Si quiere desaburrirse, lea esto

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Si nos remitimos a su etimología, la palabra tedio viene del latín taedium, que significa estado de hastío, aburrimiento, enfado. ¿De dónde surge esa palabra?

Por: Antonia Camargo
febrero 02, 2022
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Si quiere desaburrirse, lea esto
Foto: Pixabay

Un león enjaulado duerme. Sueña que es un pájaro amarillo, pequeño y de pico fino que, perdido entre un ramaje verduzco y húmedo, es casi imperceptible. Esa metáfora habla de la falta de libertad, del encierro, de la espera, pero no dice nada sobre el tedio. El tedio jamás podrá ser un león a la espera.

No es un felino desesperado por salir, ni siquiera uno haciendo su siesta y respirando fuerte, tensando todos sus músculos como si cada uno de ellos tuviera dentro un pequeño corazón palpitante. El tedio es más bien un cubo de hielo que no logra derretirse. Es estar a la expectativa del cambio de estado (de sólido a líquido) y que no ocurra nada. Es hacer la prueba del fuego, darle un abrazo con tus cinco dedos de la mano durante largo rato, intentar desaparecerlo dentro de tu puño y esperar que se deshaga,
inútilmente.

Pero el cubo sigue igual, no desaparece: mismo tamaño, misma transparencia, misma forma. Un cubo de hielo que no cambia de forma, eso es el tedio. Como si el tiempo no transcurriera.
Sénaca fue el primero en distinguir entre el tedio y la tristeza. A diferencia de ella, el tedio no sería una enfermedad del alma, sino un malestar de la existencia. Tampoco sería simple y llano aburrimiento, exceso de tiempo libre o "desocupación", sino una inercia misteriosa. Un estado en el que el alma vaga y flota y desaparece progresivamente el yo. En el que el cuerpo se ve, al final, desposeído.

Y aunque el yo intenta regresar, el tedio invade todo, se adhiere como una babosa pegajosa a las vísceras. No en vano en alemán se le atribuye el sustantivo langeweile, que significa "rato largo". Quien se enfrenta a ese "monstruo que en un bostezo se tragaría al mundo" sufre una alteración de los sentidos y percibe el tiempo de manera distinta, como si este se prolongara, pero sin avanzar o retroceder. Congelado, como si fuera eterno.

"El ser humano está destinado a vivir entre las convulsiones de la inquietud o el letargo del tedio", dice Voltaire en 1759 en su Cándido. Adelantado a su época, describió perfectamente un sentimiento común durante la últimas fase del siglo XVIII: el tedio fue un tópico literario frecuente en el romanticismo francés, empleado para describir la crisis de los valores y las creencias .

También llamado Mal du siècle (mal del siglo), aludía al vacío existencial dejado por el racionalismo de la ilustración. La muerte de Dios trajo consigo una pérdida del rumbo. Si antes existía un paraíso –por el que se luchaba durante toda la vida– ahora solo quedaba el sentimiento de vacío ante la incertidumbre. ¿Qué vendría después de la vida? La muerte, sin duda. La finitud y la nada. ¿Qué quedaba? Un presente infinito que no miraba al futuro, hecho de una sucesión de instantes vacíos de sentido.

Cada momento exactamente igual que el anterior, cada instante repetido indefinidamente. Disfrutar, estar, permanecer. El sinsentido. El tedio. La ansiedad. Si nos remitimos a su etimología, la palabra tedio viene del latín taedium, que significa estado de hastío, aburrimiento, enfado, cansancio e incluso repugnancia. En francés se usa la palabra spleen, que está asociada a la melancolía.

Provendría de Ingraterra y empezaría a usarse en el lenguaje común en 1776 (aunque los griegos la usaron en la Antiguedad como splen para nombrar el bazo o la bilis negra). ¿Cómo se puede definir ese malestar francés que invadió a escritores como Baudelaire, Hoffman y Edgar Allan Poe? Diderot habría escrito: "Le pregunté a nuestro escocés (el padre Hoop) durante nuestro último paseo y he aquí lo que me respondió: ‘Desde hace veinte años siento un malestar general, más o menos desagradable. Nunca tengo la cabeza libre. [...] Tengo ideas negras, siento
tristeza y aburrimiento. Me encuentro mal; no deseo nada [...] La vida me desagrada’ ”.

Aunque el tedio hispánico no surgió, como el spleen francés, de la angustia de sobrellevar una vida creativa e intelectual, sino de la transición hacia una vida industrial en las ciudades modernas, ambos fenómenos hacen parte de una transformación cultural y literaria de mediados del siglo XVIII y XIX asociada a las grandes ciudades. "Situado a medio camino entre la tristeza y el aburrimiento, el tedio nombra un continuo emocional y estético estrechamente vinculado al mal de siglo y a la conciencia de la
modernidad".

En el Libro del desasosiego (1982), Fernando Pessoa se refiere precisamente a este estado de ánimo: “Cada civilización sigue la línea íntima de una religión que la representa: pasar a otras religiones es perder esta y, por fin, perderlas a todas. Nosotros perdimos esta, y también las otras. Nos quedamos, pues, cada uno entregado a sí mismo, en la desolación de sentirse vivir. Un barco parece ser un objeto cuyo fin es navegar; pero su fin no es navegar, sino llegar a un puerto. Nosotros nos encontramos
navegando, sin la idea del puerto al que deberíamos acogernos”.

Si esta acepción representó a la sociedad ilustrada de esos dos siglos, no deja de ser pertinente en un momento convulsivo y masificado. "El tedio es un mal del tiempo: traduce una incapacidad del individuo para situarse en el tiempo y comprenderlo", asegura Zúñiga.

Se ha perdido el paraíso, la esperanza del progreso, la fe en la razón, en las luchas sociales y colectivas. Surge entonces la incertidumbre. Nada más queda un malestar incómodo y vago, una impresión de vacío debido a la reiteración de momentos fragmentados; el círculo vicioso de desánimo, consumo, disfrute y vacío; la individualidad y el debilitamiento de la solidaridad.

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