La frase del título del presente artículo la encontré en la novela de Arturo Pérez-Reverte, Línea de fuego (2020), cuyos personajes combaten, de lado y lado, en la sangrienta y cruel batalla del Ebro en 1938 en el nororiente español, cuyo desenlace abrió la puerta al triunfo franquista en el 39.
También me llamó poderosamente la atención otra sentencia del mismo autor en Una historia de España: “En España no queremos ver al adversario vencido ni convencido. Lo queremos ver aniquilado”.
Una y otra nos retratan de cuerpo entero. Somos idénticos, damos pruebas a diario de la incapacidad de caminar más o menos juntos, de anhelar destinos comunes en beneficio de todos. No queremos ganarnos a nadie para la causa propia: aspiramos a derrotar, de forma inmisericorde, a quienes graduamos de enemigos. El triunfo del contrincante nos llena de bronca, del deseo de obstaculizarlo en su empresa, así en ello resultemos perjudicados.
Actitudes de la vida cotidiana, y también procedcentes del mundo de la política y las supuestas ideologías, que se riegan como pólvora en el mundo de la difusión exponencial de las redes sociales, multiplicando la cadena de acción - reacción.
Episodios tan simples como la preferencia política, hecha pública hace algunos meses, del ganador de la Vuelta a Italia y del Tour de Francia, Egan Bernal, han dado para destrozarlo en redes. Los deseos de que el saldo de huesos rotos en el accidente que tuvo a comienzos de año se hubiera traducido, mejor, en su muerte, están a la orden del día de parte de no pocos simpatizantes del candidato ganador. No importa que sus triunfos nos hubieran representado a todos los colombianos y que los posibles éxitos del futuro nos puedan llenar de orgullo. Mejor Egan inexistente a Egan que no vota por mi candidato.
Y un poco más trascendente, el cuento ya viejo de la campaña por el No, cuando se buscaba “emberracar” a los colombianos, traducido en un disparo al pie de toda Colombia, como si la paz no fuera de beneficio de los huevitos aquellos, particularmente el de la inversión. Que perdamos todos, como dice Pérez-Reverte. Y así ha sido.
Bueno, y saltando a estos días, apenas a tres semanas de nuevo gobierno, sin que exista una oposición organizada, necesidad indispensable en una democracia, los deseos irrefrenables de que le vaya mal están sobre la mesa, manifestados por algunos personajes y medios. Los mismos clichés de siempre: comunismo, castrochavismo…. Al contrario, por fortuna, la Andi y otros gremios empresariales, entre otras organizaciones, han hecho lo que está de su mano para manifestar su disposición al trabajo conjunto.
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Hay preguntas sobre la mesa: ¿Cómo fue el apoyo -por omisión- a Nicaragua y a la señora Kirchner? ¿Qué explicación hay para el remezón en la Fuerza Pública? Interrogantes que invitan al debate con altura
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Es cierto que hay preguntas sobre la mesa: ¿Cómo fue el apoyo -por omisión- a Nicaragua y a la señora Kirchner? ¿Qué explicación hay para el remezón en la Fuerza Pública? ¿Por qué no hay mejor gestión en la designación de ministros? En fin, esto apenas comienza y no hay manera de juzgar y calificar un gobierno entrante a 20 días de posesionado. A lo que estos interrogantes invitan es al debate con altura, al pensamiento crítico.
Y dentro del partido de gobierno también hay malestares asociados a preguntas como las de: ¿Cómo es posible que se le dé juego a un personaje como Roy Barreras? ¿Qué se le entreguen ministerios a otros partidos? Mismo síndrome: la preferencia de ver aniquilados a los graduados de enemigos, como si las alianzas en política no se hicieran con entidades diferentes a la propia. Al respecto, el presidente Petro ha sabido actuar con inteligencia y sentido estratégico.
En la misma línea se ubica la indulgencia con el gran despliegue de su capacidad de plagio del actual ministro de Transporte, en alto contraste con la manifestada en lides similares por parte de la anterior presidente de la Cámara. Uno y otra deberían ser tratadas con el mismo rigor. Plagio es plagio.
Detrás de las frases de Pérez-Reverte está también el odiosísimo espíritu de cuerpo, ese que obliga a permanecer en silencio frente a los propios errores, omisiones o crímenes, sean los falsos positivos en la fuerza pública o los silencios aludidos en materia de política exterior o de propiedad intelectual de personajes como MinTransporte.
En otras palabras: la paz será una utopía si no somos capaces de andar al lado de quienes piensan y actúan diferente y de manifestarles todo nuestro respeto.