“Todo el siglo XIX es un grito desesperado que anuncia la caída en un abismo insondable”

“Todo el siglo XIX es un grito desesperado que anuncia la caída en un abismo insondable”

Así lo manifestó en días recientes el escritor Mario Mendoza

Por: Diana Patricia González Torres
agosto 11, 2017
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“Todo el siglo XIX es un grito desesperado que anuncia la caída en un abismo insondable”
Foto: Colprensa

Para él la crisis de la Modernidad occidental, la crisis de la razón que se dio en el siglo XIX tuvo serias repercusiones no solo en ese lapso histórico sino en nuestra actualidad, en nuestro presente; un abismo en el que está inmersa la raza humana.

El literato, que fue invitado por el Instituto de Investigaciones Estéticas de la Facultad de Artes de la Universidad Nacional de Colombia a participar en la segunda sesión de la “Cátedra Gabriel García Márquez: Frankenstein, nuevas miradas políticas y estéticas”, habló de este y otros temas que se encuentran en el trasfondo de la novela Frankenstein o el Moderno Prometeo, de la británica Mary Shelley, eje alrededor del cual giran las disertaciones de este curso semestral.

Durante su intervención, Mendoza se refirió a la esencia de la narración de Frankenstein, es decir, a la crítica al pensamiento racional que empezaba a considerarse por ese entonces -hace doscientos años-, “todopoderoso y sin límites”. Desde ese tiempo, algunos artistas y escritores, entre estos Edgar Allan Poe y Baudelaire –además de Shelley-, anunciaron la caída de un determinado modo de pensar: la razón moderna, heredera de los hombres del Renacimiento, desprovista de su anhelada perfección, de su aparente esplendor.

“Creíamos, sobre todo después de la Ilustración del siglo XVIII, de la Revolución Industrial y de la Revolución Francesa, que íbamos a ser capaces de construir un mundo mejor, solidario, fraterno, igualitario. Creíamos en el progreso. No fue así. Ninguna de las promesas del proyecto moderno se cumplió a cabalidad. En realidad, lo que ocurrió fue todo lo contrario: más miseria, más hambre, más desigualdad”, explicó el escritor.

Así mismo, el horror de los actos atroces de ese otro ser que habita en cada individuo humano y en sociedades temerosas e indiferentes ante la barbarie, fue otro de los planteamientos que Mario Mendoza trató durante el desarrollo de su conferencia titulada “Frankenstein, un monstruo romántico” y por eso resaltó que una de las preguntas más difíciles de responder  es “¿quién es Yo?”

El escritor, que llamó la atención de los estudiantes de la Cátedra, contestó además, en una entrevista posterior, los siguientes planteamientos:

¿En qué momento de su vida y bajo qué interés o motivación decide Mario Mendoza ahondar en la crisis de la Modernidad y, además, ser un crítico de la realidad presente?

M.M. Viví en pensiones estudiantiles durante toda mi carrera universitaria: en el centro de Bogotá, en el sur, en Chapinero. Ese contacto con la Colombia profunda me dio una visión muy distinta de la vida urbana, de la explosión de lo que algunos sociólogos llaman “las ciudades fantasmas”, es decir, las megalópolis tercermundistas. Una literatura sobre ese nuevo mundo era necesaria. Había llegado la hora de elevar a Bogotá a la categoría de ciudad literaria.

¿Cree usted que, en cierta forma, esa crisis de la razón que se acentúa con la Primera Guerra Mundial se había estado tratando de ocultar y minimizar bajo el pensamiento moderno porque, al fin y al cabo, existe en el ser humano una lucha entre lo que se conoce como el bien y el mal?

M.M. Todo el siglo XIX es un grito desesperado que anuncia la caída en un abismo insondable. Y no atendimos ese llamado y las consecuencias saltan a la vista: dos guerras mundiales, Corea, Vietnam, Irak, Afganistán, Siria. Y ahora entrará Corea del Norte. Nos seguimos negando a revisar a fondo los pilares de nuestra civilización.

Cuando usted dice que el monstruo creado por Víctor Frankenstein, del que habla Mary Shelley en su obra, es hermano de los personajes de Edgar Allan Poe por ejemplo, ¿es porque, de alguna manera, esos seres fantásticos no son más que el reflejo del “yo” interior del hombre que muy a pesar de la evolución, de la época y de las circunstancias conserva intacto y arraigado un instinto salvaje, primitivo y oscuro que le es casi imposible vencer?

M.M. Esos personajes nos anuncian ya lo que Freud llamará más tarde el inconsciente. No somos uno, no hay identidad. No existe un bloque sólido al que podamos llamar yo. Como dice Rimbaud: Yo es un otro. Y la pregunta es inquietante: ¿Y quién es ese otro o esos otros que me habitan?

Si el monstruo es el vecino, pero también es cada uno de nosotros o está en nosotros y esta realidad inevitable es también en ocasiones menospreciada, ¿qué medidas cree que podrían o deberían tomarse para, por lo menos, hacer frente y reconocer de hecho esta condición?

M.M. Hay un analfabetismo peligroso con respecto al tema del inconsciente. No hay una pedagogía al respecto en el colegio ni en la universidad. Uno puede graduarse perfectamente de cualquier carrera y empezar a ejercer sin haber comprendido bien lo que ese concepto significa al interior de cada uno de nosotros. Buena parte de la violencia cotidiana tiene su origen en esa ignorancia.

¿Es la monstruosidad una característica inherente al ser humano o es producto de hombres y sociedades triviales, enfermas y sedientas por el poder, por el ego exacerbado?, es decir, ¿sería una consecuencia de nuestro propio invento que, finalmente, nos hace víctimas de ello tal como lo narra Mary Shelly en su obra Frankenstein o el Moderno Prometeo?

M.M. El inconsciente no solo es negativo y peligroso. También es creativo, lúdico, irreverente y anárquico, liberador. Gracias a él escapamos muchas veces de ciertas trampas que nos ponemos a nosotros mismos. El inconsciente desactiva ciertos comportamientos pesados y densos en los que el consciente suele enredarse.

Si el inconsciente termina, de una u otra manera, siendo más poderoso que la razón en determinadas circunstancias cruciales –como las dos angustiantes guerras mundiales-, y esas circunstancias van en aumento ¿podría decirse que no existe salvación alguna y que lo único que resta es un fin más que esperado porque estaríamos atados a una bomba de tiempo?

M.M. Hemos masacrado a las demás especies, hemos modificado el clima, hemos pasado de más de mil millones de personas muriéndose de hambre, hemos contaminado todo el globo, y no nos detenemos. Hay algo delirante y febril en nuestro transcurrir. Solo nos queda resistir a pequeña escala, en un círculo muy reducido. Lo minoritario es cada vez más significativo.

¿Podría decirse que lo que llamamos ficción es más una forma disfrazada de la realidad proveniente de la osadía de personas vanguardistas y no narraciones que emergen de una gran imaginación?

M.M. Ficción y realidad crean un solo entramado, una amalgama difícil de separar. Pensar de manera binaria es siempre una trampa. Debemos aprender a pensar complejidades. Hay fusiones, mezclas, modelos paradojales que van y vienen. Por eso el arte es tan importante: porque es inseparable de la vida.

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