Aleksander Vucic, un gigante con cara de niño, como todos esperaban, ganó las elecciones en Serbia el domingo 3 de abril. Será su segundo mandato consecutivo de cinco años. No es hombre de ideologías. Su programa de campaña electoral era escueto: Vucic.
Su éxito, dicen, lo debe a la economía. El PIB ha aumentado, el desempleo baja, la deuda es modesta y las reservas internacionales son motivo de euforia. Pero los jóvenes serbios se van, buscan abrirse paso en Europa.
La democracia brilla en el Este de Europa. Orbán gana en Hungría, pero su democracia no es liberal, dicen sus detractores. A Vucic algunos lo tildan de “autócrata” –es la palabra de moda para descalificar con quien no se está de acuerdo-, otros le endilgan ir hacia una “democracia híbrida”, una mezcla de democracia y autoritarismo.
Qué es democracia, porque cuando Hamás ganó las elecciones legislativas de Palestina en 2006, Occidente resolvió no reconocerlas, porque ganó el inesperado. ¿La democracia es acomodaticia? Fukuyama, en su último libro desarrolla la tesis central del mismo: el liberalismo ya no es lo que era.
Vucic está en la encrucijada que ha abierto la guerra de Ucrania, -una guerra que ha dividido al mundo peligrosamente entre halcones y palomas- continuar con su cálida amistad con Vladimir Putin o ingresar a la zona europea.
En Belgrado, la capital de Serbia, hay grandes manifestaciones de apoyo a Putin, es la única capital europea que ha sido clara al no aceptar imponer sanciones económicas a Moscú por atacar a Ucrania. Desde hace rato se ha dicho que la relación entre Belgrado y Moscú corresponde a un “amor patológico” ¿Tiene esto alguna explicación?
El veneno se encuentra en el siguiente dilema, de carácter metafísico: ¿Quién tiene la verdad, el Este o el Oeste? ¿por qué esa paranoia, de que uno u otro deba tener la verdad? Aferrarse a ‘esa’ verdad es la peor ponzoña posible, porque en la realpolitik, cuyo interés es que prevalezca la realidad en las acciones políticas, no existe, o si acaso existe es solo el reflejo de una entelequia.
Tito tuvo ese dilema en aquellos años de Guerra Fría, se movió con sagacidad por mantener el equilibrio entre Moscú y Washington, y, mientras estuvo en vida, logró mantener unida a Yugoslavia. Su desaparición provocó el estallido mortífero de las guerras de los Balcanes, que atomizó la región.
Ese dilema lo tiene hoy Vucic en Serbia –que se declaró país neutral en diciembre de 2007- pero podría constituirse en una trampa mortal. El país depende del gas ruso, como lo es Austria o Alemania, o la misma Hungría de Orbán. Todos ellos ya han dicho, no, a cerrar el grifo con Moscú. Cortar con el gas ruso, ya mismo, como quiere Zelenski, sería un suicidio.
Martin Brudemüller, CEO de BASF, uno de los mayores consumidores de energía de Alemania, con más de 40.000 trabajadores en su sede principal, y que sabe muy bien de lo que habla, –no como algunos economistas que, aparte de teorías, no saben más-, considera que un boicot a la importación de gas natural ruso es irresponsable.
Brudemüllor dice en FAZ: “¿Queremos destruir toda nuestra economía con los ojos bien abiertos?”. Reemplazar el gas de Putin, si se empieza ahora mismo, tardaría cuatro o cinco años, dice Brudemüller.
Vucic, además del gas ruso, tiene otro lazo que hermana a Moscú con Belgrado. Para Serbia, Kosovo es un lugar sagrado, que ellos consideran “la cuna de Serbia”. Igual que para Rusia, su historia comienza en Kiev. Serbia no ha reconocido la independencia de Kosovo. Y en esto tiene el apoyo de su hermano ortodoxo, Rusia, que está vetada en el Consejo de Seguridad de la ONU.
Serbia tiene una herida muy honda que lleva en su corazón y en su alma todos los días y que no puede olvidar: el país fue bombardeado sin misericordia, durante más de dos meses y sin consentimiento de la ONU, por la OTAN.
Unos días antes de las elecciones, el 22 marzo, Aleksander Vucic, en campaña política, dijo: Nunca vamos a ingresar a la OTAN. “Serbia es un país libre y militarmente neutral. Damos prioridad a nuestra economía, los sueldos, las pensiones”, dijo en un discurso en la ciudad de Kikinda.
En aquel discurso, Vucic llamó la atención a que ahora los medios occidentales muestran “cochecitos sin niños” en Ucrania, algo que no hicieron durante el bombardeo de la OTAN contra Yugoslavia, en 1999.
Serbia quiere ingresar a la Unión Europea, desde hace varios años. Ahora, de repente, por la guerra, la UE se prestigió. ¿Es esto real? El Brexit dejó moribundo al club europeo. Boris agitó las aguas de que Reino Unido quería recuperar su “soberanía”. Orbán y Kaczynski en Polonia, como Boris Johnson, hablaban que les parecía una intrusión que las “órdenes” llegaran de Bruselas diciendo qué debían hacer.
El antieuropeísmo en la zona Euro no es cosa de los populistas, miles de ciudadanos de las distintas capitales europeas también muestran su antipatía hacia el Club. Francia y Holanda en sendos referendos rechazaron la adhesión a la UE. Aunque sus parlamentos ignoraron la votación. ¿De ganar Marine Le Pen, el próximo 10 abril, se produciría el Frexit?
El domingo, luego del triunfo, en su discurso de victoria, Vucic adoptó la misma actitud de Tito en el pasado. Serbia mantendrá sus “relaciones amistosas y de asociación con Rusia” y continuará con su equilibrio entre su ingreso a la UE y seguir con los lazos con Rusia y China, un importante inversor. Serbia qué puede esperar de Ucrania, un país totalmente destruido.
El presidente ruso, Vladimir Putin, envió un telegrama de felicitación a Vucic por la victoria, donde invita al presidente serbio a “mantener el fortalecimiento estratégico entre nuestros países”.