“Todos vamos a morir, eso es cierto, y nadie sabe cómo, salvo los suicidas. Pero para la gente de la vida pública, yo adivino algunas veces. Tengo miedo de que maten a Petro, Dulcamara” (Aristóteles Montes).
Cuando Aris (Aristóteles) pronunció esta frase lanzó una bocanada de humo y recorrió nuestros ojos con una mirada enérgica. Todos guardamos silencio. Algunos segundos después, pasó una muchacha con overol blanco ofreciéndonos el tinto que llevaba en el tanque sobre su espalda. Fue el mismo Aris quien hizo servir café para todos. Pagó y se fue con su vaso en la mano, con paso muy apresurado y advirtiéndonos: “No sería el primero ni el único candidato que quitan del camino en Colombia”. La joven de los tintos, quien no había escuchado la conversación que sosteníamos, adivinó el tema y ratificó la sentencia con un “sí, señor, así es”.
Esta nota no tiene la intención de hacer proselitismo político ni sembrar pánico, ni nada por el estilo, pero sí la de recoger un sentir, pues no siempre la verdad brota de los labios de los poderosos, sino que se vive entre los ciudadanos de a pie. Por ejemplo, el vendedor de la calle, los fumadores que se juntan por azar en los parques y, sin conocerse, dialogan sobre el acontecer y la cotidianidad.
El temor de Nicolás Petro y de Aristóteles Montes no es gratuito. Colombia, seguido por México, tiene el deshonroso y triste primer lugar en América de candidatos presidenciales asesinados. Es una práctica ejercida, con nombres propios, por quienes detrás de bambalinas se han mantenido en el poder a lo largo de la historia sin ser autoridades, una oligarquía mafiosa, corrupta y criminal.
Un poco de memoria sobre asesinatos y fechas:
1. Rafael Uribe Uribe, asesinado el 16 de octubre de 1914.
2. Jorge Eliécer Gaitán, 9 de abril de 1948.
3. Jaime Pardo Leal, 11 de octubre de 1987.
4. Luis Carlos Galán Sarmiento, 18 de agosto de 1989.
5. Bernardo Jaramillo Ossa, 22 de marzo de 1990.
6. Carlos Pizarro Leongómez, 26 de abril de 1990.
7. Álvaro Gómez Hurtado, 2 de noviembre de 1995.
La lista podría ser muchísimo más larga si agregamos los presidenciables como Manuel Cepeda Vargas (9 de agosto de 1994), entre otros, padre del actual senador Iván Cepeda.
En México, a quien duplicamos, en cambio:
1. Francisco Rufino Serrano Barbeytia, 3 de octubre de 1927.
2. Arnulfo R. Gómez, 5 de noviembre de 1927.
3. Álvaro Obregón Salido, 17 de julio de 1928.
4. Luis Donaldo Colosio Murrieta, 10 de febrero de 1950.
Pero no es de México que hablamos ahora sino del temor que reina entre muchos colombianos, el cual nace, en tan particular momento de la historia de la raza humana, de una serie de factores en sinergia:
1. Los antecedentes de candidatos asesinados anotados anteriormente.
2. La falta de lectura por parte del pueblo, en el preciso sentido freiriano, el cual termina creyendo todo lo que dicen, según Mafalda.
3. El poder detrás del trono de la mafia colombiana, la cual tiene mucho que enseñarle a la gente de la Cosa Nostra y a los nazis.
4. El ineficiente y corrupto sistema de justicia.
5. Una gran mayoría de medios de comunicación arrodillados que utilizan los micrófonos para perdigonadas a la topa tolondra.
6. Campañas políticas con fundamento en que “la gente salga a votar embejucada” o en el miedo de que “vamos a ser como Venezuela”.
7. Antecedentes como los “falsos positivos”, la creación de pruebas y de testigos, y el envenenamiento de otros.
8. El ataque a la caravana en que se movilizaba Gustavo Petro, entonces candidato presidencial, el 2 de marzo de 2018 en la ciudad de Cúcuta.
9. La concreta y reiterada intención de darle muerte política mediante artimañas agenciadas por funcionarios del Estado: suspensión en la Alcaldía de Bogotá, embargo de cuentas, inhabilitación para ejercer cargo, en fin…
10. El lenguaje agresivo e incitación a la violencia por parte de funcionarios estatales, algo así como “Ustedes no son ningunas damiselas rosadas, ustedes tienen que entrar a matar”.
11. El río de muerte que fluye a diario hace muchísimos años.
No hay mucho que explicar. “Las cosas se cuentan solas; solo hay que saber mirar”, dice Piero de Benedictis. Estos son apenas once de los muchos factores que inciden y consolidan un sentir generalizado. La mafia colombiana, que se ha mantenido en el poder durante toda la historia, siente “pasos de animal grande”, y cuando percibe que su poder está en riesgo, mata. El vergonzante primer lugar en América lo demuestra sin mucho esfuerzo.
Eso es lo que está sucediendo en este momento. Esa organización criminal sabe que la única forma de evitar que Gustavo Petro sea peesidente de Colombia en las próximas elecciones es matándolo de alguna manera: mediante el sistema de justicia, utilizando la gran mayoría de los medios que son arrodillados o, simplemente, matándolo físicamente como ya se sabe en Colombia y en el resto del mundo, o diciendo que se murió por coronavirus o cianuro accidental. Por ello se respira cierto temor.
Sin embargo, y parece una paradoja, esos factores anotados son los mismos que tienen hoy a Colombia llena de coraje y, al mismo tiempo, de serenidad. Colombia sabe que, si en otros tiempos se han robado las elecciones, esta vez no pasará. Al pueblo algún día le toca.
Por último, esperamos que, por causa de esta nota, mañana no aparezca muerto el autor de la misma, como el alcalde de El Roble, muerto por coronavirus.