Si Maduro prueba que es colombiano, ¿podría acogerse a la JEP?

Si Maduro prueba que es colombiano, ¿podría acogerse a la JEP?

Aunque parece absurdo, probablemente lo sea, todo parece posible en la cabeza del gobernante venezolano. Un relato ficticio

Por: edgar giraldo-alzate
abril 26, 2019
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Si Maduro prueba que es colombiano, ¿podría acogerse a la JEP?
Foto: Instagram @nicolasmaduro

Antes de empezar, este es un cuento/pesadilla, por ende todos los hechos son ficticios. Ahora bien, por más absurda que parezca la pregunta del título, no lo es tanto, pues en la cabeza impredecible del gobernante venezolano cualquier cosa es posible.

Primera parte.

…Nicolás Maduro Moros meditaba sobre su futuro, mientras se balanceaba en su hamaca. ¿Qué tal si me asilo en Rusia?

—No, no es fácil—pensaba. Hace mucho frío y además no soy bueno para los idiomas.

La idea siguió dando vueltas en su cerebro revuelto. Una semana más tarde, él le comentó su inquietud a su amigo más cercano.

—¿Y si me voy a Cuba?

—Están rejodidos—dijo Diosdado Cabello, mientras agarraba su pistola —si vuelves a mencionar esa locura, te hago un roto en la frente.

Las cosas quedaron así durante unos días. Luego el gabinete en pleno viajó a Isla Margarita. Cuanto terminaron las reuniones Nicolás se fue a un bar en compañía de Tareck El Aissami. Ordenaron una garrafa de ron cerrero y cuando pasaban el último trago, le soltó la pregunta que tanto le atormentaba: "¿Qué opinas si me fugo para Nicaragua?". El ministro solo dijo "humm" y abrió sus ojos enrojecidos por el alcohol.

—Si me das las claves de tus cuentas secretas en Suiza, yo mismo te llevo al aeropuerto y te envío al país que quieras— respondió.

Maduro abrió la boca y su quijada quedó congelada. Cuando Tarek notó su estupor le explicó: —Tú sabes que soy piloto, vuelo mi propio Bombardier ejecutivo y además tengo un aeropuerto secreto en Puerto Cabello. Además…

—¿Además qué?

—Puedo evadir cualquier radar.

—¡Ajá pué!— el dictador solo atinó a decir, luego de un minuto eterno.

Doce horas más tarde, Maduro llegaba de incógnito al muelle internacional de El Dorado con su pasaporte colombiano y se los pasó al empleado de turno quien casi se traga la lengua del susto. El guarda miró el documento al derecho y al revés.

—¡Está vencido hace cuarenta años!

—Esto es un asunto de vida o muerte— exclamó. Luego estiró su mano y le introdujo un rollo de verdes en el bolsillo de su saco.

El hombre ni siquiera miró el bulto y con un golpe seco que estremeció los vidrios de la ventanilla, selló la fecha de entrada al país,

—Siga doctor Maduro (porque en Bogotá un doctorado no se le niega a nadie).

—Traigo 46 maletas y son valija diplomática, —gritó—, como si le estuviese hablando a un recluta de La Guardia Nacional.

—Pasaran sin problema —dijo el empleado—, y de inmediato tomó el radio teléfono y llamó a alguien en entrega de equipajes.

Enseguida, el ex mandatario salió del muelle y un oficial de la policía que lo esperaba, lo acompañó hasta la sala V.I.P. acondicionada como sala de prensa. (Como es bien sabido, en Colombia los periodistas conocen las noticias antes de que los hechos ocurran)

Cuando entró al salón, lo recibió una tormenta de flashes que hizo titilar sus cachetes. Una selva de micrófonos cubrió sus labios, que parecían una prolongación de su bigote silvestre.

—¿Por qué a Colombia?— preguntaban los reporteros.

—Porque soy colombiano como ustedes, además víctima del conflicto y vengo huyendo pues un grupo de paramilitares del Magdalena Medio me está buscando para matarme.

Las2orillas lanzó la primicia a las redes y de inmediato la noticia se volvió viral. Instagram, Twitter, y Youtube estaban colapsados. Los noticieros transmitían en directo y como consecuencia, en la calle había dos manifestaciones: la de 200.000 venezolanos pidiendo que lo colgaran en la plaza de Bolívar y la de los petristas portando pancartas de “bienvenido a casa camarada”.

Un canal mostraba un close up de los maleteros pujando y sudando para poder subir el equipaje sobre los carritos. Un reportero suspicaz se preguntaba qué cosa tan pesada podría estar dentro de las maletas. De inmediato empezó a hacer elucubraciones: ¿Sus memorias? ¿Su confesión? ¿Abrigos para el frío de Bogotá? ¿Barras de oro?

Esta última frase disparó la imaginación de los video-oyentes y cientos salieron disparados para el aeropuerto y alcanzaron a llegar antes que terminara la rueda de prensa. Entonces la sala V.I.P. se llenó con una eclosión de jueces, senadores, políticos y abogados sin empleo, quienes temblorosos le pasaban al personaje sus tarjetas de presentación, acompañadas de alguna promesa:

—Que yo le lavo su platica.

—Que yo le prometo casa por cárcel.

—Que yo lo meto a la JEP.

—Y nuestra firma de abogados, tiene silla propia en la Corte Suprema de Justicia, decía su gerente.

—Yo le fabrico una imagen nueva— le aseguraba un publicista.

—¿Y qué pasará con sus 2000 generales?

—Ya vienen en camino y ellos tienen más plata que yo.

En ese momento se oyó un hurra en la sala. El hombre explicaba que necesitará un ejército de jurisconsultos colombianos, por que es necesario que se haga justicia y se conozca la verdad.

—Cuente con nosotros—contestaran al unísono— aquí estamos lo mejores.

En esas, apareció el procurador con su nudo de la corbata mal hecho. También llegó el Fiscal Martínez con una orden de captura, las esposas abiertas listas para atornillar las muñecas del exdictador y tres oficiales de la policía. De inmediato, se armó la furrusca y los aspirantes a defensores gritaban, “que se deben respetar el debido proceso y los derechos humanos de nuestro defendido”, sin nisiquiera haber firmado un contrato de prestación de servicios.

Maduro prometía que tenía trabajo para todos y subía el tono de la voz.

—Es necesario que se conozca la verdad— repetía.

Él estaba emocionado, algunas lágrimas rodaban mejilla abajo, luego se arrodilló y como cualquier Papa de visita al África, besó el tapete rojo de la sala y sonrió feliz. ¡Por primera vez veía una manifestación a su favor, sin necesidad de prefabricarla!

El momento era conmovedor.

Más flashes estallaban, los reflectores mostraban a la gente colgada del pescuezo del dictador, para tomarse una selfie e inmortalizar el momento. Los periodistas preguntaban que cuándo vendrían Diosdado, Cilia, Nicolasito y Tareck. Las preguntas se quedaron sin respuesta.

En el Congreso, el expresidente Uribe denunciaba que la JEP se diseñó en Cuba expresamente para perdonar a Maduro y anunciaba un juicio contra Santos por traición a la patria.

Como las malas noticias vuelan, estas llegaron a la Casa Blanca como una exhalación. Trump estaba furioso, llamó a la casa de Nariño y sin ni siquiera saludar al presidente, soltó esta parla:

I need that criminal in U.S.A. right now.

El presidente Duque, que ya estaba molesto de ser pisoteado por los jefes de las potencia extranjeras, por fin padece el primer estallido emocional de su vida:

—Que no me joda carajo, estoy harto de tanta intimidación y a Colombia me la respeta. ¡Y le tiró el teléfono!

De inmediato, Duque perdió su visa, las cuentas del país en exterior quedan bloqueadas y se rompieron las relaciones entre los dos países. La favorabilidad de Duque se disparó al 90%.

En Venezuela se adelantó el carnaval y la gente bailaba en las calles. En Cuba, Raúl Castro sufrió un ataque de pánico. En La Paz Evo lloraba desconsolado y Antanas estaba triste.

Trump le ordenó a la Cuarta Flota del Comando Sur, levar anclas y partir hacia El Caribe. Al llegar la noche fue esparciendo un arcoíris de portaaviones, fragatas y submarinos, desde El Cabo de la Vela, Maracaibo, hasta Puerto Cabello.

En Rusia, Putin reunió el politburó, asegurando que Maduro había sido secuestrado por un comando de marines y estaba guardado en Guantánamo. En la plaza de Bolívar, Petro repetía y repetía en un discurso, la teoría rusa del secuestro.

(No se pierda la segunda parte de este cuento-pesadilla, la cual responde a la pregunta: ¿Qué hará la JEP con esta papa caliente?)

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