Un dato como para sentarse a llorar: en el primer trimestre de 2019 hubo en el mercado laboral colombiano 144.631 ofertas laborales profesionales para 15.031.709 solicitudes, según el portal Elempleo.com. Para mencionar sólo el caso de Administración de Empresas, la profesión con más ofertas y más solicitudes, hubo 24.051 de las primeras y 5.016.804 de las segundas. Con un agravante: 7,5 millones de esas aplicaciones buscan un salario menor a dos millones de pesos mensuales.
Es decir que si el índice nacional de desempleo para esa fecha era de 10,5 %, el que corresponde a los profesionales universitarios debió ser mucho mayor, con la consecuencia del deterioro del valor de los salarios. ¿En qué medida se afecta la motivación del estudiante o su familia para entrar a una universidad privada, cuyo costo promedio debe andar por los 15 millones de pesos anuales, si una vez hecho ese esfuerzo enorme no hay trabajo o este no es remunerado adecuadamente? ¿Es ese un factor importante en la disminución de la matrícula de las universidades privadas, fenómeno que ha venido ocurriendo desde el 2017?
Porque en las universidades públicas sucede todo lo contrario. No hay sillas para tanta gente. La Universidad Nacional recibió en todo el país para el primer semestre de 2019, 75.000 solicitudes de estudiantes, de los cuales solo fueron admitidos algo más del 10 %. Y lo mismo se repite a lo largo y ancho del país. ¿Habrá un desplazamiento de aspirantes de la universidad privada a la pública, porque no pueden pagar la primera o no es rentable su inversión? Y ante la dificultad general de llegar a la universidad, sea pública o privada, ¿no será que los jóvenes están buscando otra cosa que no sea un título universitario? ¿O será que hay un cambio sustancial en el mercado laboral que requiere profesionales diferentes? ¿O ambas cosas?
El Rector de la Universidad del Rosario, Alejandro Chayne García, hizo para la revista Semana un análisis de lo que considera serían las causas de que haya tantas sillas vacías en las universidades privadas, en el cual habla con franqueza de tres problemas fundamentales. El primero, que las universidades privadas, que dependen principalmente de la matrícula, no podrían hacer las inversiones que se requieren para ofrecer una educación pertinente y de calidad, con matrículas menos costosas, a no ser que haya nuevos mecanismos de financiación dentro de una alianza Universidad-Empresa-Estado. El segundo, que debe haber nuevos modelos pedagógicos y de formación en el entendido de que a los millennials ya no les parece tan atractivo tener un título universitario que tardan años en lograr y los endeuda. Y el tercero, que no tiene sentido lo que él denomina una competencia costosa y feroz entre universidades privadas por los cada vez menos estudiantes que pueden pagarlas, cuando lo que se debe hacer es construir escenarios de cooperación.
La educación privada universitaria de calidad es costosa,
tiende a encarecerse y si se financia solo con matrículas,
no puede estar al alcance de todos
En resumen lo que plantea es que la educación privada universitaria de calidad es costosa, tiende a encarecerse y si se financia solo con matrículas, no puede estar al alcance de todos. Pero en este aspecto, el caso de la universidad pública no es muy diferente. Su crisis financiera llevó a un movimiento nacional universitario el año pasado, cuando se estimó su déficit de funcionamiento e inversión en 15 billones de pesos. Un acuerdo con el Gobierno Nacional llevó a la asignación de recursos adicionales para el actual período presidencial, muy bienvenidos pero de todas maneras insuficientes.
Es el mismo asunto que el de las universidades privadas. Las universidades públicas no pueden ofrecer una educación de calidad, con altos estándares académicos, con un cuerpo profesoral de altas calificaciones, si no hay dinero para pagarla. La diferencia por supuesto es que esa obligación irrenunciable es del Estado y así debe seguir siendo, porque es la única manera de que la educación superior de calidad puede estar al alcance de todos, a través de la oportunidad de un examen de estado para ingresar.
Algo no está funcionando bien si solo se pueden recibir el 10 % de los estudiantes que solicitan ingreso a las universidades públicas y se han reducido en 10 % los estudiantes de las universidades privadas. Tomar los recursos de la educación superior pública para financiar la privada con el argumento de la equidad, es algo que no salió bien: enmascaró el problema de falta de demanda en las universidades privadas y precipitó la crisis financiera en las públicas. Se necesita repensar la educación superior, su financiación, sus escenarios, que ya no están limitados a los campus, ni a las instituciones tradicionales, ni a las carreras convencionales, ni a los actuales métodos de enseñanza, ni a la duración de los programas. En resumen dos cosas: su pertinencia académica y tecnológica para adecuarse a las nuevas y cambiantes necesidades del mercado laboral y plata, mucha plata.