Si yo fuera Santos, cambiaría de loción
Opinión

Si yo fuera Santos, cambiaría de loción

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junio 19, 2014
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El haber votado en blanco el domingo no me hace mejor ni peor que nadie. Lo que sí, es que me hace sentir ligera de ataduras –incluso, en relación con la iniciativa #votoenblanco, el mío fue por libre– frente a dos candidatos cuyas campañas ruidosas, basadas en golpes bajos antes que en propuestas, ensombrecieron aún más la precaria política colombiana y, por ende, el panorama de nuestra maltrecha democracia.

Lástima que a los analistas políticos independientes haya que buscarlos debajo de las piedras. Nos ayudarían a entender en qué momento lo que era una elección presidencial se convirtió en un referendo por la paz, promovido, incluso, por partidos y movimientos que siempre habían sido contundentes en señalar los peligros de la politización de la misma. En qué momento la agresividad de los protagonistas y sus inmediatos alfiles se fue extendiendo como mancha de aceite en el periodismo, la intelligentsia, las redes sociales, los amigos… En qué momento el matoneo y el señalamiento se apoderaron de “pacifistas” de uno y otro bando. En qué momento los intereses de la Colombia profunda –educación y salud, por ejemplo– desaparecieron de las agendas.

(En qué momento la Clara López de una pieza, que tuiteó en febrero 26: “El gobierno de Santos está organizando la compra-venta de votos más grande en la historia con la plata de los impuestos”, se tragó sus palabras. En qué momento el Mockus incontaminado que celebró su paso a la segunda vuelta en el 2010 con el estribillo: “Yo vine porque quise, a mí no me pagaron”, las suyas. En qué momento columnistas de gran credibilidad –uno en especial– se tragaron sus sólidas críticas al gobierno y se dieron el lapo de votar por quien consideran un “traidor”).

En qué momento se volteó la tortilla, me cuesta identificarlo. El pasado 20 de marzo escribí aquí una columna, de la cual reproduzco estos apartes: “Apenas un rato después de que terminara el lanzamiento de Juan Manuel Presidente, en el estadio de béisbol de Barranquilla, empezaron a circular los mensajes… Algo, fuera del libreto, había sucedido al candidato Santos… Algunos comentaristas creyeron que se lucían, no solo dándole vueltas al incidente y mofándose del presidente, si no tratando de convertirlo en asunto de Estado… (Quien crea que la incontinencia urinaria —si la hubiera, que no lo sabemos ni nos importa— afecta el desempeño de un primer mandatario, es porque ignora cuál es el lugar que ocupa el cerebro en el cuerpo humano. Arriba y lejos de la tubería, ubíquenlo en un libro de anatomía). Pelaron el cobre, completico, al tiempo que dejaron muy mal parada su idoneidad profesional… No voté ni votaré por Santos, guardo serias reservas frente a los medios que utiliza para conseguir sus fines, creo que no tiene inconveniente en pelar el cobre las veces que su pragmatismo considere necesarias, sospecho que siempre tiene cartas escondidas, no confío ni mu en que lo que dice es lo que piensa… Sin embargo, por el bien del país, quisiera que le fuera bien; en lo que le queda de este gobierno y en el próximo si es que lo favorecen las urnas y las mermeladas y blablablá. Y, a pesar de que no es santo de mi devoción, me sumo al rechazo de la intromisión indebida que sufrió y admiro el valor con el que decidió enfrentar la vocación carroñera de muchos de sus compatriotas. ¡Salud!”. (Hoy, 19 de junio, me ratifico en cada palabra.) ¡Y quién dijo miedo! Pero no son los insultos los que me sorprenden, son los insultadores. Muchos de los que en esa ocasión me lanzaron fuego con sus bocotas de dragón por haber contemplado la posibilidad de que Santos fuera reelegido, lo volvieron a hacer –algunos con notificación de bloqueo en Twitter– porque repetí que, aunque quiero la paz y la quiero negociada, no marcaría la X sobre la mona de Santos. (Mi abuela tenía razón: Dios nos libre del fundamentalismo de los conversos; y antisantistas conversos los hubo por montones en la recta final. Unos porque de verdad cambiaron de opinión; otros porque votaron “en contra de”, sin importar por quién; otros porque naufragaron en la presión mediática; otros porque vieron la posibilidad de intervenir en el cocido de La Habana. Y así, allá cada quien).

COPETE DE CREMA: Si yo fuera Santos –¡qué tal!– tendría en cuenta dos cosas. Una: cambiaría de loción. La que usted usa huele a pachulí, presidente. Fueron tantos los académicos, intelectuales, dirigentes, que al anunciar su voto reeleccionista, advirtieronque lo harían tapándose la nariz… Dos: mantendría muy presente que la tortilla se volverá a voltear, seguro, en un santiamén. Ah, y una tercera: no me tragaría el cuento del triunfo, miles de los electores que lo impulsaron en la segunda vuelta no votaron por usted, sino por la continuidad de los diálogos. Piense y verá que tengo razón. ¿Y sabe qué? Ábrale un espacio a la ardua repartición de los puestos –la lista de favores por agradecer es larga y variopinta- y gobierne. A lo que vinimos, ¿no?

 

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