Sin aceptar al otro, será imposible la paz
Opinión

Sin aceptar al otro, será imposible la paz

Palestina y Rusia tienen razones que deben ser atendidas en sendas conferencias internacionales organizadas por las Naciones Unidas

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octubre 11, 2023
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Cuando el presidente Petro recientemente propuso a la Asamblea General de las Naciones Unidas, que fuesen convocadas dos conferencias internacionales urgentes para los temas de Ucrania y Palestina, recordando que el papel de la ONU era fundamentalmente el de velar por la paz en el mundo, recibió por parte de los sectores ultraderechistas en Colombia un amplio rechazo, que incluyó la masiva difusión de mensajes burlescos.

Cada minuto resulta más necesaria la atención de la comunidad internacional a esos temas. Porque implican, no solo acciones que ponen en riesgo la estabilidad y la paz mundiales, sino porque, además, en cada uno de esos escenarios se cumplen hechos verdaderamente aterradores, que conmueven hasta las fibras más íntimas el sentido de humanidad. Tanto dolor, tanta sangre, tanto sufrimiento tienen que llamar, sin vacilaciones, a hacer algo.

A actuar racionalmente para poner fin a la locura. La conciencia sobre la dignidad de nuestra especie exige hallar solución inmediata a estos problemas. Que, en primer lugar, se detengan los fuegos, que se paren las muertes de ancianos, mujeres, niñas y niños, de hombres que podían estar trabajando en paz por sus familias y sus sociedades. Que los bandos interesados se sienten a conversar y no se levanten de la mesa hasta haber encontrado una solución.

Cada uno de los involucrados en estos trances bélicos exhibe sus propias razones. Y, en defensa de estas, se lanza por territorios y vidas humanas sin reparar en los costos. Pero también es cierto que hay principios, que existen cartas y declaraciones de derechos reconocidos por todos en el campo internacional. Además, algunos intereses deben estar por encima de todo, la vida misma, la paz y la convivencia tranquila entre los pueblos.

Nadie es tan perfecto como para carecer del más mínimo defecto, y nadie es tan vil como para no poseer alguna cualidad. Ninguno tiene tampoco la verdad revelada. Lo reconocimos las FARC-EP en Colombia al firmar el Acuerdo Final de Paz de 2016. Podíamos tener las razones más justas para nuestro alzamiento armado, reconocidas expresamente por el Estado colombiano al aceptar fórmulas que buscaran poner fin a las causas de la confrontación.

Una reforma rural integral, que remediara la excesiva concentración de la propiedad de la tierra y sacara del atraso al campo colombiano, así como una nueva política para tratar el problema de los cultivos de uso ilícito. Una ampliación de la democracia que garantizara el ejercicio pacífico de la política a una oposición obsesivamente perseguida con asesinatos y masacres. También a las organizaciones sociales que luchaban por sus derechos.

Pero había que añadir algo, que las dos partes involucradas se comprometieran a reparar a las víctimas de la confrontación, millones de seres humanos de carne y hueso, para lo cual resultaba fundamental el reconocimiento de sus responsabilidades mediante el suministro de la verdad. La aceptación franca de que se era culpable de haber cometido hechos criminales espantosos, la solicitud de perdón y el cumplimiento de acciones reparadoras.

Un acuerdo cuyo contenido y naturaleza deslumbró al mundo entero, que no tuvo la menor objeción por parte de la Corte Penal Internacional y que se reconoció como modelo a seguir, dentro de las condiciones peculiares de cada conflicto. El apretón de manos entre Juan Manuel Santos y Timoleón Jiménez en La Habana adquirió el significado simbólico de que, por encima de los argumentos y los odios, siempre habría lugar a una solución civilizada.

Que Rusia tiene razones tan respetables como las tiene Occidente será sin duda un reconocimiento decisivo. Es necesario que se deje atrás la repetida versión de que sólo una de las partes enfrentadas está movida por reclamos justos, mientras la otra es una criminal despreciable. Que Palestina tiene a su vez tanta justicia en sus reclamos y denuncias como la tiene Israel al señalar el terrorismo de Hamás, puede empezar a poner las cosas en el lugar correcto.


Mientras no se acepte que el otro existe, que tiene derechos y argumentos válidos sobre los que hay que sentarse a hablar, será imposible terminar con los cruentos combates entre ejércitos enfrentados y demenciales embestidas contra la población civil


Por obvio que pueda parecer, mientras no se acepte que el otro existe, que tiene derechos y argumentos válidos sobre los que hay que sentarse a hablar, será imposible terminar con los cruentos combates entre los ejércitos enfrentados y las demenciales embestidas contra la población civil, que como todo el mundo sabe, resulta siendo, de lejos, la mayor víctima. De eso, precisamente, es de lo que deben ocuparse las Naciones Unidas.

Así deben entenderse los esfuerzos por la paz total en Colombia. Ojalá que las delegaciones oficiales en las distintas mesas, puedan conseguir que sus interlocutores se muestren dispuestos a reconocer sus atrocidades y responsabilidades. Que de las mesas no surgirá una revolución, sino un pacto para avanzar hacia un país mejor. Cuidado, son muy graves los problemas que exigen solución inmediata, como para estar añadiéndoles la violencia y la muerte.

Los motivos del lobo, enseñó Rubén Darío con San Francisco. Y para la ultraderecha, sensatez.

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