Hubieran podido salir con cacerola en mano y un pliego de propuestas en la otra. Pero prefirieron el silencio, las velas, las flores y las banderas. Y la emoción del gesto fue impactante: multitudes agolpadas en La Plaza de Bolívar de Bogotá, como hace casi setenta años, exigiendo en silencio y con velas encendidas su derecho constitucional a vivir en paz.
Ojalá que esta marcha del silencio no corra el mismo destino que la histórica y multitudinaria "marcha del silencio y las antorchas" del 7 de febrero de 1948 en la que el líder popular Jorge Eliécer Gaitán", a nombre de una inmensa multitud venida de todos los rincones del país, le pedía al presidente conservador Mariano Ospina Pérez «paz y piedad para la patria».
De la misma manera que decenas de miles de jóvenes emplazaron este miércoles al presidente Juan Manuel Santos, Gaitán instaba al mandatario de entonces a evitar que la sangre siguiera derramándose y a que ejerciera su mandato, «el mismo que os ha dado el pueblo, para devolver al país la tranquilidad pública». Separadas por siete décadas, centenas de miles de muertos y millones de víctimas, las dos marchas le gritan en silencio a los dos mandatarios que ellos tienen en sus manos la posibilidad de evitar que la barca de un país que quiere la paz «tenga que navegar por ríos de sangre hacia un destino inexorable».
Dos meses después de la marcha del silencio y las antorchas, Gaitán fue asesinado y la vida de las inmensas mayorías siguió condenada a la muerte, el hambre, la ruina, la exclusión, el éxodo, la injusticia y todos los estragos propios de una guerra sin comienzo ni fin, mientras en el Palacio de Nariño dos élites se repartían un poder pactado. Ojalá, vuelvo y digo, que la marcha de este 5 de octubre de 2016 no sea traicionada por una pseudo paz de corte "frentenacionalista" pactada entre Santos y el señor del Ubérrimo a nombre de una tal "unidad nacional" en la que no caben sino ellos.
Ojalá que Santos sea capaz de vencer a la cobardía y la mezquindad. Y que, en lugar de afirmar que la paz se ha aplazado indefinidamente y de anunciar el levantamiento el cese al fuego de parte del ejército, defienda el acuerdo de paz firmado con las FARC y entienda que, ahora sí, esas negociaciones se han convertido en un proceso acompañado de una inmensa mayoría de los colombianos.
Si Santos entiende la magnitud del momento y le da voz a los silenciados de la historia, entonces acallaría a los pérfidos señores de la guerra. Pero puede, claro, hacer lo contrario y permitir que estos últimos sigan ensangrentando los campos y las calles de Colombia. Y de preferir esta opción aciaga, ya nos serán suficientes las velas, las flores, las banderas y el silencio. Se necesitará la fuerza de propuestas capaces de salirle al paso a una mortal zancadilla más en la historia de la asesinada paz.
Señor presidente, cientos de miles de colombianos le están diciendo, como le decía Gaitán a Ospina Pérez «todo depende ahora de vos».