Si yo fuera la mamá de Iván Duque Márquez, además de encomendarle diariamente su tranquilidad al creador y ponerme una coraza espiritual para repeler los miles de madrazos lanzados desde todas las esquinas de Colombia, me dedicaría a convencerlo de que tome en firme la decisión de abrirse de una vez por todas de esa secta llamada uribismo, antes de que salgan los nuevos libros de historia mostrándolo como el títere más ilustre que ha tenido el país.
Si yo fuera la mamá de Don Iván, no me arrepentiría de haberlo parido, porque todas las madres quieren a sus hijos, con cualidades y defectos. No importa que le haya empeñado la patria a los empresarios y banqueros, ni que se las tire de falso presentador de televisión (lo que le cuesta a Colombia una millonada), mucho menos su atrevimiento de aceptar dirigir un País que requiere tener al frente un líder bien preparado, con capacidad de servicio, inteligencia y temple. Nada importa porque hijo es hijo.
Si yo fuera la mamá de Duque, lo menos que haría sería escuchar radio, leer periódicos, ver televisión y entrar a las redes sociales para cuidar de que a mis sentidos se cuele la noticia de todas las embarradas que dicen estos “periodistas izquierdosos” que mi hijo hace. O escucharlo como a estudiante reprobado echándole la culpa a otros de lo que él no ha podido hacer. No cabe dudas que todo eso me partiría el corazón. Mejor me quedo sin saber nada, pues ya muchos lo han dicho: “Ojos que no ven, corazón que no siente”.
Si yo fuera la mamá del presidente, le gritaría al oído para que entienda y para que se dé cuenta de que él se está convirtiendo cada vez más en el mejor jefe de campaña de Gustavo Petro, pues quien está mandando la gente a la calle es Duque con su política equivocada y el líder de la Colombia Humana, que a veces torea y a veces ve los toros desde la valla, observa cómo sube en las encuestas a costa de un mandatario al que no le sale una buena. También en política “el vivo vive del bobo”.
Doña Juliana Márquez Tono, madre de Duque, dice con mucha ternura que siempre que lo ve le deja consejos en unos papelitos, pero parece que el hijo no los lee por estar parándole bolas al tal Carrasquilla, que le armó tremendo lío y luego se fue. O a Uribe que cuando ve la cosa fea se sale, dejando metido al más pendejo. O a un burdo senador Mejía que a gritos, mejor dicho, a ladridos, pide decretar la conmoción interior, tal vez para tener la facultad de pedir a la policía “entrar a matar”, como dice la Cabal.
No uribistas-duquistas, así no es. El camino es cumplirle a un pueblo desesperado y asfixiado por la pobreza, según cifras del Dane, que no es una entidad castrochavista. Escuchar a la clase trabajadora y sintonizarse con ella es la única opción para salvar a Colombia, y de paso a su adorado aprendiz de presidente.