Si hay una forma en que el ser humano puede aprender es observando. Observar es un ejercicio que te enriquece y por supuesto te ayuda a formarte un juicio crítico de las cosas, lo que necesariamente te impulsa a ver la vida sin prismas y sin mentiras piadosas, de esas a las que los seres humanos nos gustan echarnos para ocultar nuestras miserias.
Si usáramos la observación para entender las dinámicas sociales, comprenderíamos lo que somos y para dónde vamos, sobre todo en estos momentos de efervescencia social en Colombia, donde prevalece la emoción por encima de la razón.
Justamente, en uno de esos instantes en que necesitaba que mi mente se esparciera luego de navegar entre conceptos jurídicos por horas, mi atención se detuvo en la imagen de un adolescente en la calle que luego de desplegar un accionar mezquino y descuidado me colocó a reflexionar sobre el valor de las pequeñas cosas.
El joven, que he visto siempre usando ropa de marca y a la moda, comía un snack. Cuando terminó, en vez de buscar una caneca para depositar el plástico, hizo la más fácil, que fue botarlo al piso cuando estaba a escasos pasos de un depósito de basura, ganándole de mano la pereza existencial. La primera reacción de mi raciocinio fue reprochar su conducta, porque uno creería que este tipo de personas están ya "educadas" para tomar actitudes acordes al deber ser.
Comportamientos como el descrito ocurren en la ciudad a cada instante, "gente de bien" comportándose como "gente del diablo". Es ahí cuando te das cuenta de que marcas y dinero no compran educación y buenos modales, mucho menos sentido de pertenencia por tu ciudad o país. Es precisamente en esos detalles cuando te preguntas para qué tanta pretensión de mostrar opulencia y distinción si estás fallando en lo elemental.
Y he traído este caso aparentemente insignificante, porque es a partir de lo pequeño de donde se comienza a edificar lo más grande, no es con fórmulas fantásticas, ni redentores que cambiaremos este país que tanto nos duele. Así como el inmenso océano está compuesto de miles de millones de gotas de agua, la vida dentro del Estado se compone de miles de millones de acciones de parte de sus ciudadanos.
Una crisis como la que vivimos requiere un análisis objetivo de las causas para luego proponer soluciones lejos de las doctrinas políticas, que tampoco puede ser reservada a las exigencias de una generación que le gusta reclamar derechos pero que no conoce de obligaciones, y que si le sumas que esos ciudadanos adolecen de cimientos sólidos y estructurados en cuanto a su conducta social es imposible pensar en salir del atraso que nos convierte en un país del tercer mundo.
Las soluciones a nuestra realidad política y social comienzan por el hogar. Si usted es de los que les enseñó a sus hijos que hacerse el aventajado frente a los demás es una conducta justificable cuando de su bienestar se trata y hoy exige a todo pulmón que el político ladrón se vaya del poder, déjeme decirle que usted es un completo hipócrita.
Los ciudadanos de altura ética y moral se erigen a partir del respeto por las reglas y del acatamiento por la ley, no de su burla y mucho menos ocultando en el lujo las carencias educativas que se deben inculcar desde el hogar. Si en realidad pretendemos reconstruir una sociedad maltrecha, hay que dejar de parecer buenos ciudadanos para serlo.