“Si oímos malas noticias es porque somos mala gente”

“Si oímos malas noticias es porque somos mala gente”

Los colombianos somos producto de una serie de errores sin fin

Por: Diego Alejandro Morales Zapata
agosto 12, 2014
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“Si oímos malas noticias es porque somos mala gente”
Imagen Nota Ciudadana

Ese título, que para algunos resultará familiar, expresa de manera concisa muchas de las contradicciones, paranoias y conflictos que enfrentamos a diario en Colombia; no los comprendemos y por ende nos alejamos cada vez más de su resolución o reducción, verán a qué me refiero.

En el mejor vividero del mundo, la opinión pública fuertemente intervenida por las empresas de la información, tiende a volcarse escandalosamente a la creación y persecución de enemigos públicos número uno, como quien fija la nueva canción de moda, vemos que pasan con el tiempo ante nuestros ojos iracundos y quedan en el olvido.

Hagamos memoria, hemos asistido a la manipulación y exacerbación del odio, el miedo y los sentimientos reaccionarios contra grupos que van cambiando al vaivén de quién sabe qué circunstancias: violadores de menores, ladrones de celulares, borrachos al volante, atacantes con ácido, acosadores sexuales en el transporte público y grupos insurgentes. Frente a esto, las reacciones de las personas no pueden ser más peligrosamente viscerales y oscuras, reclamamos pena de muerte, tortura o “que le hagan lo mismo”, porque eso sí, nos sentimos indignadísimos cual manifestante europeo, solo que esa gente si alcanza una comprensión coherente y reflexiva sobre problemas realmente importantes y esto los lleva a indignarse.

El individualismo damas y caballeros nació muerto. Lo que más nos cuesta entender es que todos los seres humanos somos producto de lo que nos rodea, poca o ninguna decisión tomamos de manera independiente a lo largo de nuestras vidas, en pocas palabras, esos monstruos que tanto detestamos fueron creados por nosotros mismos como sociedad, gústenos o no; las decisiones de cometer sus fechorías fueron inducidas por usted y por mí y eso nos hace responsables. No importa qué tan católico, trabajador, honrado o “gente de bien” se crea usted, recuerde que en Colombia esa expresión, así como la de “buenos muchachos” se usa para referirse a un grupito de bárbaros, mafiosos que queriendo refundar la patria, irguiéndose como patriotas (tú sabes quién eres) y después de rezar el rosario salían a cortar seres humanos con motosierras y jugar fútbol con las cabezas de sus víctimas. Todo esto introduce algo llamado colectivismo, usted es lo que es por un pasado que tuvo, unos recuerdos que tiene, unas experiencias que vivió y unas personas con que se relacionó.

El individualismo no es más que un embeleco idealista, creer que el ser humano toma decisiones autónomamente, que existe por sí mismo sin necesidad otros o a pesar de los demás es una linda ilusión para quien la desee creer, pero sigue siendo eso, una ilusión. Por si no queda totalmente claro: todo hecho por trágico que sea (de esos que vemos en Paracol o Radio Casa de Nariño) cometido por individuos o grupos, no es nunca ejercicio de una voluntad propia vil y mezquina, es sencillamente el modo en que distintos seres humanos reaccionan a factores objetivos similares: la miseria, el maltrato, el egoísmo, consumismo, corrupción, exclusión, desigualdad etc. Veamos un ejemplo.

Hace unos meses un pseudofascista concejal de Medellín, a quién llamaremos para proteger su identidad: "Fuan Jelipe Pancuzano", casi se masturbaba en Twitter por el placer que le causaba la muerte de un joven menor de edad que ejercía de sicario, sucede que el señor concejal y ustedes público querido puesto 63 en pruebas PISA, no dimensionan el asunto sin ser capaces de emitir juicios de valor, no conocen la profundidad del caso, ni los conflictos familiares del difunto, ni sus carencias materiales, ni las condiciones culturales que lo formaron y lo condujeron a procurarse el sustento de esa manera, pero me dirán: “usted tampoco las conoce” y es cierto, pero al menos no salgo a regodearme en la muerte de otro y aún sin ese conocimiento sé que mi juicio al respecto es más acertado que el del concejal Pancuzano, a quien hay que recordarle que en la ciudad de la eterna balacera los niños en las comunas nacen y crecen viendo un pillo como modelo, así como me imagino que en los barrios estrato seis muchos educarán a sus hijos para que sean como el colombiano número ochenta y dos.

Estoy seguro de que no faltará el lector de la sabiduría popular (que para mí es idiotez popular) presto a cuestionarme que “esos pelaos se meten en eso para conseguir dinero fácil y rápido”, así como las mujeres se prostituyen por lo mismo supongo y he aquí mi respuesta: amigo lector, esos trabajos no han de tener nada de fácil porque atentan contra la vida o la dignidad, sino me cree prostitúyase usted a ver si es muy sencillo, por otro lado querido interlocutor, lo que estoy sosteniendo en este texto es que esas decisiones, por ejemplo, de querer dinero a toda costa así no sea por necesidad ( en la mayoría de los casos sí lo es) son producto de condiciones reales y materiales externas al sujeto, como la infame exaltación de valores de competencia, egoísmo y consumismo, ahí cae ese cuentico del “emprendimiento”.

Los colombianos moral e intelectualmente podridos, ósea unos 47 millones, no tardamos en salir a reclamar el derecho de castigar y torturar a los monstruos que hemos creado, pero yo les pregunto ¿con qué derecho vamos a meter a la cárcel al que mata en un atraco? Ese cuento del “Contrato Social” me lo paso por la faja, ni más faltaba que un Estado de pícaros se atribuya el derecho a gobernarme, cuando no me da la oportunidad de trabajar dignamente y no me garantiza derechos básicos de educación y salud. No hay cosa más fantasiosa que el contractualismo, al menos digamos la verdad, los estados existen por la violencia y solo bajo la violencia, pero eso es otra cosa.

Como producto de la educación que tenemos, nuestra capacidad de análisis nos da para entender que “aquí matan por un celular” y no, aquí matan por hambre, porque el que lo apuñala a usted para robarle una cadena se cansó de buscar y no encontrar trabajo, o de encontrar solo explotación y salarios insuficientes, si es que encuentra. Yo sé qué se siente verse constreñido por las circunstancias para salir a delinquir y no es algo que se haga por gusto. En un evento le escuché algo muy claro a la ilustre y presidenciable Representante a la Cámara Ángela María Robledo: “Hay que dejar de creernos unos tan buenos y otros tan malos” alusivo claro al proceso de paz.

Ni hablar de cómo se manifiesta este asunto en la política, referirme a la cuestión de las negociaciones para el fin del conflicto sería un asunto arduo, solo diré que se necesita ser muy cínico, o estar en un estado de drogadicción tan alto que no permita ver las condiciones reales de la guerra en Colombia, para creer que el Estado, representado en la mesa por los delgados del gobierno, puede ir a Cuba a exigirle algo a la subversión ¡con qué autoridad moral! Un gobierno neoliberal, abanderado de un establecimiento genocida (UP ni perdón ni olvido) mafioso, corrupto, bipartidista, criminal y vendepatrias no tiene con qué exigirle nada a nadie.

Así mismo, aunque moleste mucho decirlo, es necesario estudiar para entender qué causas objetivas condujeron a la creación de grupos insurgentes (para lo que recomiendo al profesor Alfredo Molano) o si no, nos quedamos con la corta explicación de la intelectual contemporánea Claudia Gurisatti, según la cual existe guerrilla porque a un grupito le dio por leer a escritores poseídos por Belcebú, como Marx y Lenin, se armaron y se fueron al monte a taparse en plata. Como siempre me anticipo a usted amigo lector, no se engañe, algunos métodos de las FARC para mí son condenables y bárbaros, ahórrese decirme Kastrochabista (así escriben los uribeños). Este no es el único asunto en nuestra vida pública atravesado por esta paranoia e irracionalidad, también es algo claro en el tema de la corrupción. Muy interesante resulta ver cómo es un asunto de doble vía.

No creo que haya que ensañarse persiguiendo al ciudadano que se cola en Transmilenio o al que no paga impuestos, sabiendo que en Colombia hay que estar loco para pagar impuestos de buena fe, pues estamos conscientes de que se los roban o los malgastan y ni infraestructura ni política social por ningún lado, no hay que despacharnos contra esos ciudadanos porque la cultura política, ósea nuestra manera de ser frente a las normas, el Estado y el poder, es un mero reflejo de las instituciones ¿cómo le dice usted a un hambriento que no robe caldo de gallina, cuando ve que todos los días roban los contratistas y políticos al Estado y por ende a él mismo?, del mismo modo en sentido contrario, muchas veces nos estresamos (riesgosamente para nuestra salud) pensando en la corrupción dentro de las instituciones, ante esto, les expongo una frase de uno de los más ilustrados políticos españoles, Julio Anguita: “Los políticos somos hijos de vecino, si hay podredumbre en la política es porque venimos de un lugar podrido, los políticos somos como la sociedad que nos pare…”.

Para finalizar, quiero evitar el trabajo de escribir a algunos lectores anticipándome a lo que sé que brincarán a decirme. En primer lugar no estoy proponiendo la anarquía (que no tiene nada malo y aclarando que esta no es lo mismo que caos) tampoco propongo la abolición del “imperio de la ley”, ni que soltemos a Garavito o abramos las puertas de las cárceles, solo hago un llamado de atención para que abordemos esos hechos que tanto nos indignan, pero que más peligrosamente aun, nos movilizan, de una manera más racional y menos visceral, solo así podemos avanzar hacia que algún día esos trágicos sucesos sean algo extraño y no pan de cada día.

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