Los billetes tienen historias que contarnos y no queda de más ir desempolvándolas. Quizá se sorprendan, como me pasó a mí, igual que cuando abro un libro de mi biblioteca que nunca cogí, pero que siempre estuvo ahí, y descubro, entonces, mundos maravillosos, como me pasó hace ya varios años con La peste, de Camus. En esta ocasión, no me sorprendí con libros sino con billetes, y en particular con el de José Asunción Silva, ese del billete de tan poco valor monetario pero de tan rico valor narrativo, poético y humano, lo cual daría hasta para realizar una telenovela. Este billete recoge dos de los tantos temas que agobia diariamente al ser humano: el suicidio y los amores prohibidos.
Se dice que Silva cometió incesto con su hermana menor, Elvira, que era un amor prohibido ante la sociedad; al fin de cuentas, era la hermana. Ella murió cinco años antes que él, quien se suicidaría de 31 años. Esto, tal vez, podría llevar a decir que de cierta forma la vida de él estaba amarrada a la de ella, como la de uno a ciertas personas. Quizá no soportó su ausencia, recordándola en los lugares que frecuentaban, viendo la cama en la que dormía, contemplando la ropa que usaba, y así, viéndola en todas partes. Lo mismo nos sucede cuando muere alguien cercano, o incluso cuando alguien simplemente se va de nuestras vidas, aunque siga viva esa persona. Recuerdo a Fermina Daza, en El amor en los tiempos del cólera, que cuando murió Juvenal Urbino se lamentaba sugiriendo que “la gente que uno quiere debería de morirse junto con todas sus cosas”. Tal vez eso deseó Silva, cosa que no sucedió, entonces decidió darle punto final a su vida. Y es que quién no ha deseado amores que sencillamente sabe que no puede o no debe tener, o cuántos no han pensado alguna vez en el suicidio por ese tipo de problemáticas, aunque Silva haya ejecutado aquel acto.
Silva decidió, entonces, terminar el contrato de su cuerpo con la vida. Horas antes ya le había pedido a uno de sus amigos que le dibujara el punto exacto en donde quedaba el corazón, para luego darse allí un disparo certero con ayuda de sus almohadas para enmudecer el ruido del impacto. Aunque claro, su amigo no sabía que él fuera a cometer tal acto. Fue encontrado muerto a las 7 de la mañana. Quién sabrá a qué hora murió, quizá muy de madrugada (algunos dicen que a las 3am), como muere la gente que sabe morir, diría Horacio Ferrer en su bella “Balada para mi muerte”, acompañado de Piazzolla. En fin, probablemente la vida no unió a este particular autor con su hermana, pero hoy reposan juntos en el cementerio.
Sin embargo, son muchos los rumores sobre el por qué de su suicidio. Puede que no se haya suicidado a raíz de Elvira, sino por negocios familiares, por su desprecio por Bogotá, porque era impotente o porque supuestamente era homosexual; incluso hay biógrafos que dicen que lo asesinaron. Bien sabemos que los muertos se someten a teorías bien o mal planteadas.
A propósito de Elvira Silva y de billetes, Jorge Isaacs fue amigo de la familia Silva, y escribió una carta dirigida a su amigo José A. Silva, con motivo de la muerte de su hermana ) «(…) Elvira vendrá a nosotros. ¿En nosotros no vive? (…) Creo que estaré mejor de aquí al sábado; si así sucede, iré a abrazarlo en la noche de ese día. Su leal amigo» La carta estuvo acompañada de unas estrofas de mano del mismo autor, que llevaron el nombre de la hermana ya fallecida:
«(…) Larga la noche
del sepulcro será… lóbrega y fría!
poned blando cojín a su cabeza,
que en el regazo maternal buscaba
mimos ayer y juegos y caricias…
(…)
¡Ay! sólo tú, dormida para siempre,
y para siempre muerta! (…)»
Examinen el billete. Tómense un tiempo para mirar la rana a cuyo ruido Silva hace alusión en Nocturno III, poema que está en el mismo billete, o las plumas que hacen honor al oficio de escritor. Observen también la luna y a Elvira, que también forman parte del poema que menciono. Es más, junten dos de los extremos laterales y verán que se formará un corazón, ya deducirán por qué. Desempolvemos los billetes.
- Posdata: Ojalá y no seamos tan colombianos como para cambiar un billete de José Asunción Silva, con su rica historia, esa sí digna de telenovela, por una moneda de la Madre Laura.
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