“Tenía el rostro oscurecido por el violento placer de provocar aquel ruido asombroso y el corazón le sacudía la tirante camisa. El vocerío del bosque se aproximaba. (…) Los niños le respondían con la misma sencilla obediencia que habían prestado a los hombres de los megáfonos”: Golding, William. El señor de las moscas.
Los niños de Monos, de Alejandro Landes se buscan en medio de la selva, haciendo ruidos de animales, un sonido que los ayuda a esconderse del enemigo, un código animal para huirle a la violencia de los adultos; obedecen a su llamado por compromiso a su pequeña tribu, que quiere desprenderse de la guerra creada por los “hombres de los megáfonos”, pero con la condena de replicar lo que han aprendido de ellos. ¿Se podría huir a través de la violencia/juego?
Los hechos violentos han estado presentes en la historia de Colombia y siguen guardados en las frases cotidianas, que repetimos, ignorando la violencia que les precedió: “Echarle tierrita”, como si la memoria fuera un cementerio, como si hablar de ciertos temas fuera desenterrar un cadáver, que nadie quiere ver. Hay que hablar de la violencia, pero no desde una visión restringida.
Monos (2020) toma el desafío de tratar el tema de la violencia sin caer estereotipos o formas limitadas que encadenen el pensamiento y las sensaciones. Monos refracta los acontecimientos de la guerra y nos entrega la belleza de las imágenes descarnadas y violentas, mezcladas con lo vulnerable.
Las violencias: violencia fría, violencia física, violencia destructora, violencia silente, violencia sangrienta, violencia indiferente. Los monos: el coro protagonista, en donde las diferencias entre victimario y víctima se desdibujan, desde la escritura del guion y desde la contraposición que este crea con las secuencias de las imágenes, el nuevo sentido que se da en la contradicción, entre imagen-acción-texto, es lo que logra mostrar la complejidad en las emociones de los personajes: no se llora con lágrimas, se llora a patadas; trotar sin moverse del puesto, un desborde de energía para la obediencia, entre otras imágenes potentes y sin diálogos que aparecen en esta película.
¿Cuáles son los momentos que más recuerda de su adolescencia? Y si tuviese que vivirlos en un páramo, en la selva, cuidando a un rehén, sin padres, pero con comandantes, aun así, tener la libertad de vivir con otros jóvenes y crear un mundo propio alejando de los adultos. La violencia que aún no tiene consecuencias, la que se vive en medio de un juego en el que el otro no es agredido, para destruirlo.
Sin embargo, la película localizada en Colombia no crea la etiqueta “Colombia violenta”, porque las líneas en un mapa podrán crear nacionalidades, pero no pueden dividir lo humano. Los monos son un grupo de jóvenes. Rebeldía de quienes todavía no se llaman a sí mismos rebeldes, porque todo lo que los monos desconocen de la vida lo exploran bailando alrededor de la fogata encendida en la montaña, –primer beso-, mientras, borrachos, –primer amor–, cargan los rifles, –primeras caricias eróticas–, los disparan contra el cielo, celebrando como amigos, como hermanos y hermanas de una nueva familia que se funda en la complicidad de tener edades similares.
Un submundo hundido en la guerra, pero que trata de negarla en las cortas ensoñaciones violentas que equivalen a un sueño que los arranca de una realidad que no decidieron.
Los monos son aquellos adolescentes, niños y niñas, en cualquier conflicto armado. Y de nuevo, hago la pregunta: ¿Si se erradicara totalmente la violencia, seguiríamos siendo humanos?