Cuando el país se enorgulleció de Diana Trujillo, la colombiana ingeniera aeroespacial que llegó a coordinar el brazo robótico que acababa de llegar a Marte, recordé también la historia de Hatu, el chocoano que sin saber inglés y a punta de ingenio y trabajo fue capaz de aprender a manejar drones, estudiar complejos manuales técnicos y encontrarles nuevas funcionalidades a estos equipos al punto que llegó a ser seleccionado también por la Nasa para participar en la misión del primer dron que enviarán a Marte. Está bien enorgullecernos de estos dos compatriotas, al fin y al cabo, son de los nuestros y llegan lejos, pero la verdad sea dicha lo que han logrado no ha sido gracias al apoyo del Estado, sino a pesar de ello.
Diana Trujillo es un cerebro fugado que llegó a EE. UU. sin saber inglés y comenzó haciendo aseo en apartamentos, pero con el sueño de ser ingeniera aeroespacial, y vaya sí lo logró. Pero ella fue un talento que perdimos, o mejor, expulsamos. Hatu o Hamilton Mosquera se hizo solo, en una región donde apenas el 1% de los jóvenes llega a la universidad. Él aprendió por su cuenta, se quemó las pestañas durante largas horas y tradujo manuales de drones para aprender a manejarlos. Todo para luego entrar en contacto con los mismos fabricantes e informarles nuevas funcionalidades que había encontrado. Pero Hatu no fue becado, ni encajó en el perfil de Ser Pilo Paga ni Generación E. En una de las regiones más deprimidas del país se formó él solo como el mejor piloto de drones de Sudamérica.
Yo me pregunto, ¿cuántos Hatus y Dianas hay en Antioquia y Colombia esperando una oportunidad que tal vez no llegará? ¿Cuántos muchachos talentosos y creativos no tienen tanta suerte o persistencia y terminan frustrados trabajando en lo que les salga y renunciando a sus sueños? Todo esto pasa porque vivimos en un país que tiene talento de sobra, pero aún no ha desarrollado la vocación por impulsar la ciencia, la tecnología y la innovación.
En plena era del conocimiento, de la inteligencia artificial, del internet de las cosas, del big data, el blockchain, la robótica y la impresión 3D, el dinero del Ministerio de Ciencia y Tecnología representa apenas el 0,1% del Presupuesto General de la Nación. Es verdad que el Estado invierte en Investigación y Desarrollo (en adelante lo llamaré I+ D) en diferentes áreas y ministerios, pero aun así, de acuerdo con el Banco Mundial, como país solo invertimos el 0,24% de nuestro PIB en I+D. Por ejemplo, más invierte Etiopía (0,27%); Costa Rica (0,42%), Cuba, (0,43%); Argentina, (0,54%); Brasil, (1,26%) y ni hablemos de los pesos pesados como China, (2,19%); Japón, (3,26%) o Israel (4,95%).
Sé que comparo peras con manzanas, pero solo para que nos hagamos una idea, si el Ministerio de Ciencia y Tecnología de Colombia quisiera tener un presupuesto anual igual al de I+D de Google, "tendríamos que sumar lo equivalente a 127 años".
Para ser justos, es verdad que el gobierno nacional, los alcaldes de las grandes ciudades son conscientes de este desafío y están haciendo esfuerzos importantes para avanzar en ciencia, tecnología e innovación. Está el Valle de la Innovación del alcalde Braulio Espinoza de Envigado o el Valle del Software del alcalde Quintero en Medellín, o el programa de MinTIC 2022, todo esto lo aplaudo con entusiasmo porque va en la dirección correcta y porque el desarrollo de la industria basada en el conocimiento e I+D es la que genera progreso, empleos formales y encadenamientos productivos sofisticados y vigorosos.
¿Pero qué le falta a Colombia para que en dos o tres décadas seamos el nuevo “tigre asiático” de la economía mundial?, ¿qué nos falta para ser un nuevo epicentro global de inversión pública y privada en I+D? Básicamente querer serlo, o sea, una política pública que vuelque al país hacia la innovación, la ciencia y la tecnología, ¡de facto, real!
A continuación, comparto brevemente algunas ideas que hemos madurado en el tanque de Pensamiento cpi3nsa:
- Es absurdo que nuestro sistema educativo aún se base en modelos educativos de hace 100 años pensado en la segunda revolución industrial cuando vamos en cuarta, y otros tantos en quinta. La enseñanza debe ser divertida, creativa, desafiante y estimulante pero también contextualizada con la cuarta revolución industrial. Es urgente transformar toda la enseñanza del país, comenzando por capacitar y pagar mejor a los maestros.
- La inversión en I+D del país debe subir a al menos 1% del PIB y el presupuesto del Ministerio de Ciencia y Tecnología se debe multiplicar por 5.
- El petróleo y el carbón tienen los años contados y representan más del 50% de nuestras exportaciones. Hicimos TLC con medio mundo, pero nunca nos preparemos para ser competitivos. Tenemos subutilizada más del 30% de la tierra apta para agricultura mientras se deforestan en promedio 220.000 hectáreas de bosques y selvas nativas cada año. Nuestra vocación es ser potencia mundial agroalimentaria y biodiversa y nuestro desafío es crecer en I+D para lograrlo, ¿cuándo comenzaremos en serio?
- ¿Vamos a esperar a que futuras pandemias o emergencias globales nos sorprendan? Es urgente iniciar alianzas público-privadas para volver a hacer vacunas, fabricar tapabocas, respiradores y toda la tecnología del sector salud que hoy ya debe ser una prioridad de seguridad nacional.
- Los poderes políticos siguen siendo esencialmente bogocéntricos, desde el interior y sin incluir las regiones. Y la rivalidad entre dogmas e ideologías, antiguas (Izquierda y Derecha) y nuevas (Petro, Uribe y compañía) prohíben todo proceso de un Estado visionario que garantice la inversión exponencial en I+D y por ende su impacto en el bienestar humano. Pero en cuanto a nosotros, que deseamos un cambio real en los hechos políticos y sociales en este país, debemos aprovechar el interludio post-pandémico, e incluso, el confinamiento relativo que se aproxima, para trabajar en nuevas formas de la política, en el fomento de proyectos políticos emergentes y en el bienestar humano con I+D, como una etapa fundamental para retomar el liderazgo como región y nación, no podemos seguir sometidos a la experimentación estatal tradicional, a la duplicidad de esfuerzos y repetición de prácticas, pues los resultados siempre serán los mismos.
Necesitamos dar un salto cualitativo en nuestro sistema educativo para que los miles de Hatus o Dianas encuentren un espacio donde crecer, hacer empresa, desarrollarse y ser felices haciendo lo que aman. Este es un salto impostergable, si no es ahora, ¿cuándo?