Los medios de comunicación colombianos le están cobrando a Claudia López no pertenecer a la ultraderecha dueña de este país y el haberse puesto del lado de las víctimas durante la masacre del 9 y 10 de septiembre del 2020 —perpetrada por nuestra gloriosa policía después de las protestas por el cobarde asesinato del abogado Javier Ordóñez, y que los mismos medios se encargaron de borrar de la memoria de los ciudadanos—.
Con el muy particular estilo de vieja chismosa de la revista Semana, todos los días le reprochan a la alcaldesa lo divino y lo humano. A mí no me vengan con cuentos, vivo en esta ciudad desde hace 71 años para que ahora digan que Bogotá antes de Claudia era una pacífica ciudad donde no ocurría ningún delito: según los medios, acá no asesinaban a nadie y nunca hubo un atraco. Sin embargo, la vida sospechosamente cambió a partir del 9 de septiembre, cuando la alcaldesa tuvo los pantalones de decirles a los policías lo que nunca nadie les había dicho por su abuso de poder. Después de esa fecha, los asesinatos con sicario se empezaron a llamar "tiroteos" y se ingeniaron apodar a Bogotá como Gótica.
Antes de eso fue la salida a vacaciones que desafortunadamente coincidió con el pico más alto de la pandemia en Bogotá; vacaciones que le había prescrito su médico, puesto que la alcaldesa es una superviviente del cáncer. Los que padecemos esa enfermedad sabemos que un cáncer nunca se cura, cuelga como espada de Damocles sobre su víctima y reaparece en cualquier momento. Por ende, ese descanso era justo. De hecho, no le hacía daño a nadie que ella pretendiera quitarse un poquito la excesiva carga de estrés que produce un cargo de tanta responsabilidad.
No comparto la forma de gobernar de la alcaldesa, pero me sobra la honorabilidad que le falta a los medios de comunicación tradicionales que acaban con el adversario a punta de juego sucio y tergiversación de la realidad.