Desempolvando recuerdos que llegan a mi mente por las fechas que conmemoramos y celebramos estos días de San Juan y San Pedro, se me hace imposible dejar a un lado la imagen de mi madre frente al espejo pintándome un bigote y unas patillas falsas, fajándome la camisa dentro del pantalón; ambos de color blanco puro, amarrándome las alpargatas y el rabo e´gallo rojo en el cuello, terciándome una mochila de fique y por último colocándome un bello sombrero en la cabeza.
Todo lo anterior constituye el traje típico del campesino tolimense que desde muy niños nuestros padres y hermanos nos enseñan a amar y enorgullecernos de llevar en las venas la sangre mestiza de conquistadores españoles como Andrés López de Galarza y de aguerridos indios pijaos como el cacique Cajamarca y Calarcá.
Vestido como lo mencioné, mi mamá y mi papá me llevaban de la mano y nos dirigíamos a la Carrera 5ª en la ciudad de Ibagué, donde se desarrollaban los tradicionales desfiles del Festival Folclórico Colombiano; no era el único niño con traje de “sanjuanerito”, habían conmigo varios, porque a mi lado compartían divinas niñas con faldas llenas de colores vivos en un solo tono, adornadas con arandelas, encajes, cintas, lazos, pasacintas etcétera; además uno que otro con traje verde, cinturón amarillo, enormes llaves, cetro y una gran barba de peluche, los cuales no podían ser sino “sanpedritos”.
Las delegaciones de los diferentes departamentos nacionales y algunas extranjeras nos deleitaban a ese grupo de “guámbitos” con una mezcla cultural impresionante, comidas, bebidas, danzas, trajes típicos y obviamente la belleza de las mujeres de las distintas regiones.
No se puede negar que causaba pavor los gritos del mohan con su chicote, la madremonte, la patasola, las brujas que se llevan a los niños que no están bautizados y los matachines de El Guamo que se ensañaban por asustarnos o sacar una sonrisa a los adultos; pero el trasfondo era dar a conocer la mitología viva y presente en los pueblos rivereños del Rio Grande de La Magdalena.
Pero la mejor comparsa siempre fue, es y será la nuestra, la tolimense; ver pasar a los bailarines con su coqueteo mutuo al son del Contrabandista de Catalicio Rojas, San Pedro en el Espinal o el San Juanero Huilense, a los campesinos con sus hamacas, sopladeras, molinos, totumas y múcuras; por supuesto los deliciosos tamales y la exquisita y única lechona; causaban un sentimiento de alegría de tener una cultura propia y de vivir los días más felices del año al lado de la familia y amigos.
Finalmente, después de vivir ese choque cultural y deleitarme con tantas expresiones, agotado por tanto movimiento, mi padre me alzaba en su cuello concibiendo en mi imaginación que era uno de los caballistas que cerraban el desfile por lo tanto cabalgábamos hasta la casa a descansar y a esperar un año para volver a vivir las fiestas.