la capacidad de inspirar miedo entre posibles contradictores, puede ser —de hecho lo es— muy efectivo por un buen tiempo, pero sucede que nada ni nadie es eterno en el mundo, como canta Darío Gómez con envidiable despecho y sobrada credibilidad.
De un momento a otro, periodistas, políticos, juristas comenzaron a botar las burbujas del malestar que, al parecer les hervía por dentro, con la mediática Fiscalía General de la Nación. Y ya no hay quien los pare. Ni siquiera la certeza de que cualquiera puede ser candidato para que acuciosos funcionarios le abran —magia, magia—, una formulación de pliego de cargos. (Esa gracia no se le niega a nadie.)
“Mis antecesores no le prestaron mayor atención a la defensa judicial de la entidad ni a los asuntos administrativos. Ese descuido se tradujo en que, a 31 de diciembre de 2014, tuviéramos pendientes 14.640 demandas contra la Fiscalía y casi tres mil procesos de otra naturaleza…”, respondió Eduardo Montealegre a Cecilia Orozco (El Espectador) cuando esta le preguntó por 728 contratos de prestación de servicios por valor de 44.300 millones de pesos, un “monto irrisorio” para el vicefiscal Perdomo (El Colombiano), pero escandaloso para la mayoría de los colombianos.
Independiente de que las calidades profesionales de Montealegre no admitan discusión, uno lo oye hablar con tanto retintín de los fiscales anteriores, de colaboradores que fueron, del exministro de Justicia que se negó a firmar el proyecto de reestructuración de la Fiscalía, de la contratación a dedo y de la idoneidad de los contratados y de lo agradecidos que debemos estar con ellos, de la infalibilidad papal que lo acompaña, “de ninguna manera” reconoce haber cometido errores; de la incompetencia del Congreso para pedirle explicaciones; de los nuevos modelos de investigación, Colombia sería un estado fallido sin los algoritmos de Von Natalia quien, óigase bien, es una especie de Gaitán con faldas. “No es una mujer, es un equipo”, notificó EM; por radio, claro.
De tantas cosas humanas y divinas habla, repito, que uno al final, si bien queda convencido de que Napoleón era un simple aprendiz de emperador, entiende menos de lo justo y se hace muchas preguntas.
¿Resultaron paquetes chilenos los antecesores de Montealegre? (si es así, las insinuaciones no bastan); ¿tan incompetente es la entidad que necesita de una nómina paralela para poder funcionar?, (qué pifiada la de la Constitución del 91); ¿sin esta tómbola de contratos millonarios sería imposible preparar el terreno jurídico para el posconflicto del que todos hablan, pocos saben y muchos ya empiezan a lucrarse? (Baltasar Garzón que ya no consigue ni cinco en España; Natalia Lizarazo o Springer o Swarzenegger —el escándalo del apellido no tiene importancia— que por años pretendió posicionarse como formadora de opinión independiente mientras devengaba de la Fiscalía por cuenta de los algoritmos con los que desde hace tiempos campea por sobre expedientes confidenciales.)
¿Al Fiscal quién lo ronda? (manejar el destino de tanta gente y no tener que rendir cuentas a nadie…); ¿es cierto que Alfonso Gómez Méndez es “un excelente ventrílocuo”? (ejemplos de tal destreza por favor); ¿existe una estrategia para deslegitimar las actuaciones de Montealegre? (si es así, a revelar las evidencias); ¿hay columnistas que han faltado gravemente a la verdad? (quiénes, cómo, cuándo.); ¿disentir es sinónimo de linchar? (urge un diccionario en ciertos despachos);…
Muchísimas inquietudes nos asaltan a los ciudadanos de a pie. Y seguro que para todas él debe tener una respuesta. Una respuesta convincente, quiero decir.
Que se le note que es el dueño de la información en este país, Fiscal. La cosa es probando, lo sabe usted mejor que nadie.
COPETE DE CREMA: Al lado de lo sucedido con Carolina Sabino, los demás exabruptos de la Fiscalía pasan a ocupar segundo renglón. Por el lado que se le mire, este abuso de autoridad —¿cómo más puede llamarse a una violación a la intimidad tan flagrante, descarada e ilegal?— contra la actriz no tiene justificación. Excelentes (y carísimos) le están resultando los asesores de imagen y comunicaciones al señor Montealegre. Si no le habían informado de la bomba mediática que desde hacía un mes estaban ofreciendo a medios de alto rating, le están haciendo bullying. Lo cierto es que con o sin el reversazo obligado y poco convincente —y por más algoritmos que le chanten a los diagnósticos— el autogol quedó ya grabado en la historia de la Fiscalía del Siglo XXI. (¿Y a Carolina quién le devolverá la intimidad perdida? Ese robo sí que debería ser delito.)