Está acusado de participar en unos 75.000 delitos; reconoció haber sido el autor de 300 homicidios, entre ellos el de una niña de 22 meses; fue el responsable de varias de las más terribles masacres ocurridas en Colombia: la del Aro, de la Gabarra y la del Salado.
Este es el prontuario de Salvatore Mancuso, quien reemplazó a Carlos Castaño como máximo comandante de las Autodefensas Unidas de Colombia. Y terminó siendo más sanguinario que su antecesor.
El mismo que se convirtió en ‘el nuevo mejor amigo’ del presidente Gustavo Petro, a juzgar por los ojitos que se hicieron, las bromas y los sombreros que intercambiaron en un evento de entrega de tierras a campesinos realizado en Buenavista, Córdoba.
Esa cordialidad presidencial con semejante asesino es una afrenta con las víctimas de las AUC. ¿Qué sentirán los damnificados de los 75.000 delitos y los deudos de los 300 asesinados por Mancuso al ver el trato que le dispensa a su verdugo el jefe de Estado de su país?
La ofensa es mucho mayor si se tiene en cuenta que el show de Mancuso y Petro se realizó en uno de los municipios más golpeados por las AUC y en las narices mismas de varias de esas víctimas. Solo a un lunático se le ocurre cometer semejante estropicio, en semejante lugar.
A estas alturas esperar coherencia de Petro es pedir demasiado. Pero que él, que se volvió célebre por los debates que como congresista adelantó contra el paramilitarismo, trate con tal deferencia al papá de los paracos sí es de “no te lo puedo creer”.
Petro que se volvió célebre por los debates que como congresista adelantó contra el paramilitarismo, trate con tal deferencia al papá de los paracos sí es de “no te lo puedo creer”.
Así como no entiendo por qué Petro montó este desagradable show, tampoco le veo sentido a que haya designado gestor de paz a un psicópata. Que en ese mismo acto de entrega de tierras mostró todo su cinismo y su desconexión con la realidad.
“Cuando miré por primera vez a los ojos a las víctimas en las primeras audiencias de Justicia y Paz, fue cuando pude dimensionar el dolor, que ese dolor no solamente lo causamos a las personas que ultimamos, que asesinamos, que ejecutamos, sino a toda su familia, a todo su entorno, a sus amigos, a la región”, dijo el exjefe de la AUC en ese municipio, símbolo de la violencia paramilitar.
Cómo le parece. Mancuso tuvo que verle “los ojos a sus víctimas” para entender la magnitud del daño que causó con los 75.000 delitos y los centenares de asesinatos que perpetró. Un poco tarde para hacer esa introspección, digo yo.
Es inadmisible que a semejante asesino le den el estatus de gestor de paz, lo mismo que pretende hacer Petro con los delincuentes de la primera línea. Parece que el presidente considera que para colaborar en los diálogos de paz es imprescindible haber sido un criminal.
Qué sentido tiene darle esa responsabilidad a un sicópata. Que ahora, ante los beneficios que ha recibido, se pone piel de oveja, pero que en lo más profundo de su alma sigue siendo el lobo depredador que sembró de muerte buena parte del país. Qué puede aportar un hombre que no tiene la menor ascendencia sobre los actuales grupos criminales y que solo se percata del daño que causó cuando le vio los ojos a las víctimas.
Igual de inexplicable es que Mancuso haya sido dejado en libertad por un tribunal de Justicia y Paz, pasando por encima de más de 50 órdenes de captura en su contra que seguían vigentes. El 10 % de los delitos que cometió bastaba para que Mancuso hubiera estado tras las rejas de por vida.
Si dejar en libertad a los más tenebrosos delincuentes fuera el costo que el país debe pagar para conseguir la paz, ese sacrifico valdría la pena. Pero lo que ha ocurrido es que esos bandidos se quedaron con su liberad y el país se quedó sin paz.
La lista de liberados o de no apresados con la excusa de la paz es larga: Timochenko, Catatumbo, Andrés París, Rodrigo Granda. Y ahora Mancuso. Y la paz, insisto, está cada vez más lejos. El mensaje para los bandidos es claro: mate una persona y se pudre en la cárcel, pero mate cien y lo nombran gestor de paz.
Está claro que la estrategia de la impunidad fracasó. La generosidad del Estado no ha servido para acabar con la violencia. Al contrario, la ha incrementado.
Colombia no gana nada cuando el Estado es tan dadivoso con los criminales. Pero ellos sí ganan mucho: les limpian el nombre, se convierten en prohombres y, eventualmente, llegan a ser presidentes. Si Petro lo logró, ¿por qué Mancuso no?