La toma del Palacio de Justicia por parte del M-19, es uno de los tantos episodios de la historia nacional que necesitan ser contados una y otra vez para entender mejor su magnitud, para descifrar las condiciones bajo las cuales tuvo lugar, y, en definitiva, para develar el horror que emerge de un país cuyo presente reserva aún la confusión de quien sufre y no sabe por qué.
Siempreviva, ópera prima del director colombiano Klych López, es una adaptación de la obra teatral de Miguel Torres representada más de mil veces en los últimos veinte años. Asimismo, es uno de los largometrajes preseleccionados por la Academia Colombiana de Artes y Ciencias Cinematográficas para representar a Colombia en los Premios Goya y Óscar en el 2016. Esta cinta, producida por CMO producciones, es un conmovedor pero a la vez escalofriante relato de una ciudad -de un país- que, sin decidirlo, hace parte de una violencia inclemente y que naufraga en el mar de un odio que ya no tiene dirección fija; un odio que ya no solo se expresa en la gravedad de un belicismo exacerbado, sino en la dura cotidianidad de sus sobrevivientes.
La cinta, rodada en una vieja casa del barrio La Candelaria de Bogotá, cuenta con la participación de Andrés Parra, Enrique Carriazo, Alejandro Aguilar, Laura García, Laura Ramos y Andrea Gómez, quienes, de manera genial, representan un drama de muchas caras alrededor de la historia de Julieta: abogada recién graduada que, frente a la crisis económica de su familia –hermano y madre-, decide trabajar temporalmente como cajera de una cafetería en el Palacio de Justicia. Tras la incursión del M-19 y los confusos hechos que se presentaron luego de la toma, Julieta –Andrea Gómez- será una más de la lista de desaparecidos que provocó el suceso. Sin embargo, como ya se mencionó, el drama que nos presenta Klych López es de muchos rostros. Historias convergentes y divergentes dentro de las fronteras no solo espaciales, sino de la angustiosa realidad colombiana. Tal vez el mérito más grande de Siempreviva sea precisamente ese: capturar la complejidad de nuestra idiosincrasia, de nuestra historia, bajo el techo de una vieja residencia.
Imprescindible y oportuna para el momento que atraviesa el país. Siempreviva tiene la fuerza de describirnos, una vez más, que el cine habla de lo que somos, de nuestros temores sociales e individuales. La obra de López conmociona, aterra e incluso deprime; las escenas de esta película nos cuestionan, nos hablan de una verdad que ya no podemos evadir más: el campo de batalla está aquí, en nosotros mismos. Nuestras actitudes, como supone Erich Fromm en El miedo a la libertad, contienen la más grande amenaza a la esperanza siempre viva de un país en paz.